Regresar a Jesús de Nazaret
El Reino de Dios tiene claras señales de presencia en este mundo secular. Sin embargo, al mismo tiempo es una contestación profética de sus estructuras, visiones e ideologías.
Según el testimonio de los Evangelios, Jesús habla continuamente del Reino de Dios. Sin embargo, nunca da una definición. A quien le pregunta ‘cuándo vendrá el Reino de Dios’, él responde que, aunque esté entre nosotros o dentro de nosotros, no puede situarse ‘aquí’ ni ‘allá’ (Lc 17,20-21).
No hay nada más urgente y más necesario que un cristiano pueda hacer para hacer presente el Reino de Dios hoy, si es cierto, como es, que el Reino de Dios es la persona misma de Jesús.
Sólo una Iglesia formada por cristianos que no se relacionan con una idea o un modelo moral al que se adaptan, sino con la persona viva de Jesucristo, es capaz de hacerlo.
Se necesita, por tanto, una Iglesia marcada esencialmente por la experiencia y el contacto con Jesús y en la que la belleza, el estilo y la libertad del Hombre de Nazaret brillen hasta fascinar a las personas.
Es posible que esto requiera una verificación decisiva, una autocrítica valiente y una revisión radical de la vida de nuestras comunidades parroquiales.
Pero para hacer presente el Reino de Dios en el mundo, necesitamos un cristianismo que habite el mundo ejerciendo una actitud hospitalaria hacia la humanidad y la historia (compañía) y, al mismo tiempo, capaz de indicar lo que está más allá y en otro lugar (profecía). .
Necesitamos un cristianismo de mujeres y hombres con los ojos abiertos. Ver el mal presente en el mundo en todas sus formas personales y estructurales y contrarrestarlo con determinación. Ver el sufrimiento y la necesidad de las personas con las que te encuentras y, como el samaritano de la parábola, hacerte cargo de ello. Porque no se puede creer en Dios y permanecer ciego ante el dolor del mundo.
Los cristianos son ‘místicos con los ojos abiertos’. El suyo -como escribe un gran teólogo contemporáneo- es ‘una mística que busca el rostro, que conduce ante todo al encuentro con los otros que sufren, al encuentro con los rostros de los desdichados y de las víctimas’.
Compañía y Profecía, opuestas a la vez a la evasión de la historia y a la contaminación acrítica en ella, permiten a los cristianos experimentar la tensión propia del Evangelio y de la lógica del Reino de Dios, escapar de la tentación de guetizarse en categorías religiosas que reducen la fe y la Iglesia en ciudadelas defensivas respecto a la vida real.
Hoy los cristianos no pueden limitarse a permanecer fieles al pasado. Tienen la exigente tarea de mantenerse dentro del tiempo secular, liberándose de todo moralismo negativo y, en cambio, animándose con actitudes proactivas de encuentro, diálogo y anuncio. Por supuesto, cuestionando también los propios lenguajes, la organización de las estructuras eclesiales y el propio modelo parroquial, superando así cualquier forma de resignación o pesimismo, abrazando una visión audaz y creativa.
Sobre todo, se pide a los cristianos que aporten su contribución para superar la pereza pastoral que parece infiltrarse en las comunidades y que, si no se contrarresta, socava como un mal oscuro la tarea fundamental de la Iglesia: dar testimonio, con palabras y con hechos, en en la actual era secular el potencial humanizador del Reino de Dios.
Andrea Lebra – Roma