Diciembre 22, 2024

Sobre la crisis del capitalismo mundial

 Sobre la crisis del capitalismo mundial

La economía mundial está sumida en una crisis de estanflación como no se ha visto desde la década de 1970. Las economías nacionales se desaceleran o entran en recesión, los bancos centrales incrementan los tipos de interés en un intento de controlar la inflación.

Las principales economías se desaceleran rápidamente tras el subidón poscovid de la recuperación de 2021. Se encaminan actualmente hacía un nuevo desplome en 2023, provocado por el descenso de la rentabilidad (los márgenes de beneficio insólitos de 2021 están en caída libre). Esto frenará el aumento de la inversión. Al mismo tiempo, los cuellos de botella en la cadena de suministros global siguen siendo más importantes que antes de la pandemia. Esto significa que la inflación, que comenzó después de 2020 y se vio acelerada por la invasión rusa de Ucrania y las sanciones de los países occidentales, no se aproximará a los niveles precovid durante un tiempo, o tal vez nunca.

Los bancos centrales, en su intento de controlar la elevada inflación elevando los tipos de interés y reduciendo la oferta monetaria, están provocando el colapso de los precios de los inmuebles, incrementando los costes del servicio de la deuda empresarial y pública y de este modo inducirán la caída de la inversión. El dólar fuerte propaga este daño colateral al resto del mundo, en particular a las economías pobres subdesarrolladas el llamado Sur global, que ahora se enfrentan al aumento del coste de la deuda en dólares, la caída de los ingresos y el colapso de las monedas.

Las empresas muy grandes, particularmente, han cosechado enormes beneficios. Y ha habido lo que algunos llaman subidas abusivas de precios por parte de empresas que gozan de un poder monopolista, como las grandes energéticas y las de suministros públicos. Pero para la gran mayoría de empresas, la competencia es feroz en sus respectivos mercados y el coste creciente de las materias primas y ahora de los tipos de interés están socavando su rentabilidad.

Así, cuando leemos sobre los enormes beneficios de las empresas energéticas, tecnológicas y mediáticas, particularmente en EE UU, se trata de una minoría. La rentabilidad media (en proporción al capital invertido) se acerca al nivel más bajo en 70 años. Del 15 al 20 % de las empresas ya no obtienen ganancias suficientes para atender el servicio de sus deudas: las podemos llamar empresas zombis, los muertos vivientes del capital empresarial.

Es sumamente importante no asumir que la inflación y los aumentos de beneficios se deben ante todo a la subida abusiva de precios y a posiciones monopolistas, pues ello supondría que si pusiéramos un tope a los precios y acabáramos con los monopolios, la producción capitalista podría proseguir sin contratiempos y sin inflación. Medidas como los topes de precios pueden parecer temporalmente beneficiosas para la gente trabajadora, pero las crisis capitalistas no desaparecerían, y la crisis de coste de la vida continuaría.

Únicamente la propiedad pública y el control público, no solo de los monopolios naturales, sino también de las principales empresas estratégicas y entidades financieras, dentro de un plan de inversiones, empleo y control climático, pueden poner fin a la inflación sin caer en una recesión.

Muchas economías subdesarrolladas emergentes ya tienen apuros financieros y se encaminan a la suspensión de pagos (Sri Lanka, Zambia, Pakistán). El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que el año que viene tendrá que amortizar muchos más créditos suyos, endeudando todavía más a muchos pobres y sometiéndolos a la disciplina fiscal del FMI. Esto solo puede implicar más austeridad para esos países. Pero esta situación también afectará probablemente a economías avanzadas a medida que los Estados recorten el gasto poscovid y traten de reducir los crecientes niveles de endeudamiento, tanto privado como público.

La inflación se puede controlar y reducir si asumimos el control del sector bancario y sectores estratégicos de la economía. Es preciso sustituir el mercado de la energía etc. por la planificación estatal democrática para cubrir las necesidades sociales e invertir en tecnología y puestos de trabajo idóneos.

Hay que poner fin a las guerras destructivas que hemos visto en el siglo XXI en Irak, Afganistán, Ucrania, África subsahariana y las que tal vez surjan en Asia Central. No solo comportan la pérdida de la vida y la base de sustento de cientos de millones de personas, sino que también suponen un despilfarro masivo de recursos y un golpe devastador para el medio ambiente.

Michael Roberts / Economista

Editor