El Papa del Opus Dei

 Recuerdo que Juan Pablo II fue el Papa que acogió y promovió el Opus Dei hasta lo más alto de la estructura jerárquica de la Iglesia.

Y ni siquiera si afirmo que hay quienes creen -con el conocimiento derivado del tiempo transcurrido desde entonces- que lo hizo debido a la sorprendente “deriva” de la Compañía de Jesús durante el mandato del Padre Arrupe (1965). -1982), sobre todo, a partir de la Congregación General de los Jesuitas en 1974. Esa “deriva” no fue de su agrado, en particular por la centralidad que la justicia y la opción por los pobres comenzaron a tener entre los jesuitas en todos esferas de lo humano y la posterior reubicación del famoso cuarto voto de obediencia al Papa según estas preferencias.

Según esta interpretación, es muy probable que este reposicionamiento – percibido como una deriva equivocada por parte de Juan Pablo II – hubiera significado que el servicio prestado hasta entonces al obispo de Roma por la Compañía de Jesús hubiera sido confiado al Opus Dei, obviamente con las adaptaciones oportunas.

Estemos o no de acuerdo con esta interpretación, lo cierto es que, más allá de la problemática relación de Juan Pablo II con los jesuitas (recordemos su intervención en el nombramiento del padre P. Dezza en 1982 como su delegado personal al frente de la Compañía), el servicio, hasta entonces prestado por ellos, quedará encomendado en primer lugar al Opus Dei y, posteriormente, a los llamados “nuevos movimientos“.

Lo que creo alcanza su cumplimiento con dos decisiones muy importantes de su pontificado: la promulgación de la constitución apostólica Ut sit (1982) y el reconocimiento pontificio de los “nuevos movimientos” tras el Sínodo de 1987.

A partir de ahora, Juan Pablo II contará con un nutrido grupo, tanto sacerdotal como laico -Opus Dei-, que llenará plenamente el vacío dejado por la Compañía de Jesús y experimentará un crecimiento inusitado.

Jesús Martínez Gordo / Doctor en Teología Fundamental y Profesor en la Diócesis de Bilbao