Escuchar a Jesús con honestidad / Pagola
Jesús, nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo a los ojos de Dios: el sufrimiento injusto y cruel de millones de víctimas inocentes. Ese sufrimiento es la primera verdad exigible a todos los humanos.
Los evangelios describen a Jesús haciéndoles lugar a los pobres más enfermos y desnutridos para que sepan que tienen un lugar privilegiado en el Reino de Dios (Mt 4,23). Se detiene ante los mendigos que encuentra en su camino para que no se sientan abandonados por Dios (Mc 10,46-52). Abraza y bendice a los niños de la calle para que no vivan huérfanos de cariño los que son predilectos del Padre. Quiere ser, en medio de aquella sociedad desgarrada por la desigualdad entre ricos y pobres, testigo de que Dios quiere construir un mundo nuevo donde los últimos han de ser los primeros en ser acogidos y defendidos.
Con mirada penetrante, Jesús pone al descubierto la realidad cruel de Galilea en una parábola recogida por Lc 16,19-38. El relato habla de un rico poderoso. Su vida es una continua fiesta. No tiene nombre pues no tiene identidad humana. No es nadie. Su vida, vacía de amor solidario, es un fracaso.
Junto a la puerta de su mansión está tendido un mendigo lleno de llagas repugnantes. No le dan ni las sobras que tiran de la mesa del rico. Está solo. No tiene a nadie. Sólo posee un nombre, lleno de promesa, Lázaro o Eliézer, que significa Dios es ayuda.
La escena es insoportable. El rico lo tiene todo. Se siente seguro. No ve al pobre que está muriendo de hambre junto a su mansión. ¿No representa a muchos ricos poderosos que viven hoy en los países del bienestar? El mendigo Lázaro vive en extrema necesidad, hambriento, enfermo, excluido por quienes le pueden ayudar. ¿No representa a millones de personas abandonadas a su suerte en los países últimos de la Tierra?
Jesús no pronuncia directamente ninguna palabra de condena. No es necesario. Su mirada compasiva y penetrante está dejando al descubierto la injusticia de aquella sociedad. Las clases más poderosas y los estratos más oprimidos parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una barrera invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para acercarse hasta el mendigo Lázaro.
Ésta es también ahora la condena radical de Jesús al mundo de hoy: una barrera de indiferencia, ceguera y crueldad separa el mundo de los ricos del mundo de los desnutridos. El obstáculo para construir un mundo más humano y digno, somos los ricos, que seguimos ahondando el abismo que nos separa de los últimos.
Jesús, nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo a los ojos de Dios: el sufrimiento injusto y cruel de millones de víctimas inocentes. Ese sufrimiento es la primera verdad exigible a todos los humanos. Nadie la puede discutir. Toda ética ha de tenerla en cuenta si no quiere convertirse en una ética de tolerancia de lo inhumano. Toda política ha de atenderla si no quiere ser cómplice de crímenes contra la Humanidad. Toda religión la ha de escuchar si no quiere ser negación de lo más sagrado.
Hoy como ayer,hemos de escuchar a Jesús con honestidad. Muchos de nosotros no pertenecemos a los sectores más empobrecidos, desposeídos o excluidos. No somos de los últimos y las últimas de la Tierra. Pero podemos aprender a hacerles más sitio en nuestra vida, escuchando sus preguntas y protestas más dramáticas, compartiendo su sufrimiento, haciéndonos cargo de su humillación, defendiendo su causa incansablemente.
Nos hemos de resistir a seguir disfrutando de nuestro pequeño bienestar, vacío de compasión y de solidaridad. Es cruel seguir alimentando en nosotros esa ‘secreta ilusión de inocencia’ que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y de nadie. No es cristiano encerrarnos en nuestras comunidades desplazando mentalmente el hambre y el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder vivir nuestra religión sin escuchar ningún clamor, gemido o llanto.
José Antonio Pagola – Bizkaia