Jesús está con nosotros / Pagola
Cuando nos encontramos con un hombre necesitado, despreciado o abandonado, nos estamos encontrando con aquel que quiso solidarizarse con ellos de manera radical.
Mateo no ha querido terminar su narración evangélica con el relato de la Ascensión. Su evangelio, redactado en condiciones difíciles y críticas para las comunidades creyentes, pedía un final diferente al de Lucas.
Una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión podía crear en aquellas comunidades la sensación de orfandad y abandono ante la partida definitiva de Jesús. Por eso Mateo termina su evangelio con una frase inolvidable de Jesús resucitado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Esta es la fe que ha animado siempre a las comunidades cristianas. No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. Cristo está con nosotros. En momentos como los que estamos viviendo hoy los creyentes es fácil caer en lamentaciones, desalientos y derrotismo. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar: él está con nosotros.
Los obispos, reunidos con ocasión del Concilio Vaticano II, constataban la falta de una verdadera teología de la presencia de Cristo en su Iglesia. La preocupación por defender y precisar la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la eucaristía ha podido llevarnos inconscientemente a olvidar la presencia viva del Señor resucitado en el corazón de toda la comunidad cristiana.
Sin embargo, para los primeros creyentes, Jesús no es un personaje del pasado, un difunto a quien se venera y se da culto, sino alguien vivo, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la comunidad creyente.
Cuando dos o tres creyentes se reúnen en su nombre, allí esta él en medio de ellos. Los encuentros de los creyentes no son asambleas de hombres huérfanos que tratan de alentarse unos a otros. En medio de ellos está el Resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora. Olvidarlo es arriesgarnos a debilitar de raíz nuestra esperanza.
Todavía hay algo más. Cuando nos encontramos con un hombre necesitado, despreciado o abandonado, nos estamos encontrando con aquel que quiso solidarizarse con ellos de manera radical. Por eso nuestra adhesión actual a Cristo en ningún lugar se verifica mejor que en la ayuda y solidaridad con el necesitado. «Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».
El Señor resucitado está en la eucaristía alimentando nuestra fe. Está en la comunidad cristiana infundiendo su Espíritu e impulsando la misión. Está en los pobres moviendo nuestros corazones a la compasión. Está todos los días, hasta el fin del mundo.
José Antonio Pagola / Bizkaia