La guerra:Degradación humana
Para todos está claro que hay un crecimiento flagrante de la arrogancia y la violencia en nuestra sociedad y entre los pueblos, y que una guerra de mayores proporciones es cada vez más probable en comparación con los trágicos conflictos que ya están en marcha.
Como destacó el Papa Francisco, nos estamos acostumbrando a un clima de guerra que es un preludio de la Tercera Guerra Mundial, que ya no se libra poco a poco. La referencia a un derecho internacional y a una organización supranacional que podría mediar entre las contrapartes ha sido eliminada desde hace años; se ha eliminado la práctica e incluso la palabra ‘diálogo’; ‘escuchar al otro’, ‘negociar’…
Ya ante nuestros ojos cada vez menos vigilantes, se ha levantado el tabú, oficial desde hace décadas, de la imposibilidad de una guerra nuclear, y los países capaces de desencadenarla se están preparando para ello, suscitando reacciones iguales y opuestas. Estos países productores y poseedores de grandes arsenales, canalizan desde hace años parte de su potencial bélico hacia aquellos lugares donde el conflicto ya está en pleno apogeo, principalmente Ucrania y Oriente Medio: Por total hipocresía no nos atrevemos a Pensar en cuántos civiles y, más ocasionalmente, cuántos militares ya han muerto como resultado de los productos de nuestro sistema militar-industrial.
En un planeta donde se ha desencadenado un trágico proceso de degradación ecológica, se incurre en gastos disparatados para destruirse y matarse unos a otros. Frente a todo esto, que sólo es inevitable para quienes denigran la dignidad humana, si el ciudadano medio se distancia de lo dicho por un doloroso malestar, por mi parte, siempre que tenga la libertad de hacerlo, quiero Reaccionar elevando el tono de mi voz. Mi avanzada edad y el conocimiento de nuestra historia contemporánea me ayudan.
Como ya nos enseñan dolorosaamente la primera y la segunda guerra mundial y lo que las preparó y luego las siguió, luego la guerra fría y nuevamente la llamada ‘guerra infinita’ con sus consecuencias duraderas, el poder político y económico sólo consiguen mantenerse durante mucho tiempo gracias a la guerra y al sentimiento de legitimación que los millones de víctimas producen en el pueblo frente al ‘enemigo’.
La ideología del bienestar, de la libertad y de la independencia de la propia nación, amenazada por la maldad y los intereses ajenos, engaña a sus propios partidarios en favor de los pocos a quienes esta interpretación de las cosas les aporta una ventaja real, por trágica que sea; es egoísta.
Son los políticos, los que conspiran con las elites y con las llamadas ‘potencias fuertes’, quienes, despreciando el bien común y de las personas concretas, se convierten en partidarios del sistema, alimentando en consecuencia (no siempre conscientemente) esa moral y degradación espiritual, ese empobrecimiento de la calidad de vida social y esa plausibilidad de la guerra abierta como (falsa) solución a una situación cada vez más insostenible.
La destrucción de la institución educativa como lugar de educación para las nuevas generaciones, de la sanidad pública sólo disponible para los ricos, del sistema jurídico totalmente obstruido por cortocircuitos y excepciones legales, la ‘corrección política’ que desorienta y degrada y mucho más, alimenta una mentalidad apocalíptica que encuentra en la ‘guerra’ la única posibilidad desesperada, incluso por parte de las víctimas de estos sistemas sociales, afectados por el plagio de una minoría desvergonzada, autosuficiente y sin embargo esquiva.
Pero, hay un deber supremo que los ciudadanos y cristianos debemos aprender, y es el de obedecer a Dios antes que a los hombres, única manera de redimirnos de la violencia endémica de la historia y de construir la anhelada Paz.
Giuseppe Pierantoni – Roma