Magdalena y los demás…
¿La exclusión de las mujeres de la posibilidad de celebrar y presidir la Eucaristía es un problema que concierne sólo al ámbito religioso o, en nuestra sociedad, fomenta una mentalidad que conduce a la discriminación y la violencia contra las mujeres?
Al intentar vivir conscientemente nuestra experiencia cristiana, era inevitable que nos topáramos también con el significado de la Eucaristía, quién puede presidirla y, por tanto, con el problema de los ministerios. Impulsado no sólo por acontecimientos contingentes que afectaron la posibilidad misma de existencia de nuestra CDB, sino también alentado por algunos aportes del Concilio Vaticano II y apoyado en los estudios y conclusiones de talentosos expertos en exégesis y teología bíblica, en este sentido. Hemos llegado a comprender que, histórica y bíblicamente, la doctrina y la práctica católica oficial que excluyen a las mujeres, en principio, de la posibilidad de celebrar y presidir ya no son defendibles.
Y sin embargo, es un hecho que casi todas las Iglesias, durante siglos y siglos, han olvidado el mandato de Jesús a María de Magdala (Migdal, en hebreo: aldea a orillas del lago Tiberíades, no lejos de Cafarnaúm); y, por tanto, cometieron una injusticia que pesó profundamente no sólo sobre las mujeres, sino sobre toda la Iglesia -aunque durante mucho tiempo no fue consciente de ello-, construida y pensada como clerical y patriarcal.
A este respecto, hay que examinar y discernir en particular la teoría y la práctica de la Iglesia católica romana que, siendo así, es incapaz de salir de la trinchera teológica y dogmática en la que se ha encerrado, a menos que, con un salto de coraje y sabiduría, no se decide finalmente a bajar el puente levadizo que la cierra y la defiende, para abrirse a las cosas nuevas que el Espíritu le inspira.
Hoy, para superar esta barrera de hierro del “no” a las mujeres en los ministerios, debemos hacer un cambio profundo de paradigma teológico, aceptando que el tiempo de la Iglesia conservadora debe considerarse cerrado; y que ahora, en los años y décadas venideros, debemos esforzarnos para que, en medio de los dolores del parto, se abra el tiempo de la Iglesia donde, como Pedro y los demás, María Magdalena y los demás puedan también anunciar en el Ekklesia el Evangelio y presidir la Cena del Señor.
Comunidad Cristiana de Base de San Pablo / Roma
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