Vuelta de calendario y volver a empezar
No sé si a otras personas les sucederá lo que a mí me pasa con cada vuelta anual del calendario. Me pasa que quedo saturado y cansado con tantos deseos de felicidad para el nuevo año. Porque sucede que, de un día para otro, todo el mundo está lleno de buenos deseos que se reparten a conocidos y desconocidos con una desacostumbrada generosidad.
Así, como de un día para otro, parece que los buenos deseos, como si fueran una poderosa varita mágica, nos hacen olvidar los diversos dramas personales, los serios conflictos que travesamos en el país, la violencia que nos está matando el alma, y las crisis de las diversas instituciones que dan forma a la sociedad. Entonces, llenos de buenos deseos nos miramos unos a otros sonriendo al futuro.
Por una parte, pienso que esto no está del todo mal. Pienso que a todos nos hace bien darnos cuenta que tenemos muchos deseos de bien (es decir, bendiciones), y que la buena voluntad está presente en todas las personas. Pero, para iniciar bien este año es preciso darse cuenta que todos esos buenos deseos -repetidos hasta el cansancio por las redes sociales- no funcionan y resultan inútiles sin los necesarios cambios de actitudes.
El problema de todo esto es que rápidamente nos olvidamos de los buenos deseos y lindas intenciones, y con mayor rapidez de lo que quisiéramos volvemos a lo de siempre, a lo que nos resulta cómodo, a las mediocridades acostumbradas. Por eso, un nuevo año es recibir el regalo de un tiempo nuevo para tomar decisiones que expresen una actitud nueva.
Claro que, para tomar decisiones que expresen una nueva actitud, es necesario ser capaz de salir de las murallas defensivas con que cada uno ha rodeado su vida, romper las inercias y empezar a revisar en serio lo que cada uno ha vivido en el último tiempo: el modo en que se relacionó con los demás, especialmente en la familia y en el trabajo; las actitudes con que enfrentó las diversas situaciones de crisis personales, de relaciones humanas, los conflictos sociales e institucionales. Es decir, no puede haber actitudes nuevas sin una seria autocrítica, la cual debe hacerse sin pisar el palito de victimizarse y echarle la culpa a los demás.
Una autocrítica de verdad significa tomar en serio lo que dice una viñeta de Mafalda: “el que tiene que ser diferente no es el 2023… ¡es usted!”.
Para terminar, si los buenos deseos de los cuales todos hemos hecho gala al inicio de este año no pasan por el cedazo de la autocrítica y se transforman en propósitos personales, sociales e institucionales concretos, y éstos en actitudes nuevas, se quedan en algo tan inútil que lo mejor es olvidarlos lo antes posible. Un nuevo año es una ocasión para una actitud nueva ante la vida, ante sí mismo, ante Dios, ante los demás, ante los proyectos personales que tengo, y ante los problemas de todo tipo que atraviesan la vida de nuestra sociedad; así mismo, es ocasión para saber acoger lo que se me ofrece, para vivir lo inesperado y darse cuenta que la vida se juega en todo eso.
Den estas vueltas del calendario, a mí gusta recordar las palabras las palabras de Mamerto Menapace, un monje argentino, cuando dice: “mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje”. Entonces, agradezcamos lo vivido y acojamos los desafíos de este tiempo nuevo con actitudes nuevas.
Marcos Buvinic / Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación