Abril 7, 2025

El flagelo de la indiferencia

 El flagelo de la indiferencia

Desde Freud en adelante, diversos psicólogos han explicado que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia, como ausencia de cualquier forma de empatía. Es una forma de frialdad e insensibilidad que puede hacer más daño que la aversión abierta y declarada. Mostrarse indiferente es hacer el vacío a la existencia de otro, y en ese sentido, la indiferencia mata.

El diccionario define la indiferencia como un “estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado”; es decir, es algo que me da lo mismo que sea blanco o negro, frío o caliente, feo o bonito, etc. Es algo que no me importa, no me interesa y por eso “no estoy no ahí”.

Es una total anestesia afectiva y social que llega al ninguneo extremo, a castigar a otro con el látigo de la indiferencia, negando todo valor a la existencia de otro.

Es cierto que la indiferencia puede tener algún aspecto positivo al ayudar a liberarse de relaciones tóxicas y abrir a nuevas experiencias y relaciones. También es cierto que en muchos aspectos de la vida y ante muchas cosas podemos ser indiferentes, y eso ocurre en lo que tiene que ver con nuestros gustos y preferencias acerca de lo que es optativo: me pueden gustar o no las manzanas verdes, me puede dar lo mismo usar zapatos negros o café, me puede no importar si es un día soleado o nublado, me puede no interesar la música rap, me puede dar lo mismo leer o mirar televisión, etc. Y así es como vamos ordenando las preferencias en nuestra vida.

Pero, por otro lado, hay cosas en la vida en las que no se puede ser indiferente, y la indiferencia ante ellas es sólo una de las más refinadas manifestaciones del egoísmo individualista y, por tanto, una pérdida de humanidad. Eso ocurre en todo lo que pone en juego la dignidad y los derechos de las personas, así como en todo lo relativo a asuntos de bien común. Así, en un ejemplo extremo, los delincuentes de todos los pelajes y colores, con corbatas o sin ellas, son indiferentes a la dignidad y derechos de los demás, y les da lo mismo el sufrimiento que causan sus acciones.

La indiferencia puede tener diversos matices, pero es un flagelo social -el látigo de la indiferencia- cuando se instala como actitud dominante ante pérdida de dignidad de otros, o ante la vulneración de derechos fundamentales, o ante la injusta distribución de los bienes, o ante el dolor de las víctimas. Ahí es cuando el flagelo de la indiferencia muestra su rostro de la total pérdida de la responsabilidad social. Cuando eso ocurre, como -a veces- pareciera que está ocurriendo en nuestra sociedad, es la señal del fracaso de los procesos educacionales y de transmisión valórica, volviéndose el egoísmo en el criterio que maneja las decisiones personales y la interacción social.

Sólo una fuerte toma de conciencia personal de la responsabilidad social, y de procesos educativos y políticas sociales intencionadas en esa dirección puede librarnos del flagelo de la indiferencia ante los problemas que nos afectan a todos e impedir el “silencio de los buenos”, como decía Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.

Una buena llamada de atención ante el flagelo de la indiferencia son las palabras del pastor luterano Martin Niemöller, pronunciadas en 1946, y que en algunas versiones son erróneamente atribuidas al poeta y dramaturgo Bertold Brecht: “Cuando vinieron a buscar a los comunistas, yo no dije nada porque no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar”.

Para vencer la indiferencia y conquistar la paz que es fruto de la justicia, es necesaria una conversión personal y social a la misericordia. Sólo la misericordia puede despertarnos del sueño de la cruel inhumanidad de la indiferencia social, cambiando el corazón de piedra en un corazón de carne. Según el Papa Francisco, la misericordia es la que nos conduce hacia una cultura de la solidaridad, del diálogo y cooperación, una sociedad y cultura que atienda el clamor de todos los tipos de víctimas que deja la indiferencia. Frente a la cultura de la indiferencia, siempre tenemos la poderosa y humanizadora arma de la misericordia, la cual es el otro nombre de Dios.

Marcos Buvinic – Punta Arenas

La Prensa Austral – Reflexión y Liberación

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