Noviembre 22, 2024

María Magdalena;  ‘Apóstola de los apóstoles’

 María Magdalena;  ‘Apóstola de los apóstoles’

En el libro de la Pistis Sophia, encontramos algo interesante: Jesús se aparece a los “Doce apóstoles” y a las “Siete discípulas”, de las cuales sólo se nombra a María Magdalena, que le habían seguido desde Galilea (l8), y de las que parece que los libros del Nuevo Testamento se olvidan. Es muy llamativo que estas mujeres del Evangelio, incluida María Magdalena, no sean citadas en los Hechos u otros libros canónicos.

El obispo de Vercelli, Atto, no sería el único en considerar a Febe “Ministra”; Abelardo, apoyándose en Casiodoro y citando a Claudio, dice: “Este texto enseña con autoridad apostólica que también las mujeres han sido constituidas para los ministerios de la Iglesia; en este servicio fue puesta Febe en la iglesia que está en Cenchris…” El mismo autor dirá en otro lugar, refiriéndose a Junia, que fue “una mujer apostólica”, en el sentido genuino del término (l9). Tabita (Hch. 9, 36), Lidia (Hch. 17, 12), Prisca (Rom. 16, 3), Evodia y Sintica (Flp. 4, 3) y otras, merecerían nuestra atención detallada (20) .

Podríamos seguir evocando y analizando a otras muchas mujeres del Nuevo Testamento, pero no cabe duda de que María Magdalena, en la que Duns Scoto, al elaborar su tesis precisamente en contra del sacerdocio de las mujeres, veía una “excepción”, como “un privilegio personal llamado a extinguirse con ella”, es por lo tanto la más significativa y en ella encontramos representadas a las demás.

Las fuentes para conocer a esta mujer son sin duda los Evangelios, y desde éstos nos aproximaremos a ella en el capítulo siguiente. Pero los libros apócrifos gnósticos y textos de Nag Hammadi, escritos durante los siglos II y III, nos aportan también una interesantísima y a menudo desconocida información sobre las mujeres en general y María Magdalena en particular. Descubrimos el papel que estas fuentes le reconocen en la primitiva comunidad, no siempre al unísono con Pedro.

Según el Evangelio de Felipe, “había tres que siempre iban con el Señor, su Madre y su hermana y María Magdalena, que fue llamada su compañera (2l). “La Sofía -a quien llaman la estéril- es la madre de los ángeles, la compañera de Cristo, María Magdalena”.

Ella aparece participando activamente en el círculo de Jesús y sus discípulos; en el libro de la Pistis Sophia, de las cuarenta y seis veces que los discípulos preguntan a Jesús, treinta y nueve son intervenciones de María Magdalena, y ella ocupa también un lugar muy destacado en las interpretaciones (22). En el mismo libro, se afirma que María Magdalena y Juan el virgen serán “superiores a todos los discípulos…” (23). Y leemos en el Evangelio de Felipe: “le dijeron: ¿por qué la quieres más que a nosotros?…” El Salvador respondió y les dijo: “¿a qué se debe el que no os quiera a vosotros como a ella?”.

Esta predilección evidente de Jesús va provocando una fuerte tensión entre María y algunos discípulos, principalmente Pedro, que se siente amenazado por esta mujer: “Señor mío, no podemos soportar a esta mujer porque habla todo el tiempo y no nos deja decir nada”. María se queja porque “Pedro odia a las mujeres” (24). En el Evangelio de Tomás, la conflictividad se eleva: “Simón Pedro les dijo: que salga María de entre nosotros, ya que las mujeres no son dignas de la vida”, pero Jesús no piensa lo mismo: “pues, yo haré que ella se vuelva varón para que también se convierta en espíritu viviente como nosotros, los varones, porque toda mujer que se haga varón entrará en el Reino de los Cielos” (25). Evidentemente, la interpretación de la superación de los sexos en el mito del andrógino primitivo nos llevaría excesivamente lejos y no es este el lugar de hacerlo, por muy interesante que resulte. Pero lo que está claro es que María no es excluida o rechazada por Jesús como pretende Pedro sino todo lo contrario, ocupa un lugar privilegiado.

El mayor grado de conflictividad se refleja en el Evangelio de María Magdalena. Faltan muchas páginas del texto original, pero existen las suficientes como para percatarnos de que María era una figura central de la primitiva Iglesia. Cuando Jesús se ausenta, los discípulos quedan entristecidos y anonadados. María interviene y les hace una revelación completa de lo que Jesús le había enseñado (9, 12 ss.). Pedro le dice: “Hermana, sabemos que el Señor te prefiere a las otras mujeres, háblanos de las palabras del Salvador que conserves en tu memoria, las que tú conoces pero que nosotros no hemos conocido o no hemos oído”. Entonces, María responde: “Os voy a anunciar lo que os está oculto”; y comienza a relatar la revelación que le ha sido hecha: María tiene una visión del Señor (aquí, desgraciadamente, faltan páginas) y continúa la explicación, lo que provoca una reacción violenta en Andrés y sobre todo en Pedro: “Entonces, ¿ha hablado en privado (Jesús) con una mujer antes de hacerlo con nosotros y los demás, en secreto? Entonces, María se puso a llorar y dijo a Pedro: Pedro, hermano mío ¿qué estás pensando?, ¿crees que yo sólo he tenido estos pensamientos o miento acerca del Salvador? Leví tomó la palabra y dijo a Pedro: desde siempre eres un temperamento ardiente, te veo ahora argumentar contra la mujer como contra un enemigo. Sin embargo, si el Señor la ha hecho digna ¿quién eres tú para rechazarla? Sin ninguna duda el Señor la conoce de manera indefectible. Por eso el Señor la ha amado más que a nosotros. Tengamos más bien vergüenza y revistámonos del Hombre perfecto, engendrémoslo en nosotros como Él lo ha mandado y proclamemos el Evangelio no imponiendo otra regla ni otra ley que la que ha prescrito el Salvador” (26).

Ahora, solamente querríamos subrayar la trascendencia de esta mujer en la primitiva Iglesia así como la situación conflictiva y tensa por el relieve que adquieren las mujeres simbolizadas en ella, ya que la tensión que subyace refleja también una polémica a propósito de la representatividad de las mismas. Esta tensión con los discípulos se personifica más fuertemente en el antagonismo entre “el Príncipe de los apóstoles” y la mujer más significativa del Evangelio, precisamente como consecuencia de la situación privilegiada de María Magdalena, al ser la más amada de Jesús y objeto de “revelaciones secretas”.

Es muy importante que nosotros/as también nos fijemos en el hecho de que, en los albores del cristianismo, hubo dificultades respecto a la inclusión de las mujeres personificadas en María Magdalena. Y también podemos formular una pregunta: ¿tendría algo que ver todo esto con la circunstancia de que los demás libros del Nuevo Testamento eviten toda referencia a María Magdalena y “las otras mujeres” que, indudablemente, no se olvidaron ya de Jesús ni de su Evangelio cuando Él subió al Cielo? Desde luego, así quizás se podría entender mejor aquello que dice Duns Scoto respecto a María, que como “apóstola” “es un privilegio que se extingue con ella”, pero ¿por qué se extinguió?, ¿por qué en el Nuevo Testamento ya se silencia su nombre?, ¿cómo entender estas tensiones y la forma de resolverlas?

María Magdalena fue reconocida por los Padres de la Iglesia, y la liturgia oriental aún lo mantiene, como “Apóstol de los apóstoles”, pero este reconocimiento no alcanza, en la praxis posterior eclesial, más significado que el de un título meramente honorífico. No lo vemos reflejado ni en la teología bíblica ni en la práctica a la hora de conceder representatividad a las mujeres. Eso sí, la tradición y la devoción han visto en esta mujer algo especial, no siempre relacionado con la “pecadora y arrepentida”; la iconografia también nos lo indica.

Curiosamente existen representaciones de la “Asunción de María Magdalena” (s. XVIII), en lugares como el Santuario de Carona cerca de Lugano (27). Muy anterior aún (finales de la Edad Media) es la representación que se puede contemplar en un retablo precioso que le está dedicado, en el que aparecen diferentes escenas de su vida, y en el centro la Asunción de la Santa que está en el ahora museo del monasterio de Clarisas de Pedralbes en Barcelona.

La influencia de esta mujer debió de ser enorme. Quizás, por su excesiva “peligrosidad” se fue acentuando en la tradición el aspecto de “pecadora arrepentida”.

Hna. María José Arana / Doctora en teología por la Universidad de Deusto

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