La Reina les prohibió participar en la Misa con el Papa Wojtyla
El Príncipe Carlos y su esposa Lady Diana, fueron recibidos en audiencia privada en el Vaticano por Juan Pablo II en abril de 1985. Previas consultas de protocolo el arzobispo de Canterbury, Robert Runcie, determinó que para demostrar signos positivos del diálogo y praxis ecuménica, la pareja real asistiera a una Misa en la Capilla doméstica del Pontífice, con la excepción de no recibir la Comunión.
Durante su estancia en Italia, a Carlos le aconsejaron que era el momento de generar un nuevo impulso de reconciliación entre las dos Iglesias cristianas, no sólo visitando al Papa, como una cortesía normal a un jefe de Estado, sino también participando en una simbólica actividad religiosa. Una idea que fascinó mucho a Diana. Entonces, se decidió que lo mejor para los príncipes de Gales era asistir a la Misa en la Capilla privada del Papa, pero, sin recibir la Comunión.
Luego de un intenso intercambio de cartas y consultas de índole protocolar-diplomáticas entre Monseñor Runcie y la Secretaría de Estado del Vaticano, se acordó la fecha de la solemne Misa para el 30 de abril, el día después de la audiencia oficial entre el pontífice y los príncipes.
Pero en Londres, la Reina Isabel y su séquito asesor, al enterarse de lo acordado, simple y airadamente no lo aceptó y negó su anuencia para tal importante acontecimiento de claro significado de unidad eclesial tanto para católicos como para anglicanos.
Fue el Príncipe Carlos quién había pedido a sus asistentes que informaran a su madre, pero nadie cumplió con el requerimiento. Pero, según trascendidos de Palacio, en la víspera del viaje de los príncipes a Italia, Isabel II, examinó el programa y se enteró de la posible Misa negando el propio consentimiento.
Lo que queda claro en este desconocido episodio es la falla evidente en la comunicación directa entre madre e hijo, y esta ineptitud apareció en los periódicos tanto italianos como ingleses: la ‘Misa perdida’, señalaron los periodistas. Muchos lamentaron que una idea nacida de sanas intenciones ecuménicas, terminara creando una estéril polémica entre católicos y anglicanos.
A final de cuentas la diplomacia Vaticana en sintonía con la Cancillería Británica, optaron por minimizar este lamentable episodio en que se manifestó con claridad el carácter impositivo de Isabel II para con su propia familia. Todos, sumisamente, acataron el arranque emocional-impositivo de la Reina y, finalmente, Carlos y Diana se quedaron con la cálida recepción que tuvieron en la audiencia y el animado coloquio con Juan Pablo II.
Jaime Escobar M. / Director de Revista ‘Reflexión y Liberación’
Roma – Santiago – Madrid