Septiembre 14, 2024

No reducir la pobreza al aspecto económico

 No reducir la pobreza al aspecto económico

‘No estamos con los pobres si no estamos contra la pobreza’

Los pobres son personas sin peso social, que cuentan poco en la sociedad y en la Iglesia. Es así como son vistos, o más bien no vistos. Pues, como excluidos, resultan invisibles en el mundo actual. Los motivos son diversos: por supuesto los de orden económico, pero además el color de la piel, ser mujer, pertenecer a una cultura despreciada o apreciada sólo por su exotismo, que viene a ser lo mismo. Al hablar, desde decenios, de los «derechos de los pobres» nos referíamos a todas esas dimensiones de la pobreza.

Una segunda perspectiva, presente también desde los comienzos, fue la de ver al pobre como ‘el otro’ de una sociedad que se construye contra sus derechos más elementales, ajena a sus valores. Así resulta que la historia leída desde ese ‘otro’, por ej. a partir de la mujer, se convierte en otra historia. Pero ese re-leer la historia se convertiría en pura especulación si no incluyese el re-hacerla. En ese orden de cosas y pese a los obstáculos y limitaciones que se oponen a ello, es firme el convencimiento de que son los mismos pobres los que deben asumir su destino.

No basta con tener conciencia de esa complejidad. Hay que advertir su fuerza interpeladora y hay que considerar la condición del pobre como ‘otro’ en toda su desafiante realidad. Gracias a que nos hemos comprometido con el mundo de la pobreza, en ese proceso nos encontramos con la vivencia -de un modo u otro- de la fe cristiana. La reflexión teológica se nutre de esa experiencia cotidiana y, a su vez, la enriquece.

Se está trabajando arduamente en algunos aspectos importantes de esa complejidad. En esta línea se sitúan los esfuerzos por pensar la fe a partir de la situación secular de despojo y marginación de los diversos pueblos indígenas de nuestro continente y de la población negra incorporada violentamente a nuestra historia desde hace siglos. Hemos sido testigos del vigor que adquiere la voz de estos pueblos, de la riqueza cultural y humana que son capaces de aportar, así como de las facetas del mensaje cristiano que nos permiten descubrir. Sin contar con el diálogo con otras concepciones religiosas que pudieron sobrevivir y que, pese a ser hoy minoritarias, son igualmente respetables, pues son seres humanos los que están comprometidas con ellas y que, sin recrearlas artificialmente, las conservan en su propio acerbo cultural y religioso.

Son también particularmente exigentes las reflexiones teológicas que provienen de la inhumana y, por consiguiente, inaceptable condición de la mujer en nuestra sociedad, en especial la que pertenece a los estratos sociales y étnicos a los que acabamos de referirnos. Dichas reflexiones son realizadas sobre todo por mujeres, pero nos cuestionan a todos, en especial cuando se hace una relectura bíblica desde la condición femenina. No se trata, como algunos acaso piensen, de defender antiguas culturas fijadas en el tiempo y que el devenir histórico habría superado. La cultura es creación permanente. Lo vemos en nuestras ciudades, crisol de razas y culturas en sus niveles más populares, pero a la vez espacio de crueles y crecientes distancias entre los diferentes sectores sociales que las habitan.

Este universo en proceso, que en gran parte arrastra y transforma los valores de las culturas tradicionales, condiciona la vivencia de la fe y constituye un punto de partida histórico para la reflexión teológica. No obstante, el discurso sobre la fe no debe perder de vista el terreno común del que parte y en el que discurre nuestra reflexión teológica: el de los ‘insignificantes’, el de su liberación integral y el de la buena nueva de Jesús dirigida preferentemente a ellos.

Hay que evitar que la necesaria y urgente atención a los sufrimientos y esperanzas de los pobres dé lugar a búsquedas ineficaces de cotos teológicos privados, que sería fuente de exclusividades y desconfianzas. En lo esencial, se trata del combate cotidiano por la vida, la justicia y los valores culturales y religiosos de los desposeídos. También por su derecho a ser iguales y al mismo tiempo diferentes.

Gustavo Gutiérrez, OP

Publicado en Revista “Reflexión y Liberación” n° 122 / Santiago de Chile

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