Inseguridad, delito y neoliberalismo
Fernando Astudillo Becerra[1].-
A modo de introducción.
El cruel crimen cometido contra la vida de la Sargento Rita Olivares ha puesto nuevamente en las noticias y en los discursos políticos el tema de la delincuencia, la falta de seguridad y la violencia.
Pese a los dichos de la derecha política, difícilmente alguien identificado con la paz y la no violencia pueda justificar tamaño crimen; es condenable absolutamente y no queremos muertes violentas, ni de civiles, ni de Carabineros.
Parece una cuestión unánime en la sociedad reconocer que la labor de la policía es fundamental para dar seguridad y construir paz social en ella. Eso nos lleva a preguntarnos ¿Cuál o qué policía es la que necesitamos? ¿Cuáles deberían ser sus características, su formación y sus procedimientos?
La respuesta no parece ser dificultosa: necesitamos una policía identificada y respetuosa de los derechos humanos en su formación, su filosofía, su misión y en sus procedimientos, cuestión de la que está lejos Carabineros de Chile.
La historia jamás podrá borrar los crimenes de esta institución, los que han sido regulares y sistemáticos en el tiempo: no hay que retroceder muchos años para encontrarse con las peores formas de abuso policial, por ello, en un momento, su reforma fue un clamor popular. Requerimos de una policía que no vea al pueblo y sus manifestaciones, los y las trabajadores, los estudiantes, los migrantes, los jovenes los pobres, los indígenas, el mundo LGBTIQ+, las personas afrodescendientes como los enemigos del orden instituido.
Hay que respaldar a la policía y su accionar en pos de la persecusión del delito y el resguardo del orden público, pero solo mientras su actuar se inscriba en la legalidad y en el respeto de los derechos humanos. No se pueden respaldar acciones de los cuerpos policiales que violan los derechos fundamentales.
Un discurso insustancial.
Para contribuir en la construcción de una efectiva superación de la inseguridad y del delito, no hay que sumarse al discurso de la derecha política y económica, que repite como cantinela dos ideas:
Primero, responsabilizar al gobierno del Presidente Boric sin matices, desconociendo la responsabilidad de sus gobiernos y sus sistemas de organización social en el combate del delito, emplazándolo a un respaldo amplísimo de la policía (respaldo que ha sido tácitamente reconocido por el propio General Director de Carabineros en declaraciones recientes). Sin embargo no se puede respaldar el uso abusivo de la fuerza, la tortura y los apremios ilegítimos, las detenciones arbitrarias, el plan huracán, los sucesos del caso de Camilo Catrillanca, el “pacogate”, el caso de la senadora Campillai, las miles de violaciones a los derechos humanos cometidas durante la revuelta social de octubre de 2019 y un lamentable y demasiado largo etc.
En segundo lugar, se identifica unívocamente a cada individuo/a pobre como el único/a responsable de la inseguridad y del delito, sin tomar en cuenta el contexto, es decir, sin intentar responder las preguntas: ¿Por qué sucede lo que sucede?, ¿Cuáles son los problemas de fondo que aquejan a nuestra sociedad?, ¿Cómo estos inciden en la delincuencia y en la inseguridad? Esta perspectiva ha sido sostenida y difundida por los medios de comunicación y los supuestos especialistas en “seguridad ciudadana”. En todos ellos, se lee el mismo discurso sobre la delincuencia, que no la analiza como un problema social y que pareciera solo buscar provocar miedo en la población. El resultado de esto es el surgimiento y la legitimación de la solicitud de mayor represión.
La “guerra a la delincuencia” se presenta como ¡la forma! de solución al delito y la inseguridad.
Se ha establecido casi como un dogma, que hoy parece ser mayoritario en la opinión pública, la maldad individual de las personas que delinquen. Consecuentemente con ello, se exige la necesidad de más policías, más facultades represivas, más equipamiento y penas más duras. Sin embargo este es un juicio sin base científica, ni siquiera técnica; sino una ideología que no es más que una forma básica de eludir la responsabilidad sobre las consecuencias que genera en la sociedad un sistema de mercado como el que desde hace décadas vivimos.
Esta es la visión de la criminalidad desarrollada desde el Neoliberalismo, que elimina el contexto del fenómeno, sin responder ninguna de las preguntas que en párrafos anteriores formulamos. Al guiarse por esa forma de concebir la delincuencia se pretende hacer desaparecer tanto la marginación establecida por este mismo sistema, como sus consecuencias en las áreas culturales, económicas y sociales[2].
La Marginación socioeconómica y los niveles de delincuencia.
No hace falta ser especialista para saber que existe una relación directa entre los grados de marginación socioeconómica y los niveles de delincuencia en las sociedades modernas. La realidad de nuestro país y de diversos paises hermanos nos dice que, más allá de la cantidad de recursos destinados a reprimir el delito, éste sigue presente y se acrecienta en aquellas sociedades donde ha sido impuesto el modelo cultural, económico, social y político neoliberal. Y peor aún, en una muestra del fracaso de una política solo represiva, el fenómeno delictivo se ha extendido muy peligrosamente a los jóvenes adolescentes y hasta preadolescentes[3].
Son múltiples los factores de riesgo que generan las condiciones de criminalidad, de modo general: falta de empleo, vivienda, salarios insuficientes, inestabilidad laboral, educación deficiente, crisis en los partidos políticos y formas de gobierno, su corrupción y cada vez más notoria impunidad, abuso de poder, falta de oportunidades, entre tantos.[4]
Por todo lo anterior, es imposible hablar de la inseguridad y de la delincuencia sin hacer referencia al modelo económico imperante, los/as tecnócratas han querido presentar a la economía capitalista, falazmente, como un conjunto de modelos técnicos, por tanto, neutrales y objetivos. Dicho modelo, junto con explicar las conductas productivas, culturales, sociales de los grupos humanos, al ser aplicado incide en los modos de vida, los valores y la forma de organización de las personas, las comunidades y la naturaleza.
Al hablar del capitalismo se debe tener en cuenta que se trata de un proyecto de sociedad construido por medios políticos, realizado en base a los conceptos de propiedad privada de los medios de producción, subsidiaridad del Estado, competencia e individualismo. En ese proyecto, lo más importante es lo material y el consumo ojala ilimitado. De esa manera, toda actividad sociocultural debe ser puesta al servicio y en función del consumismo. Así se termina por subsumir a toda la sociedad y transformarla en una sociedad de mercado[5].
En la actualidad, el neoliberalismo se ha encargado de acrecentar la exclusión y desigualdad del liberalismo original. Se ha empequeñecido al Estado, minimizándose o eliminando los servicios sociales, transformados en mercancías, instalándose legalmente una discriminación en favor de los más ricos y del gran empresariado, ya que el sistema insta a los grandes agentes ecónomicos a perseguir el máximo lucro posible. Así, se tiene como corolario un constante bajo nivel de los salarios junto a un constante alto precio de todas las mercancías, mercantilizando incluso los derechos como salud, educación y vivienda.[6]
La Marginación estructural.
En Chile la marginación estructural consecuencia del neoliberalismo ha implicado que las llamadas “poblaciones” terminen por convertirse en verdaderos ghettos.
“Esas poblaciones marginadas se caracterizan por diversas consecuencias adversas derivadas de su condición: altos niveles de pobreza, cesantía, subempleo o acceso preferente a trabajos mal remunerados, mala calidad de la salud, educación y vivienda, hacinamiento, incidencia importante de trastornos psicológicos, ambientes violentos y con altos niveles de estrés, ausencia del más mínimo concepto de urbanización, consumo y tráfico de drogas, etc. En consecuencia, un aumento de la delincuencia en general.
De esa forma, el ser desplazado/a y mantenido/a al margen de los recursos económicos y de las oportunidades sociales, es diferente de la mera condición de pobreza material o del tener poco dinero y pocos objetos. Por ejemplo, un/a delincuente puede conseguir bienes materiales y dinero por medio de sus crímenes, y ser igualmente un/a marginado/a y/o marginal. La marginación, una de cuyas partes fundamentales es la carencia material, da lugar a lo que se podría definir como una situación de precariedad general y constante. Es decir, las condiciones estructurales de marginación se expresan en todos o casi todos los ámbitos de la vida cotidiana, al punto que pueden llegar a ser consideradas o internalizadas por quien las vive como normales y sin mayores posibilidades de variación”[7].
El neoliberalismo establece la marginación estructural: instaura y ensalza el consumismo como valor social, y lo hace a través de lo político y de lo publicitario, que justifica y difunde la sociedad de consumo.
A modo de conclusión.
La relación entre la marginación y los incentivos sociales se puede constatar al comprobar que los delitos cometidos mayoritariamente por los/as jóvenes son contra la propiedad, como hurtos y robos. En la población, dentro del grupo de pares, esta estrategia ilegal entrega una oportunidad para acceder a bienes y/o para obtener el dinero para hacerlo, acceso que de una manera legal sería prácticamente imposible.
Ahora, como comunidad, estamos enfrentados a un doble estándar: por una parte, nadie se opondría a que un joven “cogotero” que realiza robos con intimidación y/o violencia, enfrente a la justicia, menos quien comete un homicidio. La comunidad contribuirá a su detención, lo perseguirá, lo apresará, lo castigará con golpes, lo denigrará desnudándolo y atándolo a un poste[8]. Seguramente será una persona pobre.
Por otra parte, ¿Qué ocurre con la mal llamada “gente de bien”?: políticos/as que permiten a consorcios extranjeros adueñarse de las riquezas del país; think thank que hace todo lo posible para que ello ocurra; empresarios/as o grupos de empresarios/as que contamina mares, ríos, bosques, culturas, pueblos indígenas; que se colude para defraudar a los consumidores con los precios concertados con otros “competidores”. ¿Tendrán ellos el mismo repudio social que el joven “cogotero”?
Unos son “antisociales”, “delincuentes” , “ladrones”, “escoria” que salen en la crónica roja de los diarios y de los programas de TV. Los otros/as hombres y mujeres que tiene el respeto de la comunidad, del mundo social y político.
Ahora, ¿Quien hace más daño a la sociedad?, ¿Quien perjudica a millones de personas e hipoteca el futuro de las generaciones venideras de un pueblo, nación o país?, ¿Quiénes son más antisociales?
Lo anterior no quiere decir que comprender los patrones culturales de los/as jovenes y adolescentes que llevan a cabo delitos implique su impunidad, merecen el justo castigo.
Para un efectivo combate y derrota de la inseguridad y la delincuencia es fundamental cuestionarse qué parte de responsabilidad en esas violaciones a la ley le toca a la sociedad neoliberal. La respuesta que señala que no hay responsabilidad en el modelo y que sitúa el problema en la decisión individual como la variable más relevante para explicar la comisión de delitos es un error.
El problema de la criminalidad no se resuelve con más policías, más equipamiento, más vehículos, más cámaras, ni con mayor endurecimiento de las penas, ni con la rebaja de la edad para ser imputado penalmente. No se resuelve con más represión. Si fuera así, ya tendríamos resultados exitosos, cuestión que sabemos no sucede.
Si como sociedad no queremos más crimenes como el de la Sargento Olivares, debemos seriamente revisar los temas de fondo, que tienen que ver en primerísimo lugar con la educación, la prevención, la crisis valórica y la superación de la profunda desigualdad que provoca la sociedad capitalista en la que vivimos, de otro modo muy dificilmente seremos capaces de resolver el problema de la criminalidad.
BIBLIOGRAFÍA.
Monares, A. (2008). Oikonomía. Economía Moderna. Economías. Editorial Ayún. Santiago.
Ferrajoli, L. (2010). Derechos y garantías: La ley del más débil. Madrid: Editorial Trotta.
Zaffaroni, E. (2011). La palabra de los muertos. Buenos Aires: Ediar.
[1] Es hijo de Alberto y Mercedes, un sastre y una modista de Valparaíso, Abogado, Doctor en Derecho, Magister en Derecho Público, Magister (c) en Filosofía con Mención en Pensamiento Contemporáneo, todos de la Universidad de Valparaíso; Experto en Derechos Humanos , Pueblos Indígenas y Cooperación Internacional de la Universidad Carlos III de Madrid.
[2] Monares, Andrés. Neoliberalismo, marginación y delincuencia juvenil. Polis Revista Latinoamericana 19 | 2008.
[3] Castillo, Mario.2018. Derechos humanos y el fracaso de políticas mano dura “antimaras” Ver en: https://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2018/06/doctrina46675.pdf
[4] Ver en: https://www.revistaciencia.amc.edu.mx/images/revista/68_4/PDF/68_4_factores_riesgo.pdf
[5] La nueva cultura del capitalismo. Ver en: https://www.uv.es/~cursegsm/Material/Rifkin.pdf
[6] Dabat, Alejandro; Hernández, Jorge y Contreras, Canek. Capitalismo actual, crisis y cambio geopolítico global. Economía UNAM vol.12 nº36 Ciudad de México sep./dic. 2015.
[7] Monares, Andrés. Neoliberalismo, marginación y delincuencia juvenil. Polis Revista Latinoamericana 19 | 2008, págs:5 y 6.
[8] Ver en: https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/region-metropolitana/2022/01/14/golpean-y-desnudan-a-supuesto-autor-del-robo-de-una-moto-en-santiago-vehiculo-tenia-gps.shtml