En la Iglesia no hay poder sino misión
Dios no necesita nada, solo que cuidemos de sus hijos. Todo el dinero que tenga la Iglesia es para los pobres. Sólo cuando nadie en el mundo padezca ninguna necesidad podremos dedicar dinero a la gloria de Dios.
El Espíritu está en la asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino misión. Hemos comprobado que, invariablemente, las decisiones importantes se toman en la asamblea, que aparece siempre como órgano supremo a la hora de decidir, aun cuando estén presentes los apóstoles y el mismo Pedro.
Esto sucede desde el principio, con la elección de Matías, hasta el final, con el que llamamos “Concilio de Jerusalén”, a cuyas autoridades se someten Pedro y Pablo, con reticencias de los de Santiago.
¿Cómo se tomarán las decisiones importantes en el futuro? El modo asambleario fue declinando, dejando paso al modo monárquico. ¿Cuándo comenzó esta sustitución? ¿Se parece algo este modo asambleario original al modo actual de ejercerse la autoridad del Papa, de los obispos y de los Concilios?
La función de los Doce, y muy especialmente de Pedro: “Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la Palabra”, dejando la administración a otras, elegidas por la comunidad. Los Doce, y más tarde los apóstoles, tienen la misión de la Palabra, para cumplir la cual les es necesaria la oración. Eso les da autoridad, pero nunca aparece esta autoridad como un poder ni lejanamente semejante a poderes civiles, ni menos aún militares o económicos.
Pero hay algo que no es marginal: la fidelidad al Espíritu de Jesús. Y aquí tenemos un problema: muchas de las diferencias entre los modos de las primeras iglesias y los de la Iglesia actual no son modificaciones pedidas por la adecuación del espíritu a nuestros tiempos sino más bien desviaciones al espíritu de Jesús.
-Una Iglesia que se preocupa más de sus problemas y su propio status que del hambre y la injusticia del mundo, no vive el Espíritu de Jesús.
-Una Iglesia que ha convertido la cena del señor en un espectáculo ostentoso, celebrado solo por clérigos y en locales espectacularmente costosos, no tiene nada que ver con la humilde celebración alrededor de la mesa de las primeras comunidades.
-Una Iglesia gobernada autocráticamente por personas que se dicen ser representantes del poder Dios mismo no se parece nada a la iglesia asamblearia de sus principios.
–Una Iglesia que excluye a las mujeres y exige el celibato de los sacerdotes no consiste en el número de adeptos ni en su poder económico o en su prestigio social, sino en su capacidad de trasmitir el Espíritu de Jesús.
Conclusión primaria; está muy claro que la Iglesia hoy tiene problemas, pero debería también estarlo que la única vía de solución es repetir la experiencia de las primeras comunidades: obedecer al Espíritu de Jesús, aunque hay que renunciar a tantas cosas que se nos han pegado tan profundamente que nos parece que son fundamentales. Pues no lo son, más bien son traiciones clamorosas al espíritu de Jesús: eso es lo que hace fracasar a la Iglesia.
+ José Ruiz de Galarreta, S.J.