El Papa se reúne con los Dominicos: “un jesuita entre frailes”
Recomienda, al capítulo general de la Orden de los Predicadores, a 800 años de su fundación, una predicación que sepa llegar a los corazones, que vaya acompañada por el testimonio y que se centre en la caridad hacia el pueblo de Dios…
Antes de ir a visitar a los franciscanos y la basílica papal de Santa María de los Ángeles, en ocasión del octavo centenario del «Perdón de Asís», hoy, 4 de agosto de 2016, el Papa recibió en audiencia a los que participaron en el capítulo general de los dominicos, que festejan el octavo centenario del reconocimiento otorgado por Papa Onofrio III a la orden de los frailes predicadores. «Hoy —dijo Francisco— podríamos describir este día como ‘un jesuita entre frailes’: porque por la mañana con ustedes y por la tarde en Asís con los franciscanos; ¡entre frailes!».
En el discurso que pronunció en español a los dominicos, guiados por el maestro general Bruno Cadoré, el Papa elogió la tradición de la orden e indicó tres conceptos clave para la predicación, que debe llegar a los corazones, acompañada por el testimonio de vida cristiana y, especialmente, de la caridad hacia «la carne viva de Cristo», representada en el pueblo de Dios, que tiene «sed» de una palabra de salvación.
«Este octavo centenario —explicó Francisco— nos lleva a hacer memoria de hombres y mujeres de fe y letras, de contemplativos y misioneros, mártires y apóstoles de la caridad, que han llevado la caricia y la ternura de Dios por doquier, enriqueciendo a la Iglesia y mostrando nuevas posibilidades para encarnar el Evangelio a través de la predicación, el testimonio y la caridad: tres pilares que afianzan el futuro de la Orden, manteniendo la frescura del carisma fundacional».
Dios, dijo el Papa, «impulsó a santo Domingo a fundar una ‘Orden de Predicadores’, siendo la predicación la misión que Jesús encomendó a los Apóstoles. Es la Palabra de Dios la que quema por dentro e impulsa a salir para anunciar a Jesucristo a todos los pueblos». Domingo dijo: «Primero contemplar y después enseñar», es decir, añadió el Papa jesuita: «evangelizados por Dios, para evangelizar. Sin una fuerte unión personal con él, la predicación podrá ser muy perfecta, muy razonada, incluso admirable, pero no toca el corazón, que es lo que debe cambiar. Es tan imprescindible el estudio serio y asiduo de las materias teológicas, como todo lo que permite aproximarnos a la realidad y poner el oído en el pueblo de Dios. El predicador es un contemplativo de la Palabra y también lo es del pueblo, que espera ser comprendido».
Transmitir con mayor eficacia la Palabra de Dios, prosiguió el Papa, «requiere el testimonio: maestros fieles a la verdad y testigos valientes del Evangelio. El testigo encarna la enseñanza, la hace tangible, convocadora, y no deja a nadie indiferente; añade a la verdad la alegría del Evangelio, la de saberse amados por Dios y objeto de su infinita misericordia». En este sentido, citando a Domingo («Con los pies descalzos, salgamos a predicar») y a Moisés («Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado»), el Papa subrayó que «el buen predicador es consciente de que se mueve en terreno sagrado, porque la Palabra que lleva consigo es sagrada, y sus destinatarios también lo son. Los fieles no sólo necesitan recibir la Palabra en su integridad, sino también experimentar el testimonio de vida de quien predica. Los santos han logrado abundantes frutos porque, con su vida y su misión, hablan con el lenguaje del corazón, que no conoce barreras y es comprensible por todos».
Es por ello que «el predicador y el testigo deben serlo en la caridad. Sin esta, serán discutidos y sospechosos. Santo Domingo tuvo un dilema al inicio de su vida, que marcó toda su existencia: ‘¿Cómo puedo estudiar con pieles muertas (pergaminos, ndr.), cuando la carne de Cristo sufre?’. Es el cuerpo de Cristo vivo y sufriente, que grita al predicador y no lo deja tranquilo. El grito de los pobres y los descartados despierta, y hace comprender la compasión que Jesús tenía por las gentes».
Viendo a nuestro alrededor, concluyó Francisco, «comprobamos que el hombre y la mujer de hoy, están sedientos de Dios. Ellos son la carne viva de Cristo, que grita «tengo sed» de una palabra auténtica y liberadora, de un gesto fraterno y de ternura. Este grito nos interpela y debe ser el que vertebre la misión y dé vida a las estructuras y programas pastorales. Piensen en esto cuando reflexionen sobre la necesidad de ajustar el organigrama de la Orden, para discernir sobre la respuesta que se da a este grito de Dios. Cuanto más se salga a saciar la sed del prójimo, tanto más seremos predicadores de verdad, de esa verdad anunciada por amor y misericordia, de la que habla santa Catalina de Siena. En el encuentro con la carne viva de Cristo somos evangelizados y recobramos la pasión para ser predicadores y testigos de su amor; y nos libramos de la peligrosa tentación, tan actual hoy día, del gnosticismo». El ejemplo de Santo Domingo, continuó, «es impulso para afrontar el futuro con esperanza, sabiendo que Dios siempre renueva todo… y no defrauda».
Iacopo Scaramuzzi – Ciudad del Vaticano
Vatican Insider – Reflexión y Liberación.