Caos en el Aeropuerto de Santiago
Llegar al aeropuerto Arturo Merino Benitez de Santiago de Chile (SCL) suele ser, a cualquier hora del día, una cuestión que pone los nervios de punta y no por cuestiones que tienen que ver con la infraestructura de la estación aérea, sino por el cuello de botella que se genera en el sector de Migraciones.
Colas eternas, trámites interminables, desidia, desdén y poca voluntad para agilizar el proceso, son una moneda corriente que no hace más que perjudicar al pasajero y con ello al turismo y la economía del país.
Viajo con frecuencia a Santiago por cuestiones laborales. El día 26 de noviembre, arribé al aeropuerto alrededor del mediodía, tras un vuelo de dos horas. El traslado desde el avión hasta la zona de Migraciones fue dinámico y fluido, pero al llegar a las escaleras mecánicas que desembocan en las casillas de control, la imagen que se presentó ante mis ojos fue una réplica de otras tantas en otros arribos desde hace ya varios años.
La cola llegaba casi hasta el final de la escalera, y las filas entre las cintas abarcaban cuatro veces y media lo largo de la estancia, lo cual anticipaba un tiempo prolongado de espera hasta poder acceder al ingreso.
El movimiento era excesivamente lento, apenas cuatro casillas estaban habilitadas y el tiempo que demandaba cada presentación, muchas veces parecía excesivo.
Mientras tanto, los 30 totems dispuestos para el control de los residentes chilenos, similares a los que hay en Ezeiza o Aeroparque, estaban prácticamente vacíos. Solamente tres personas se encontraban realizando el trámite allí.
Pregunté a un encargado si había algún problema con estos equipos, pero me dijo que “todos” estaban operativos. ¿Los chilenos no lo quieren usar?, ¿no tienen la suficiente información para hacerlo?, ¿su uso es complicado?. No parece ser así.
Los residentes y ciudadanos chilenos optaban por concurrir a las otras cuatro casillas habilitadas a esos efectos en el sector exclusivo para ellos. Lógicamente que el trámite de ingreso de los chilenos es mucho más rápido que el de los extranjeros, a los que usualmente se les consulta hasta cuando se van a quedar, dónde se van a hospedar, cuál es el motivo de la visita, etc.
Por lo tanto ese sector se evacuaba con mayor rapidez que el de los extranjeros. Pasaron 40 minutos antes que una quinta persona ocupara una casilla más para los controles y otros 15 para que una sexta comenzase a funcionar. Seguía siendo insuficiente, ya había transcurrido casi una hora y media desde el arribo y todavía quedaba un buen grupo de gente por delante.
Hasta que de pronto, a una mente iluminada se le ocurrió derivar a parte de la cola hacia el sector de los residentes chilenos, que ya prácticamente no tenía gente esperando. La descompresión funcionó y pronto la cola se redujo, pero a los pasajeros ya se los había perjudicado.
Me pregunto cuánto más sencillo sería todo si los residentes chilenos utilizasen los sistemas automatizados. De esa manera se podría asignar más recursos al control de los extranjeros y reducir los tiempos.
Cuando atravesé el control de Migraciones, habían pasado una hora y 45 minutos desde mi arribo. Casi el mismo tiempo que me demandó el viaje.
En todos los aeropuertos del mundo se generan cuellos de botella, pero es la disposición con la que se encara el problema lo que hace del Merino Benitez algo inusual y hasta irritante.
La situación se repite cuando se deben realizar los trámites migratorios para la partida, pero con el agravante que aquí, en algunos casos, si no se llegó al aeropuerto con el debido tiempo de anticipación, hasta se puede llegar a perder el vuelo.
Y eso aun suponiendo que el control de salida es menos exigente que el del arribo. En la partida del día 27, la cola para el trámite de salida llegaba hasta el mismo ingreso al sector y la cola daba cuatro vueltas entre las cintas separatorias.
La encargada de los controles migratorios es la PDI (Policía de Investigaciones de Chile) y su accionar muchas veces deja mucho que desear en cuanto a la agilidad del trámite. Da la sensación que está compuesta, al menos en lo que hace al personal que trabaja en el aeropuerto, por buena parte de gente inexperta, con poca capacitación.
Esa capacitación que da la experiencia y que permite “semblantear” al pasajero para “detectar” cualquier irregularidad que demandaría un posterior control más exhaustivo y que permitiría accionar de manera tal que el tránsito por el sector sea lo más ágil posible, teniendo en cuenta la cantidad de personas que se encuentran, desde hace mucho tiempo, haciendo la cola.
Nadie pretende un control laxo, sino más bien un control eficiente y ágil, algo que no es imposible de ninguna manera y que ocurre en otras latitudes del mundo, aún en estaciones aéreas con mucho más movimiento que el aeropuerto de la capital chilena.
Pero lo que más preocupa e indigna, es esa sensación de que poco importa lo que está padeciendo el pasajero y no hay una demostración clara de pretender agilizar los procesos, sin dejar de lado la seguridad.
Aglomeraciones de gente hay en todas las estaciones aéreas, pero la eficiencia con la que se la encara, es la diferencia. En el aeropuerto de Frankfurt, por ejemplo, uno suele encontrarse con un cuello de botella todavía mayor que el de Chile, pero el tiempo que demanda llegar hasta el control, nunca excedió los 25/30 minutos y nadie que hay pasado por Frankfurt puede decir que los controles son “livianos” ni mucho menos, todo lo contrario.
En Barajas, Madrid, los carteles indican el tiempo máximo que debe demorar el trámite y se cumple taxativamente, porque ante una concentración mayor, se implementan refuerzos en los controles y se agiliza el proceso. Ejemplos de intentos de optimizar la eficiencia, sobran sobre todo con la implementación de tecnología avanzada.
Pero el tema es que esto, que puede parecer un relato de una situación vivida por un pasajero normal como yo, en realidad también ha venido siendo objeto de críticas profundas por parte de otros pasajeros, de las aerolíneas y de las compañías de Turismo.
Es más, hace pocos días, Peter Cerdá, vicepresidente para América de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA), alertó sobre el problema a través de una publicación en su red LinkedIn.
Cerda sostiene que prácticamente a diario se repiten largas filas e ineficiencias en los procesos de migración de salida y llegada de pasajeros, una situación que las autoridades no han podido solucionar y que afecta negativamente la experiencia de viaje, el turismo y la imagen del país.
“Han pasado 7 meses desde mi última publicación sobre este mismo tema y tanto los viajeros como las aerolíneas están hartos de los largos tiempos de espera y la frustrante congestión en el Aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago. No se trata de un inconveniente menor, sino de un fracaso que afecta al turismo, los viajes de negocios y la imagen global de Chile. Mientras los viajeros esperan en fila durante horas, ¿quién asume la responsabilidad?”, dijo Cerda.
No es un problema aislado, no es una situación puntual en determinado día y hora, es algo continuo, que excede lo coyuntural de un momento de mayor movimiento del día, sino que se registra a toda hora y en cualquier circunstancia, hace y mucho tiempo que se viene padeciendo, sin que haya habido una acción concreta para una solución definitiva.
Claudio Benites – Santiago