Abril 25, 2025

¡Tan amado pero tan obstaculizado!

 ¡Tan amado pero tan obstaculizado!

Marco Politi-Roma.

Ahora,  vemos con qué cuidado había preparado Francisco su última carrera.

El Domingo de Ramos, antes de aparecer en la Plaza de San Pedro, se había confesado. El Viernes Santo había confiado sus meditaciones al Vía Crucis. El domingo de Pascua –después de la bendición urbi et orbi impartida con voz entrecortada– quiso que el recorrido en papamóvil por la plaza se prolongase también por un tramo de Via della Conciliazione, casi como para representar, para el cuerpo rígido en busca de aire, un último viaje hacia el mundo.

El testamento espiritual del pontificado de Francisco reside íntegramente en las palabras compuestas para el Vía Crucis. Atención a los últimos, a los “sin voz” y a los invisibles, a los descartados. La condena de una economía inhumana que se convierte en una obra infernal, impulsada por una lógica fría e intereses implacables. La apelación al sentido de responsabilidad del cristiano, que no se da la vuelta ni ignora a quienes han caído. Atención a cada hermana y hermano, que están “expuestos a juicios y prejuicios” . Una advertencia para no buscar excusas para evadir la responsabilidad hacia quienes sufren. La creencia de que la Iglesia está llamada a difundir el mensaje de Cristo, que salva a todos, a todos. La advertencia de que vivimos en un mundo donde la convivencia está herida, un “mundo en pedazos” que necesita lágrimas sinceras para recuperarse, porque –como dijo proféticamente Bergoglio mientras azotaba la plaga del Covid– o somos todos hermanos o todo se derrumba.

En su testamento del día del Calvario Jorge Mario Bergoglio no se olvidó de la Iglesia. Con clara conciencia reconoció que «la Iglesia hoy aparece como un vestido rasgado» , necesitada de reconstruir la fraternidad entre sus miembros. Porque los “discípulos están divididos”. De ahí el grito final del pontífice, que ya había afrontado dos veces la muerte en Gemelli: «Da a tu Iglesia la paz y la unidad».

Después de todo, ¿no significa Jesús, Jehoshua, en hebreo Dios salva? Un Dios que se dejó crucificar, cuyo madero de deshonra y de desesperación (como consideraban los romanos la cruz) interpela a creyentes y a no creyentes.

Pocos notaron, en la lenta procesión del viernes a la sombra del Coliseo, que Francisco, a través de un juego de citas de Francisco de Asís y del apóstol Pablo, devolvió a los fieles sus tres encíclicas: Fratelli tutti, Laudato si’, Dilexit nos (“Dios nos amó”). Karol Wojtyla, al acercarse su fin, citó –con sentido de la historia y una autoconciencia imperial– al poeta latino Horacio: “Non omnis moriar, no moriré del todo… una gran parte de mí escapará al olvido de la muerte”.

Jorge Mario Bergoglio, el Papa cercano al pueblo, como lo recordaron muchos fieles al borde de la plaza de San Pedro el día de su muerte, prefirió una metáfora más humilde y cotidiana: “Somos ancianos que todavía queremos soñar”.

El testamento geopolítico del pontífice argentino, su última mirada al escenario internacional, está en cambio contenido en el mensaje urbi et orbi que no pudo leer personalmente el Domingo de Pascua por falta de voz. Es necesario oponerse a la “voluntad de muerte” que está muy extendida en muchas partes del mundo. No debemos ceder a la lógica del miedo que nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos. Con una advertencia precisa, que va a contracorriente en la época actual en que resuena la retórica del rearme: “¡No es posible la paz sin un verdadero desarme! La necesidad que tiene cada pueblo de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general hacia el rearme”.

En las últimas horas ya ha comenzado el lamento de los dolientes. En la antigüedad eran las mujeres las que acompañaban el ataúd, arañándose la cara, rasgándose la ropa y profiriendo fuertes lamentos. En el clima de guerra civil que ha caracterizado los últimos diez años dentro de la comunidad eclesiástica, sacudida por la agresividad de los ultraconservadores armados con implacables redes sociales, los nuevos dolientes arañan la memoria de Bergoglio, encontrando contradicciones, errores, pecados, obras a medio terminar.

Está bien, ningún Papa es una estampa santa. Pero parece miserable intentar no entender que Bergoglio, durante sus años de reinado, tomó en serio la advertencia expresada por el cardenal Martini antes de morir, cuando denunció el polvo que se había acumulado en las estructuras clericales: “La Iglesia -dijo el gran cardenal de Milán- tiene 200 años de retraso “.

Francisco ha dado un empujón a una Iglesia paralizada por los vetos de un tradicionalismo obsesivo. Fue el primero en reconocer el derecho de ciudadanía en la Iglesia a las personas homosexuales, el primero en acoger en el Vaticano a una persona transgénero con su pareja y su obispo, el primero en autorizar la bendición de parejas homosexuales. El primero en permitir que se debatiera la cuestión del diaconado femenino, el primero en dar a las mujeres el derecho a votar en un sínodo mundial después de 1700 años de exclusión, el primero en nombrar mujeres para puestos superiores en la Curia romana. El primero en permitir que un sínodo de obispos amazónicos se exprese libremente a favor de un clero casado.

El primero en remover a dos cardenales del colegio cardenalicio por abusos y relaciones inapropiadas, el primero en tener a un arzobispo embajador del Vaticano y a un cardenal (Mc Carrick) juzgados y expulsados ​​del orden clerical. Destituyó a muchos obispos por encubrimiento y decretó que la documentación sobre abusos conservada en los archivos diocesanos podría ponerse a disposición de la justicia civil.

¿Cometió algún error? Sí. ¿Tomó decisiones individuales inexplicables? Sí. Los casos de Zanchedda y Rupnik (abusadores impunes) están ahí para demostrarlo. Es extraño, sin embargo, que quienes no dijeron una palabra cuando Benedicto XVI indultó a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y abusador serial (incluso de su propio hijo), levanten el dedo, ahorrándole un juicio y dándole una “vida retirada”. ¿O cuántos permanecieron en silencio cuando Monseñor Marcinkus tomó cientos de millones de dólares del Vaticano (dinero procedente de donaciones caritativas) para apoyar al quebrado Roberto Calvi?

Francisco fue un rompehielos que abrió nuevos caminos para la Iglesia y la hizo más humana, más cercana a las angustias y a la necesidad de esperanza del ser humano. Reconociendo –el primer Papa de la historia– que las diferentes religiones también son parte del plan de Dios.

Muchos en círculos clericales, en la curia y en el mundo, han esperado durante años que Bergoglio muriera. El momento ha llegado. Tal vez Francisco será recordado como una estrella fugaz en la historia de la Iglesia. Pero durante doce años iluminó el mundo con un brillo irrepetible.

Marco Politi – Roma

Editor