El demonio entra por los bolsillos
Un fuerte remezón ético vive el actual gobierno y sus partidarios. Remezones que también los han vivido los gobiernos anteriores y los diversos partidos políticos.
No se trata de jugar al empate, sino de reconocer que la corrupción y otros problemas éticos son transversales. El hecho de tener tales o cuales ideas políticas, no hace que las personas sean mejores, sino que sólo nos hace mejores la adhesión práctica a un cuadro valórico que ponga a la persona y el bien común al centro de todo, sin importar las ideas políticas de cada uno. Cuando se pierde ese horizonte valórico, se relativiza la ética y todo queda expuesto a la mercantilización de la sociedad y a la búsqueda de mezquinos intereses de personas o grupos.
En cualquier época y cultura, en cualquier lugar del mundo, la ley y el orden -y la disciplina social que implican- son una de las condiciones indispensables para la convivencia entre las personas y para el desarrollo de una sociedad, así como para una respetuosa relación con el medio ambiente del cual formamos parte. El oscurecimiento y la relativización del marco valórico no sólo nos conduce a la corrupción y sus trampas, sino a la barbarie, a la ley del más fuerte y del más pillo, y al descalabro ecológico que padecemos en estos días. El oscurecimiento de la ética nos conduce a una era de tinieblas en la convivencia social y medioambiental.
Lo que significa la mercantilización de la sociedad es lo que afirma la expresión popular que el Papa Francisco ha usado en varias ocasiones: “el demonio entra por los bolsillos”, y que se traduce en que la economía, especialmente la especulación económica, dicta los rumbos de la vida de las personas, de la política y de la sociedad como conjunto. En esta mercantilización de la vida, todo queda al arbitrio de la habilidad de quienes manejan el capital, o entregado a la pillería de quienes buscan el resquicio de las leyes. Así, la competitividad y el consumo sin límites son los valores dominantes, y la solidaridad prácticamente desaparece, quedando sólo posible como una práctica individual de algunas personas altruistas. En la vida de las mayorías excluidas y que buscan sobrevivir como mejor pueden, se revelan los rasgos de crueldad que tiene este eclipse social de la ética.
Ante el oscurecido panorama ético se requiere una reacción decidida, no sólo del estado y las autoridades, sino de cada institución de la sociedad, y -sobre todo- de cada persona, para convivir entre nosotros y con el medio ambiente de un modo humano y que pueda ser asumido por todos.
La experiencia de la pandemia que hemos vivido nos ofrece una potente luz para enfrentar el eclipse social de la ética. La pandemia nos ayudó a todos a tomar una viva conciencia de que nadie se salva solo, y que sólo la solidaridad nos permite salir adelante; por eso, allí brillan algunas luces éticas que podemos acoger. No podemos perder de vista u “olvidar” esos importantes aprendizajes sociales.
Es necesario cultivar, en primer lugar, una ética del cuidado mutuo. El cuidado que significa una relación amigable y amorosa con las personas y la realidad. El cuidado mutuo es una mano extendida para la solidaridad y no un puño cerrado para cualquier forma de dominación o egoísmo. En el centro del cuidado está la vida de todos y de toda la vida. De una ética del cuidado mutuo emerge la solidaridad como valor fundamental, y todas las prácticas sociales que de ella se derivan.
Otra luz en un camino de consistencia humana es la ética de la responsabilidad universal. O asumimos juntos, responsablemente, el destino de nuestra sociedad, de nuestro país o todo se vuelve el reino del individualismo egoísta. La crisis ecológica muestra con claridad que sin una ética de responsabilidad universal vamos en un camino sin retorno hacia un despeñadero planetario. Todos somos responsables de la sostenibilidad de los ecosistemas para que todos podamos seguir viviendo juntos con todas las formas de vida. Lo mismo ocurre en la convivencia social y política, todos somos responsables de enfrentar la corrupción.
También, de los aprendizajes de la pandemia podemos rescatar la importancia de una ética de la justicia para todos. La justicia es el derecho mínimo que reconocemos a otros de que puedan seguir existiendo y recibiendo lo que les toca como personas. De allí que todas las instituciones deben ser éticamente consistentes para evitar los privilegios de algunos y las exclusiones de muchos.
Estas son sólo algunas pistas de los aprendizajes éticos que nos dejó la pandemia, y que están al alcance de todos. Lo importante es que cada persona y cada institución asuma con seriedad y consistencia el cuadro valórico de la convivencia social, si no, el demonio seguirá entrando por los bolsillos y nos conducirá -cada vez más- a la barbarie e inhumanidad.
Marcos Buvinic / Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y liberación