Abusos: el dolor de la Iglesia
Breve resumen del libro: ‘El dolor de la Iglesia ante los abusos’ / Pazzini Editore – Roma. Algo más de cien páginas que se pueden leer con gran interés y participación. En busca de la verdad y la justicia. En signo de conversión y de esperanza.
Comenzamos con el sincero testimonio del obispo emérito de Nanterre, Gérard Daucourt. Su confesión fue clara y sin titubeos: «Nosotros, obispos, debemos reconocer nuestros errores, nuestra ignorancia, nuestros miedos, nuestras temeridades y aceptar que nuestras graves negligencias han sido percibidas con razón como un encubrimiento y un abandono de las víctimas a su sufrimiento». Su pensamiento se dirige a las víctimas de los abusos: “Nuestra responsabilidad episcopal permanece frente a las víctimas… Hemos reconocido también nuestra incapacidad (¿o nuestra negativa?) a acoger el sufrimiento de las víctimas”.
Pero su pensamiento también se dirige a los culpables, a los abusadores. Qué hacer con ellos? “Según la ley, los pedófilos son criminales. Deben ser arrestados, juzgados y condenados”, dice Mons. Daucourt, pero “la Iglesia debe permitir que el pecador se convierta y reviva prestándole toda la ayuda posible”. He aquí su relato sobre el nacimiento de la “Pequeña Betania”, una casa donde sacerdotes que han conocido fracasos, infidelidades y heridas, “viven en la discreción y en la esperanza”, ayudados material, psicológica y espiritualmente.
La segunda voz del texto es la del P. Amedeo Cencini. Antes de proponer sus reflexiones, define la intervención de monseñor Daucourt como «breve, densa, original y estimulante».
Por su parte, el Padre Cencini ofrece su aporte hablando como formador y como psicólogo/psicoterapeuta. Y lo hace tocando algunos puntos cruciales en materia de responsabilidad. A partir de la formación: «¿Fue una formación adecuada y completa? ¿Ayudaba a la persona a hacer la verdad en sí misma y luego hacer una elección verdaderamente libre?… ¿Era una formación que luego proseguía en el camino de la vida?».
Luego subraya la responsabilidad de la comunidad en relación con estas derivas escandalosas, escribiendo que «el escándalo de unos pocos es consecuencia de la mediocridad de muchos. Como si hubiera una complicidad secreta entre el grupo y los individuos».
Lograr la responsabilidad hacia las víctimas. Una observación: “la gran mayoría de los sacerdotes abusadores nunca han pedido directamente perdón a la víctima abusada”, mientras que “la petición de perdón del abusador es un deber de este último y un derecho del abusado “.
¿Qué caminos tomar para sanar la herida del abuso tanto como sea posible? Hay que empezar –como se está haciendo– por una “operación de verdad”, reconociendo y denunciando el mal y no esperando a que “los otros” (medios de comunicación, opinión pública…) nos obliguen a admitir los hechos. Es necesario entonces examinar detenidamente los procesos formativos iniciales y permanentes y mostrar la capacidad de sufrir con y por la víctima, aceptando la vergüenza y la humillación por el mal cometido y teniendo la valentía de pedir perdón en público y en privado.
Necesitamos crear una cultura anti-abuso , recordando que un clima de mediocridad general es terreno fértil para la proliferación de abusos; que una determinada forma de ejercer el ministerio (autorreferencial y narcisista) es ya en realidad un “estilo abusivo”; que debemos huir del poder de la mediocridad ; que el sacerdote, hombre de lo sagrado, que vive en una relación asimétrica que lo coloca desde el principio en una posición de superioridad, no debe por ello abusar de la dignidad de las personas, especialmente si son menores o vulnerables.
La tercera entrada del texto, del teólogo Andrés Torres Queiruga, desplaza el foco “hacia la posibilidad del celibato facultativo de los sacerdotes”. Este es el título de su discurso.
Tras analizar el valor de los votos en la vida religiosa, entra específicamente en el tema del celibato en relación con el sacerdocio ministerial, preguntándose si “no sería más razonable y evangélicamente conveniente tomar la decisión pastoral de suspender este requisito y también admitir la ordenación de hombres casados”. Esta cuestión -señala Queiruga- no debe ser pensada como “un capricho individual” ni como un ceder a la “moda”.
Debemos partir de la afirmación compartida de que “no existe una conexión intrínseca entre la necesidad del celibato y la opción del sacerdocio ministerial”, para luego preguntarnos si, en el contexto actual, conviene mantener o no la obligación del celibato. Por eso hay que tener en cuenta la historia, la psicología y la sociología, sin limitarse a repetir la tradición. En definitiva, “la verdadera cuestión de exigir o no el celibato para el sacerdocio ministerial consiste en un discernimiento práctico-pastoral ”.
¿Qué propone exactamente el autor? La legitimidad y conveniencia de admitir también “la ordenación de sacerdotes casados”. Y dice estar convencido de que ha llegado el momento de dar este paso.