Diciembre 22, 2024

Semana Santa: Gritos proféticos y esperanzas de resurrección

 Semana Santa: Gritos proféticos y esperanzas de resurrección

La Semana Santa constituye el corazón del año litúrgico, ya que en ella celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, misterio que es predicado por la Iglesia primitiva presentándolo como kerigma, es decir, anuncio gozoso que se transmite a modo de un credo (Cf. 1 Cor 15,3-4). Es por este acontecimiento salvífico que la Iglesia tiene su razón de ser y en ella los sacramentos, los ministerios, la pastoralidad, la evangelización. Todo mira hacia el Misterio Pascual y desde él brota la fuerza para avivar a la comunidad creyente. La celebración de esta Semana y del tiempo Pascual que comenzaremos el Domingo de Resurrección y que se extenderá durante cincuenta días, me invita a pensar en la incidencia que la Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret tiene en la historia y en la cultura actual, y me gustaría orientar esta reflexión desde dos momentos que a mi juicio vienen a ayudar a descubrir-discernir la presencia del Crucificado y Resucitado hoy, aquí, en este Chile, en esta Diócesis de Rancagua. Los elementos desde los que quiero invitar a pensar la fe serán los gritos y las esperanzas.

  1. Una semana llena de gritos

 Si realizamos una lectura detenida de la última semana de vida de Jesús veremos que en ella se repite una constante, esto es, la presencia de los gritos. ¿Qué son los gritos? A nivel de lo humano son formas de comunicarnos con el mundo. Nacemos llorando y gritando para pedir protección y comida. Gritamos cuando tenemos miedo, es por tanto un medio de supervivencia. Gritamos en las celebraciones movidos por la alegría. Gritamos ante el dolor, la muerte y la injusticia, como protesta ante el sin-sentido. En los últimos años hemos visto que el grito está presente en la calle como protesta contestaría ante un sistema que ha levantado ídolos de egoísmo, lucro  y éxito a costa de otro. PENTA, CAVAL, SOQUIMICH, boletas ideológicamente falsas, son síntomas de la falta de ética de personas e instituciones. Nuestra cultura se ha vuelto una de la muerte en la cual se exige aborto. El abuso de poder se ha vuelto el pan nuestro de cada día. En nuestra propia Iglesia acontecen situaciones que nos perturban. Estos y otros ejemplos, que bien conocemos, también constituyen gritos, ya sean de alegría, por la justicia que llega, o de asesinato y muerte.

El domingo en la entrada de los ramos la multitud gritaba “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas” (Lc 19,38). La expectativa mesiánica de la liberación del imperio romano se manifestó en la aclamación popular de los peregrinos en Jerusalén. Al llegar a la ciudad santa, Jesús entra en el Templo y expulsa a los vendedores de ofrendas diciéndoles, y lo más probable gritándoles: “Mi Casa será llamada Casa de Oración pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos” (Mc 11,17). El viernes por la mañana los detractores y opositores al Reinado de Dios, pertenecientes a la hegemonía religioso-político del Templo gritan a Pilato “Crucifícale” (Mc 15,13) y el Evangelio nos dice que “gritaron con más fuerza: Crucifícale” (Mc 15,14). Horas más tarde estando Jesús en la Cruz, Él pide alguna respuesta al Padre: “A la hora nona gritó Jesús con voz fuerte: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Teológicamente se habla del silencio de Dios en la hora de la Cruz, pero ese silencio será transformado en grito profético y siempre novedoso en la mañana de resurrección. Y finalmente Jesús ¡muere gritando! “Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró” (Mc 15,37). Cinco gritos, cada uno coronando un momento clave.

¿Qué significa el grito hoy? Socialmente la época actual está marcada por el descontento, por la indignación. Se pide respeto, igualdad, vivir de mejor manera. Se grita para que los que tienen en sus manos el poder de las naciones conviertan ese poder en servicio hacia los que viven en los márgenes. Como creyentes pedimos respeto a la vida que está por nacer, y así también debemos hacerlo en cada una de sus etapas. En clave de fe debemos aprender a gritar de manera profética, así como lo hizo el profeta Jesús y los del Antiguo Testamento. Es más, creo que el mismo ¡Venga tu Reino! del Padre Nuestro representa el mayor de los gritos provocativos ante el orden vigente que desecha el mensaje del Evangelio de la Cruz que es necedad para algunos, escándalo para otros pero para nosotros es fuerza y sabiduría de Dios (Cf. 1 Cor 1,23).

  1. Esperanzas de resurrección

 La muerte de Jesús representó una crisis para los discípulos. Así Lucas en su Evangelio nos cuenta el suceso de Emaús: “Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel: pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó” (Lc 24,21). La esperanza mesiánica de los gritos del Domingo de Ramos había desaparecido. ¿Qué vendría ahora? ¿Con la muerte de Jesús se acabó todo? El silencio de Dios en la Cruz del Viernes es interrumpido el domingo con el grito de la resurrección que es comunicado por las mujeres antes que por los varones. Si el grito de la nueva vida que brotó del sepulcro vacío resulta algo nuevo y eterno, el que las mujeres lo anuncien primero es algo más revolucionario todavía. Las esperanzas se vuelven verdaderas ahora que el Maestro envía a los discípulos a Galilea para que el anuncio del Evangelio comience y se extienda hasta los confines de la tierra (Cf. Lc 24,47).

Predicar la Resurrección hoy provoca que la Vida se imponga sobre la cultura de la muerte. Con Jesús tenemos acceso a una experiencia que supera la historia y nos devuelve la esperanza en que otro mundo sigue siendo posible. El tiempo pascual es el del grito litúrgico del Maranathá, ¡Ven Señor Jesús! (Ap 22,20). Nuestra vida cristiana se ha articulado así entre gritos proféticos y esperanzas de resurrección. Será nuestra tarea entonces anunciar a los que viven en la desesperanza que la buena vida es el proyecto del Dios de Jesucristo, que resucitó a su Hijo de entre los muertos, Él que es la luz que no conoce ocaso, el Eterno Viviente.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Juan Pablo Espinosa Arce

Profesor de Religión y Filosofía – U. Católica del Maule

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