La Iglesia, abusos y excomunión fantasma
Un nuevo escándalo vinculado a los abusos sacude el Vaticano:
El del jesuita esloveno Marko Rupnik, un consagrado artista del mosaico que ha decorado importantes lugares de culto en el mundo y en el mismo corazón del Vaticano, pero también un reconocido experto en ortodoxia cristiana oriental y por lo tanto predicador de retiros de gran demanda. Dos monjas, que años atrás lo habían denunciado por abuso sexual y de poder, hablaron ante los medios de comunicación, dando así a conocer a la ciudadanía un lamentable asunto que había sido cuidadosamente mantenido en secreto. Si bien el proceso iniciado por los jesuitas para verificar las denuncias había concluido que la conducta de Rupnik había sido en realidad la denunciada por las monjas, el hecho de que hubiera intervenido la prescripción había permitido ocultarlo todo. Así al menos esperábamos.
Y se puede entender el motivo de esta elección: Rupnik no es un sacerdote cualquiera, ni un artista célebre, sino que también se le considera un religioso de gran profundidad espiritual al que muchos acudían con confianza. Desde el punto de vista eclesiástico, sin embargo, la falta más grave del jesuita no fue tanto por los abusos sexuales, cuanto por haber absuelto en confesión a una monja considerada cómplice de transgresiones sexuales, falta que conlleva automáticamente la excomunión. Llegados a este punto debemos hacernos una pregunta: ¿Cómo es que Rupnik no ha sufrido los efectos de la excomunión? Desde muchos lugares, incluso entre los jesuitas, se ha subrayado que sólo la autoridad papal podría librarlo de esta condena, y por eso uno se pregunta si Francisco, de quien el artista religioso es amigo, hizo una excepción.
Pero no se trata sólo de esto, un hecho muy grave. El caso Rupnik revela crudamente cómo las jerarquías eclesiásticas luchan por comprender el problema del abuso sexual de las monjas: si las monjas, como se deduce de su denuncia, fueron abusadas sexualmente por el autoritario jesuita, no tenían faltas que confesar. Eran sólo víctimas, porque la culpa era únicamente de su abusador. Pero para la institución eclesiástica el abuso sexual de mujeres adultas, como las religiosas, no existe: estos hechos son de hecho catalogados como transgresiones sexuales cometidas por ambas partes, sobre todo porque según una concepción absurda del placer sexual aún vive en las jerarquías católicas. Siempre se asume que las víctimas de abuso también sienten placer, y con esto se hacen cómplices de la violación del sexto mandamiento. Es evidente por todo esto que nunca han escuchado a una mujer al respecto.
El abuso espiritual cometido por Rupnik sin duda tuvo lugar, pero -en mi opinión- se ve agravado por su pedido a las víctimas de confesar el abuso sufrido como pecado. Eso sí, de esta forma el jesuita les hacía sentir cómplices de un pecado, y estaba seguro de que no lo habrían denunciado. Y, de manera más general, esta es la actitud que hasta ahora se ha mantenido hacia las numerosas monjas abusadas en diferentes partes del mundo.
Por suerte los tiempos han cambiado, porque hoy las religiosas se están animando, llegando a denunciar a prelados poderosos, que gozan de un gran apoyo en la iglesia, y pidiendo finalmente justicia. Realmente esperamos que obtengan la audiencia y el respeto que se merecen.
Lucetta Scaraffia – La Prensa de Roma