Diciembre 4, 2024

Para renacer a la esperanza

 Para renacer a la esperanza

Hace tres semanas escribí una columna a propósito del déficit de esperanza que afecta a muchas personas y que parece cundir como una epidemia de desaliento y desconfianza. Seguiremos ahondando en el tema, porque sin esperanza no se puede vivir, a lo más se consigue seguir vegetando y aguardando “algo entretenido” que haga más soportable el tedio del día a día sin ilusión.

No es ahora la ocasión de volver sobre las responsabilidades de diversos grupos o de líderes de diversas instituciones que han saboteado la fe pública en ellos mismos y en diversas instituciones de la sociedad. Pero es preciso mirar con seriedad el ambiente de desconfianza y el déficit de esperanza que se va apoderado de la vida de las personas y de nuestra sociedad. Con frecuencia se oye decir que “así como están las cosas, no puede confiar en nada ni en nadie”. Es una afirmación muy seria y grave, porque su consecuencia es que cada uno se va encerrando en su metro cuadrado y la vida se hace no sólo más desabrida, sino inhumana.

Sin un mínimo de esperanza y confianza la vida se hace imposible, porque siempre se requiere un esperanzado acto de confianza en los demás para relacionarnos, crear vínculos y salir del individualismo asfixiante. Resulta que como sociedad podríamos ir solucionando tantas injusticias y frustraciones acumuladas, y tener los mejores indicadores en salud, pensiones, educación, vivienda, etc…, pero sin confianza y credibilidad mutua esos eventuales logros se volverían contra nosotros mismos, haciéndonos una sociedad más materialista e egoísta, y por lo mismo, más desconfiada y desesperanzada, en una palabra, más inhumana.

En este contexto de desconfianza y déficit de esperanza es que hoy los cristianos estamos celebrando el primer domingo de Adviento, un tiempo para animar la esperanza en preparación a celebrar el nacimiento del Señor Jesús. Este tiempo trae el más grande mensaje de confianza que haya escuchado el corazón humano, porque Dios, el único que tendría sobradas razones para desconfiar de esta humanidad de violencias y destructora de la casa común, de sinvergüenzuras y corrupciones, en vez de cerrar su corazón, lo abre de par en par.

Cada Navidad es un anuncio de que el Padre Dios confía en la humanidad y en cada uno de nosotros. En cada Navidad vuelve a ponerse en medio nuestro para que nosotros hagamos otro tanto: que confiemos en Él y aprendamos a confiar en otros seres humanos, como Él lo hace.

Una manera significativa de vivir este tiempo de Adviento y preparar la celebración de Navidad, será, entonces, trabajar por la confianza: tender puentes, crear vínculos, aprender a escuchar, levantar la vista y mirar las cuestiones de fondo, ofrecer la mano abierta al vecino y al compañero de trabajo. Y para poder hacerlo desde lo mejor de cada uno, el tiempo de Adviento nos invita a orar más y permitir que Dios siga trabajando en purificar nuestro corazón, pues a Él sólo lo podemos acoger si aprendemos a confiar. Para la fe cristiana “Jesucristo es nuestra esperanza” (1 Tim 1,1); es decir, es Dios mismo que viene a nuestro encuentro para que aprendamos a confiar y esperar en Él, y así también aprendamos a confiar y esperar en la capacidad de bien y de justicia que Él ha puesto en otras personas.

Quizás, en medio de la crisis de esperanza y en medio de los múltiples afanes de fin de año, esto puede parecer irrelevante para algunos o una ingenuidad monumental para otros, pero… muchos creemos que es el único modo de trabajar en serio para no volvernos unos monstruos de egoísmo que vivimos a la defensiva, pensando que no se puede confiar en nadie. Sin esperanza la vida no puede florecer.

Como los cristianos estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza, cada año vivimos este tiempo de Adviento, tiempo de renovar nuestra esperanza cierta en que Dios está presente y actuando en nuestras vidas y en nuestro mundo, conduciéndonos a algo nuevo y mejor para todos. Por eso hacemos memoria del nacimiento del Señor Jesús, y en Navidad recibimos el regalo de una esperanza cierta que nace de la memoria de lo que ya ha acontecido, y que nos abre a un futuro nuevo sostenido por la eterna fidelidad de Dios a sus promesas.

Marcos Buvinic – Punta Arenas

La Prensa Austral – Reflexión y Liberación

Editor