Guerra y crisis mundial de alimentos
‘La primera decisión ha de ser parar inmediatamente la guerra. Su final no debería aplazarse ni un solo día más. La adopción de medidas climáticas tampoco’.
La guerra es la situación más insostenible que existe. Muerte, destrucción, poblaciones arrasadas… Se despilfarra dinero en armamento, se destruyen hospitales, escuelas, infraestructuras. Si esto ocurre en el siglo XXI y además hay armas nucleares (o centrales nucleares en el campo de batalla), estamos en un escenario suicida (y criminal) que puede acabar con la vida de todos. Si encima se reparten armas sin tener la certeza de cuál va a ser su destino final, se pueden estar sentando las bases del terrorismo de los próximos 30 años. Respecto a la sostenibilidad, el panorama también es letal. Se desploman, en el peor de los sentidos, todos los indicadores que han costado décadas articular: la desigualdad, la descarbonización, la biodiversidad, la investigación, la cultura, las relaciones internacionales… Lo midamos como lo midamos, es un absoluto desastre. Podemos calibrarlo con los objetivos de desarrollo sostenible, con los índices de desarrollo humano, con los de felicidad, con los índices de sostenibilidad ambiental de Yale o Columbia… Todos se desploman.
Mientras, nuestras élites, de una forma un tanto frívola y al parecer sin agotar todas las vías diplomáticas, se entregan a una especie de ardor belicista en el conflicto más grave y peligroso en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, enviando armas para aumentar la su virulencia. Lo más inteligente y sostenible es, por supuesto, iniciar conversaciones en territorio neutral y bajo el amparo de Naciones Unidas para detener esta locura y volver cuanto antes a la paz.
En Europa, asistimos aturdidos a una guerra que parecía impensable hace tan solo un mes mientras vemos cómo se derrumba el escaso poder adquisitivo de una gran parte de la población. Suben los precios energéticos (electricidad, gasolina, gasoil, butano). Sube la cesta de la compra. Y ya se adivinan efectos importantes en la alimentación por las importaciones de piensos, que afectan a la ganadería, o directamente a nuestros hábitos alimentarios, como ocurre con el aceite de girasol. La guerra puede originar una crisis mundial de alimentos, tanto por afectar a la producción del llamado ‘granero de Europa’ (Ucrania y Rusia) como por los efectos en los precios del combustible necesario para producir los abonos sintéticos. Y el daño no está limitado geográficamente, se extiende a docenas de países aparentemente muy alejados del conflicto, como Yemen.
Lecciones por aprender
De anteriores crisis, como la ya mencionada del petróleo de 1973, que motivó la creación de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), parece que no aprendimos mucho. Se habló durante décadas del «aumento de la eficiencia» de los combustibles, con el que se suponía que íbamos a ser menos dependientes de los hidrocarburos y más sostenibles. No funcionó, y pasamos a ser aún más dependientes y a sufrir una crisis como la actual. Se cumplió la famosa paradoja de Jevons. También se dijo que con la crisis de la COVID-19 aprenderíamos a valorar y cuidar la sanidad pública, a manejar racionalmente el teletrabajo, a fomentar la biodiversidad en las ciudades. Dos años después del primer confinamiento, parece que tampoco ha habido grandes avances en esas materias.
Hay, sin embargo, ciertos aspectos, en forma de lecciones aprendidas, que nos pueden ayudar a ver esta tragedia como una ventana abierta: concretamente como la Ventana de Overton. Se trata de un modelo para entender toda la gama de ideas que la gente está dispuesta a considerar y aceptar. Esa ventana es capaz de cambiar, a veces de forma drástica, permitiendo la aceptación de ideas que antes podían parecer descabelladas. Esta tragedia obliga a pensar en la necesidad de aumentar la independencia y la disminución de riesgos en todos los sentidos, tanto en el energético como en el de la seguridad alimentaria. Por ejemplo, reducir el consumo de hidrocarburos puede acelerar el despliegue de renovables, incluido el autoconsumo eléctrico. Los ridículos precios (por elevados) actuales de la energía deberían encaminarnos hacia un mercado más justo y no indexado con el gas ni con la producción hidroeléctrica.
A continuación, se proponen una serie de medidas que podrían financiarse con los famosos fondos Next Generation, una vez los gobiernos hayan solucionado esta crisis de precios en la energía que tanto daño está haciendo a una parte importante de la población. No estaríamos donde estamos si se hubieran adoptado hace décadas, avanzando en serio hacia la sostenibilidad.
– En energía, es evidente la necesidad de incrementar el autoabastecimiento masivo con la instalación de millones de tejados solares. La Administración ha dilatado el proceso durante años y las compañías eléctricas durante décadas. Ahora deben ser instalados en tiempo récord. Pero es posible, como ha demostrado Vietnam, donde en un solo año se instalaron 9 GW en paneles solares. La medida disminuiría el precio de la luz no solo este año sino los venideros.
– Programa intensivo de ahorro y eficiencia energética. La energía que no se consume es la que menos contamina.
– Aumento de energías renovables. Para que España y Europa cumplan sus objetivos climáticos de cara a 2030 deben triplicar la capacidad eólica y solar instalada. Pero esto también debe hacerse con un respeto exquisito hacia la biodiversidad y hacia la opinión de la gente, lo cual es un auténtico desafío (que no se está abordando).
– La rehabilitación del parque de edificios va a ser determinante en condiciones de aumento de temperaturas y permitirá un gran ahorro energético.
– En alimentación hay que volver a los recursos cercanos, fomentando el comercio de proximidad, sin necesidad de transportar mercancías a lo largo de miles de kilómetros (algo muy habitual en los mercados españoles).
– Aumento en la siembra de cereales y oleaginosas para disminuir la dependencia exterior.
– Promoción de la agricultura y la ganadería ecológicas, menos dependientes de abonos, pesticidas, antibióticos, etc.
– Fomento del tren para el transporte de mercancías. En España, las cifras del transporte por carretera son exorbitantes: mueve más del 95% de las mercancías.
De la desgarradora tragedia ucraniana, como de todas las crisis anteriores, deberían sacarse lecciones importantes. La primera decisión ha de ser parar inmediatamente la guerra. Su final no debería aplazarse ni un solo día más. La adopción de medidas climáticas tampoco.
Fernando Prieto / Doctor en Ecología