Diciembre 11, 2024

¿Adónde va la Iglesia?

 ¿Adónde va la Iglesia?

Quisiera aplicarle a la Iglesia el poema de Erich Fried, como una variante moderna del ignaciano ‘sentire in Ecclesia’ que desde la Reforma hasta hoy no ha perdido su carácter provocador  y, que brote en sus mismas estructuras pecaminosas, la fuerza que la lleven a la conversión y a la transformación salvífica.

Es absurdo, dice la razón,

que en la Iglesia solo los varones célibes

puedan recibir las ordenes sagradas.

Los argumentos teológicos

son del todo insuficientes.

Es lo que es, dice el amor,

aunque con ello no se dé por satisfecho.

Es una desgracia, dice el cálculo,

que el impulso reformador del ultimo Concilio

se esté viendo frenado,

dificultando innecesariamente

el caminar de la Iglesia hacia el futuro.

Es doloroso, dice la congoja,

que la Iglesia Centroeuropa

parece estar perdiendo su juventud y su futuro,

Es inútil, dice el conocimiento,

que los hombres se declaren

totalmente partidarios del Sermón de la Montaña

para que la tierra se convierta parábola

del reino de Dios.

Es lo que es, dice el amor,

que sigue infatigable

esperando ‘contra toda Esperanza’.

Es ridículo, dice la arrogancia,

que más de dos mil quinientas iglesias locales

permitan que una central romana las tutele,

y no reivindiquen abiertamente

el derecho teológicamente incontestable,

a que se reconozca y se estructure

una autentica diversidad en la unidad.

Es una frivolidad, dice la prudencia,

que cada una de las iglesias locales

quiera hacer y deshacer a su antojo;

que exista un pluralismo casi inabarcable

de teologías, modos de creer,

actitudes morales y usos litúrgicos

que ponen en peligro la unidad católica.

Es imposible, dice la experiencia,

que las iglesias ricas de Occidente

se conviertan libremente

a la pobreza del Evangelio

y, simpatizando solidariamente

con las iglesias pobres del Sur,

adopten también para sí el estilo de vida

de las Bienaventuranzas.

Es lo que es, dice el amor,

que confía en actuar a impulsos del poder

del Espíritu Santo, Padre de los pobres,

que ablanda lo que está endurecido,

unifica lo que esta separado

y preserva la diversidad

de lo que está unido.

Medard Kehl, SJ  –  Profesor de Teología en Frankfurt

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