Un Cristiano No Vota José Antonio Kast
Un Cristiano No Vota José Antonio Kast: Una Perspectiva Teológica y Filosófica
El presente texto es un análisis teológico y filosófico, desde la cosmovisión cristiana, con aportes de la doctrina católica, ortodoxa y protestante, que busca exponer una serie de contrapuntos fundamentales para entender por qué un cristiano no debe votar por el proyecto liberal individualista, irracionalista e idolatra de José Antonio Kast, candidato a la presidencia en Chile.
El presente documento busca, de una manera prepositiva, señalar los elementos indispensables del Magisterio, la Doctrina y Cosmovisión cristiana, desde las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición, la Teología Católica, Ortodoxa y Protestante para que las y los cristianos puedan comparar con los diversos puntos del programa del candidato del Partido Republicano, para que comparen el contenido liberal individualista, irracional, utilitarista y materialista de este, y puedan ver su incompatibilidad con la visión cristiana de la persona, el cosmos y la vida en común. Exponiendo por títulos tópicos fundamentales en que el programa de Kast es una aberración contraria a la misión evangelizadora y liberadora del peculiar modo de ser de las y los cristianos.
Dignidad Humana: A la Luz de la Razón Natural y el Misterio de la Participación Real y Salvífica de Cristo.
La tradición cristiana, a la luz de la razón natural ha llegado a comprender al ser humano como como “sustancia individual de naturaleza racional” (1) y “unidad sustancial de alma y cuerpo” (2); conceptos de persona que posibilitan una comprensión profunda de la dignidad ontológica de la persona, pues tiene -como diferencia específica de todo el resto de los seres vivientes- su naturaleza racional, ya que se entiende que la persona humana es capaz de obrar según un determinado fin.
Al respecto, Boecio señalaba que el hombre posee una razón (3), facultad que posibilita conocer las esencias o formas que no son materiales dentro de las cosas, como también, la presencia de un apetito racional que faculta a querer o desear aquello que se conoce como objeto. Según Santo Tomás: “entre todas las partes del hombre, el entendimiento es el motor superior, pues el entendimiento mueve al apetito, proponiéndole su objeto, al apetito racional que es la voluntad” (4).
Es de la esencia de la persona, como unidad sustancial de alma y cuerpo, el entendimiento (5). Siendo única e irrepetible cada persona, teniendo por fin su realización, situación que no elude los bienes corporales por la superioridad ontológica e inmaterial del alma racional, sino que los supedita a la misma vida intelectiva y espiritual; así Aquino señala que: “la indigencia es contraria a la razón de la felicidad, que requiere la suficiencia”(6); lo que el Romano Pontífice Pablo VI denominó Desarrollo Humano Integral: el fin de la persona humana, de la comunidad política y la razón de ser del trabajo, como también, del capital(7).
Así es, según el profesor Ugarte, que “el individuo o supuesto de naturaleza racional se llama persona para connotar la dignidad especialísima que le confiere la naturaleza racional, al permitirle poseerse a sí mismo por el conocimiento intelectual y el amor” (8). Sin embargo, dichos alcances filosóficos típicos del Derecho Natural son pequeños y minúsculos, pues la persona tiene una dimensión mística que la hace aún más valedera de respeto y amor, necesitada de socorro y llamada especialísimamente a donarse gratuitamente para compartir los bienes inmateriales (y por mayor razón los materiales, como han señalado los Padres de la Iglesia, por ejemplo, Justino) (9).
Los hombres y mujeres participan de santidad aún en el pecado y conmiseración, pues no solo son imagen y semejanza de Dios Padre como señala Genesis 1:26-28, habitando en este el suspiro de su razón, sino que Aquel, mediante su Hijo, el Nuevo Adán, en una relación de amistad y sacrificio por la humanidad entera, ha vuelto a la persona su posición ontológica desde el Edén como señala el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (10). En los abismos del pecado es luz de esperanza el Cristo que sin dejar de ser rey muere, predica a los mismos condenados y salva. Es realmente Cristo desde siempre vida y luz de los hombres, iluminando todo el interior del corazón humano; pues se hace parte de nosotros en la Eucaristía (Vid. Mateo 26:26-30/Lucas 22:15-20) y está presente en nosotros.
“Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16), quien no es otro que Cristo presente, Logos encarnado acompañante de dolores y alegrías, pues nos acercamos a tocar la Gloria mediante su palabra y su rostro visible. “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2 Corintios 3:18); ¿no es acaso a Cristo Jesús a quien socorremos o negamos? ¿Acaso no es al Rey carpintero que murió entre dos criminales para salvar al arrepentido a quien recibimos o no? Veamos nuevamente dos versículos del Evangelio clarificadores e innegables para todo hombre o mujer de buena voluntad.
Mateo 25:31-46: “El juicio de las naciones
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.
Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.
Lucas 9:48: “y les dijo: El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es grande”.
Como señalaba el ortodoxo Nikolái Berdiáyev: “La conciencia de Cristo como Dios cumplido y Hombre cumplido lleva al hombre hasta una altura vertiginosa, lo eleva hasta la Santa Trinidad. A través del Cristo el hombre participa de la naturaleza de la santa Trinidad, porque la segunda hipóstasis de la Santa Trinidad es el Hombre absoluto. El hombre, es verdad, no es Dios, no es hijo de Dios en este sentido exclusivo en que el Cristo es Hijo de Dios, pero el hombre está asociado al misterio de la naturaleza de la Santa Trinidad y aparece como un intermediario entre Dios y el cosmos”(11). La naturaleza humana no es solo mundanal, es divino-mundanal y Cristo realmente habita en todos nosotros y nos ha hecho uno:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh, Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad” (Juan 17:20–23).
En tal sentido, la persona tiene a la luz de la razón natural y de la verdad revelada una dignidad inmensa que contiene entre sus causas eficientes su racionalidad y la misteriosa presencia de Dios Trinitario en su mismo ser, sea como huella, imagen, semejanza o compañía del Cristo. Así, es que la vida propiamente humana es una vida intelectual y espiritual, pero aquello requiere una vida material satisfecha, la inclinación natural al bienestar reconoce la necesaria relación entre felicidad y suficiencia de bienes materiales.
Que, por aquello, la dignidad misma de la naturaleza humana llama a una comunión de bienes materiales e inmateriales. Verdad evidente que se ve no solo en la naturaleza social de la persona humana como nos señala Aristóteles (12), sino que, es un fundamento de la sociabilidad misma, de la vida en común: la donación gratuita y socorro mutuo como nos señala Jacques Maritain:
“En primero lugar, precisamente como persona, o dicho de otro modo, en virtud de las propias perfecciones que forman parte de él, y de esta apertura a las comunicaciones del conocimiento y del amor de las cuales hemos hablado y que exigen el establecimiento de relaciones con otras personas (…) Y en segundo lugar, la persona humana exige esta misma vida en sociedad por razón de sus necesidades o, dicho de otra manera, dado el estado de indigencia que deriva de la individualidad material. Tomada bajo el aspecto de su indigencia, tiene que integrarse en un cuerpo de comunicaciones sociales sin el cual es imposible que alcance la plenitud de su vida y su realización” (13).
E incluso, sin ir más lejos, los Padres de la Iglesia son claros, pues la misma experiencia mística del Cuerpo de Cristo y el misterio de la Koinonía (κοινωνία), en ese habitad divino de la misma naturaleza humana en comunión entre hermanos y hermanas, hay un llamado de vivir en comunión, he ahí la dignidad humana eficazmente vivida, la comunión y destinación universal -desconociendo el dominio privativo típico de la libertad negativa- de las propiedades materiales, como el dinero, a las propiedades inmateriales -como la salvación-. Así dijo Clemente de Alejandría en el siglo III d.C.:
“Más si es cierto que todo nos ha sido dado, si todo se nos ha concebido y ´si todo nos es permitido, como dice el apóstol, no todo, sin embargo, nos conviene´ (1 Cr. 10, 23). Ahora bien: Dios creó el género humano para la comunión o comunicación de unos con otros, como que El empezó por repartir de lo suyo y a todos los hombres suministró su Logos común y todo lo hizo por todos. Luego todo es común y no pretendan los ricos tener más que los demás. Así, pues, aquello de ´tengo y me sobra, ¿por qué no he de gozar?´, no es humano ni propio de la comunión de bienes”(14).
Esta es la verdadera dignidad humana, su Desarrollo Humano Integral, con la satisfacción de necesidades materiales para donarse gratuitamente y vivir de la contemplación intelectual y espiritual en comunidad; en todo amar y servir. Sin no se comprende ello no se es un honesto hijo de Dios.
El Verdadero Sentido de la Propiedad Privada
Una consecuencia lógica del carácter ontológico de la persona, a la luz de la razón, como también, el misterio místico de la presencia y salvación real de Cristo, es nuestra identidad dignísima, que conlleva, como entendieron los Padres y Doctores de la Iglesia, a una común ordenación de los bienes materiales hacia una comunión real de estos como señalamos anteriormente; pues todas y todos por igual tienen bajo su tutela, dirección y para su disfrute las cosas, y es ser persona humana el compartir y donar.
Por ello, Génesis 1: 28-30 señala que Dios otorga a la humanidad el cuidado, el disfrute y buen uso de toda la creación. Pues como indicaba el Romano Pontífice Pablo VI, la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto, no hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, especialmente cuando a los demás les falta lo necesario (15). Todas las cosas están ordenadas a todas las personas por igual al ser iguales en dignidad; naturalmente todo es de todos y la Creación es para su cuidado por la humanidad (Cfr. Génesis 2:15).
Así, el único fundamento de la propiedad no se encuentra en sus títulos, sea ocupación vacante o por el trabajo, sino que, para un verdadero cristiano, el fundamento de la propiedad privada solo es posible en su función humana. Elocuentemente, el socialista cristiano, Emmanuel Mounier señalaba que: “el fundamento de la propiedad es inseparable de la consideración de su uso, es decir, de su finalidad” (16). Su razón de ser, como un derecho natural de segunda categoría (17) o como un derivado del derecho natural, pero no parte de este (18), es la de servir a la persona para su Desarrollo Humano Integral. Al respecto, Tomás de Aquino señaló que: “La propiedad privada solo puede existir por su mejor administración, su uso para lo necesario para vivir bien y su función social” (19).
Emmanuel Mounier señala que “la propiedad (…) supone un orden de finalidades subordinadas y, señaladamente, de personas soberanas. Existe un derecho general del hombre sobre la naturaleza (…) (que lo) autoriza a usar de sus bienes con vistas a su fin. Dominio que no es primero, sino recibido por participación en el dominio eminente de Dios y como instrumento a de su regreso a Dios. (Es decir) El hombre no tiene, pues, un derecho sobre el ser o la naturaleza de las cosas, sino sobre su uso, siempre que ese uso sea conforme al derecho procedente de Dios (…) (en su) uso inteligente y voluntario de una riqueza subordinada” (20) al bien humano, al desarrollo integral de la persona, al cuidado de la Casa Común y a la utilidad común.
Por ello, no es casualidad que los primeros cristianos compartían sus bienes en la comunidad, donde los más opulentos servían en sus necesidades a los más pobres; san Juan Crisóstomo decía que: “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos sino suyos” (21). Igualmente, el sexagésimo cuarto Romano Pontífice, san Gregorio Magno, a mediados del siglo sexto d.C., señalaba que: “cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo” (22). Al respecto, las Sagradas Escrituras son clarísimas: “Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?” (1 Juan 3:17).
Así la propiedad sirve entonces, en primer sentido a la satisfacción de las necesidades humanas y al justo derecho de recibir el fruto del trabajo de cada uno, pero nunca se justifica el exceso ni su uso indiscriminado, pues tiene una dimensión social que la justifica exclusivamente (de lo contrario que todo sea colectivo y punto); además de atender las necesidades de la familia y del propio dueño, cada persona debe dirigir su dominio privado a toda la humanidad, hay una razón común en su uso, un cristiano o cristiana se sirve de los bienes para hacer justicia (23).
Para Vivir Bien, se debe alcanzar dicha propiedad para el sustento de las necesidades materiales, comunitarias, espirituales y culturales de la persona; el resto es superfluo y se debe repartir. Las propiedades extensas y bastas; las amplias riquezas, los 4 automóviles, la acumulación de objetos de consumo y otros excesos, están fuera de las necesidades de la persona: son superfluas e injustas en su uso, debieron repartirse. No por nada en el Antiguo Testamento, las palabras del profeta Isaías realizan una advertencia a los acumuladores de riquezas:
“¡Ay de los que especulan con casas y juntan campo con campo, hasta no dejar ya espacio y ocupar solos el país! Por eso ha jurado el Señor del universo que sus muchas casas quedarán desoladas (las grandes y lujosas), vacías de vecinos” (Isaías 4: 8-9).
Todo lo superfluo debe ser repartido por el dueño, por la comunidad o por el Estado -aquello dependerá de las modalidades concretas que se decidan tomar por las sociedades y civilizaciones-; nosotros consideramos que el reparto se debe dar en la participación de la clase trabajadora en la propiedad de los medios de producción, en la función distributiva del Estado y en el uso de las riquezas para el bien de la comunidad por sus dueños. Lo cual es el único medio a juicio nuestro para que la persona viva como persona, alcanzando su Desarrollo Humano Integral, con la satisfacción de necesidades materiales para donarse gratuitamente y vivir de la contemplación intelectual y espiritual en comunidad; en todo amar y servir mediante la comunión de la contingencia y eternidad.
Al respecto, el comunitarista, Emmanuel Mounier, señala que “el uso de los bienes (usus) nos es de derecho natural, y la exclusión de otro, necesaria en su administración, se vuelve ilegitima en este uso. Esta ley es tan primordial que santo Tomás la refiere directamente a la ley divina” (24). Hay que señalar que “es necesario para un individuo aquello sin lo cual no podría vivir. Pero hay modos y modos de vivir (…) El hombre no está hecho para mantenerse, como una bestia, sólo en el nivel de la vida física. Cada uno de nosotros es una persona y tiene la misión de desarrollarse como una persona: llamaremos necesario personal (necessarium personae) el mínimo necesario para la organización de una vida humana: mínimo de ocio, de deportes, de cultura, de vida pública, de vida de familia, de vida interior” (25). Por lo que, la única forma que tiene justificación la existencia de la propiedad privada es admitir su doble funcionalidad compuesta por las que Emmanuel Mounier denominó “lo personal y comunitaria” (26).
Verdades metafísicas que no se condice con la realidad fáctica (y mucho menos con el proyecto liberal de sociedad del Partido Republicano), pues “una de las desviaciones maestras del capitalismo es haber sometido la vida espiritual al consumo, el consumo a la producción y la producción al lucro (…) el problema de la propiedad no es solamente un problema técnico de apropiación, sino que es inseparable del problema de la riqueza” (27). Debido a aquello, Timoteo, en la Verdad Revelada advierte a los poderosos: “a los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos” (1 Timoteo 6:17).
Al respecto, las Sagradas Escrituras, nos indica imperativamente: “Sé magnánimo con el humilde y no te hagas de rogar para ayudarlo. Acoge al indigente porque así está mandado y, si algo necesita, no lo despidas con las manos vacías. No dudes en desprenderte del dinero en favor del hermano o del amigo; que no se enmohezca tu dinero ni se eche a perder abajo una losa. Aprende a emplear tus riquezas según lo que el Altísimo se ha mandado, y eso te será de mucho más provecho que el oro” (Eclesiástico 29: 8-11).
Situación que no es plena en la economía de mercado fundada en el egoísmo, la competencia y el utilitarismo moral. En la relación contractual capitalista, que la derecha política defiende, se deforma la función de la propiedad; que se sepa en todos los rincones, el salario no es un regalo o una función social del empresariado. La teoría del chorreo o la fantasía del punto de equilibrio de la oferta y demanda del liberalismo ha edificado una falsa noción del salario, que blanqueada por el miserable sueldo mínimo atenta una verdad metafísica. El valor del trabajo no es una mercancía, sino que tiene que ser justo, para y según la naturaleza humana, lo que los cristianos llamamos: salario justo.
El salario justo, según varios autores, como Tomás de Aquino (28) o Alberto Magno (29), es la debida retribución al trabajador por su participación en la faena u obra, la cual es debida cuando atiende los siguientes criterios: i) está determinada por la necesidad relativa de cada trabajador y su familia; ii) está limitada por el mérito del trabajador y la capacidad económica del empleador; iii) sustenta las necesidades materiales e inmateriales del trabajador y quienes forman parte de su familia y; iv) es uno de los medios en que el trabajador y empleador participan del Destino Universal de los Bienes (30).
Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia señala que: “el salario, la ayuda social y los gestos de la solidaridad con las y los oprimidos y pobres no son un regalo; la Tierra no fue dada solo para satisfacer a los ricos, por lo que se debe comprender que el derecho a la propiedad no puede jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común y este no está infinitamente amparado ni constituye la garantía al bien común” (31).
Los bienes no existen para su acaparamiento desenfrenado y la vida en común no es para la competencia desarraigada; la vida no es para tener sino, por el contrario, los bienes existen para su destino universal: la vida en común es para la comunión y justicia, la vida es ser (32). Así, los Padres de la Iglesia instruían en la Carta de Bernabé que: “Comunicarás en todas las cosas con tu prójimo, y no dirás (éreis) que las cosas tuyas propias, pues si lo imperecedero sois partícipes en común, ¿Cuánto más en lo perecedero? No seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar” (33).
Pues quienes viven del tener y no son; quienes viven del decir y no hacer; quienes viven del predicar, pero no practicar, no viven, enfermos están, y de una enfermedad que ha dañado su propia naturaleza, su modo de ser, pues tienden más a salvaguardar bienes finitos sin valor, pero ignoran la dignidad inconmensurable de sus abuelos, sus hermanos, hijos y vecinos. Al respecto, el Pastor de Hernas, en su tratado Visión, nos previene:
“Los unos, en efecto, por sus excesos en el comer, acarrean enfermedades a su cuerpo y arruinan su salud; otros, por el contrario, no tienen qué comer y, por falta de alimentación suficiente, arruinan también su cuerpo y no gozan de salud. Así, pues esta intemperancia os es dañosa a vosotros, que tenéis y no dais parte de ello a los necesitados. Mirad el juicio que está por venir. Los que abundáis, pues buscad a los hambrientos, mientras no se termina todavía la torre, pues, una vez terminada, buscaréis hacer bien y no tendréis lugar para ello. ¡Alerta, pues, vosotros que os jactáis en vuestra riqueza! Mirad no giman los necesitados y sus gemidos suban hasta el Señor y seáis excluidos, junto con vuestros bienes, de la apertura de la torre” (34).
Especialmente quienes se proclaman cristianos y han sido bautizados, ingresando al Pueblo de Dios mediante aquel signo visible de lo invisible (35), deberían ser el mayor ejemplo de rectitud y virtud en la vida; deberían predicar con el ejemplo y despojarse de sí mismos para entregarse a las llamas del espíritu y ser hombre y mujer nueva, dar todo de sí para el prójimo. “Dar hasta que duela”, decía san Alberto Hurtado.
Quien se dice o se dispone a seguir al Nuevo Adán, quien desea estar junto al Hijo del Hombre y quiere salvación, debe negarse y cargar la cruz (Vid. Mateo 8:34. Mateo 16:24); ¿qué cruz cargan cuando ignoran a quien pide limosna? ¿Qué clavos hieren sus manos si no son capaces de hacer los mínimos de la justicia, como dar el Justo Salario al trabajador? ¿Qué herida tienen en su costado si no se preguntan cómo está el vecino?
Por esto y más el santo chileno, Alberto Hurtado decía que: “más cierto sería decir que la sociedad vive por el trabajo de sus ciudadanos: sin trabajo no habría riqueza ni sociedad. Esta idea podría ser mejor comprendida en una asociación vocacional en la que el trabajador, dejando de ser un simple asalariado, participara de la propiedad y aun de la dirección de la obra en que trabaja para bien y servicio de la sociedad” (36). Así, los trabajadores, especialmente los cristianos, según el sacerdote jesuita, no pueden contentarse con las conquistas inmediatas, sino que deben tener la mirada fija “en un mundo nuevo que encarne la idea de orden, que es equilibrio interior, los dirigentes encaminarán su acción a sustituir las actuales estructuras capitalistas inspiradas en la economía liberal por estructuras orientadas al bien común y basadas en una economía humana” (37).
El Trabajo
Respecto al trabajo, lejos de la visión de los liberales individualistas y egoístas o los materialistas marxistas, todo cristiano rechaza la comprensión de la faena como un espacio de conflicto o el oficio como una simple mercancía. La persona no es un animal de trabajo, como afirmo Marx (38) o una pieza dentro de la producción como señalo John Stuart Mill (39). Así, la verdad revelada señala que: “No oprimirás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades” (Deuteronomio 24:14-15).
Pues el trabajador es ante todo una persona; por lo que el trabajo como su asociación no son exclusivamente una respuesta realista a la contradicción capital/trabajo, sino que, son el medio y modo, respectivamente, para el desarrollo humano integral de los trabajadores (40).
La asociación vocacional de la clase obrera, el campesinado y los profesionales mediante gremios y sindicatos son una sociedad en sí misma que convive dentro de una relación fraternal con los empleadores, donde ambos polos ejercen una función social para el Destino Universal de los Bienes y el Bien Común.
Es por ello, que la libertad de elegir empleo u ocupación, como también, la libertad sindical, son más que libertades negativas; son la expresión del nuevo mundo productivo para el ejercicio de la convivencia cívica, el reparto de las riquezas y el desarrollo de los pueblos, es decir, es una expresión de la libertad positiva; de los derechos y deberes con un nuevo humanismo (41). El trabajador mediante su asociación con otros trabajadores debe recibir producto del esfuerzo colectivo de todos en la generación de riquezas, como consecuencia inherente a la equivalencia de las contraprestaciones y al mérito del esfuerzo individual y colectivo, es decir, a participar de una gratificación de las ganancias o excedentes de la empresa donde trabajan.
Sin trabajo y sin trabajadores, no hay riqueza, como también, la propiedad esta ordenada a satisfacer las necesidades vitales de las personas y su función social, lo superfluo es para el reparto (42). Por esto las Sagradas Escrituras mandatan a: “no oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. El salario de un jornalero no ha de quedar contigo toda la noche hasta la mañana” (Levítico 19:13).
Es fundamental la participación del trabajador en la planificación y administración de la faena en colaboración con su empleador para el desarrollo pleno de sus derechos fundamentales, el éxito de la obra y el progreso de la sociedad (43).
El Mercado Justo
La economía y su desarrollo esta intrínsecamente vinculado al progreso social, que no es otra cosa que la finalidad suprema del desarrollo personal, la unicidad entre las necesidades materiales y espirituales de la persona humana para alcanzar su máximo desarrollo, su desarrollo integral; el progreso que se busca entre cristianos, como bien señalaba el Romano Pontífice, Juan Pablo II, es uno que apunte a una vida más humana, que constituya la verdadera liberación de las personas superando el pecado y sus estructuras mediante el ejercicio de la solidaridad, el amor y servicio al prójimo, en especial los más pobres (44).
La cristiandad se opone fundamentalmente a la Dictadura Económica y a la Tecnocracia descritas por los Romano Pontífice Pio VI y Francisco respectivamente, buscando el Desarrollo Humano Integral, su verdadera liberación y el cuidado de la Casa Común. Para la Santa Sede existe un necesario y fundamental vínculo entre el desarrollo económico y liberación humana; por lo que el desarrollo de las técnicas y el aumento en las riquezas son un medio para garantizar a todas las personas sus bienes y derechos suyos por naturaleza, por lo que todas las categorías sociales deben tener una participación adecuada en el aumento de la riqueza de la nación, como también, debe evitarse el aumento de la desigualdad y atenuarla lo máximo posible (45).
Así, el cristianismo se opone al liberalismo sin freno, el cual conduce inevitablemente a la Dictadura Económica, por el contrario, una economía comunitaria y cooperativa, una en servicio del hombre es la forma de superar los muchos sufrimientos, injusticias, luchas fratricidas y el resto de los males causados por la industrialización y el Capitalismo (46). Por ello, el Estado, desde la perspectiva de la Iglesia Católica, debe intervenir continuamente para garantizar; i) la producción creciente, ii) promover con tal crecimiento el progreso social antes que todo y iii) buscar beneficiar a todos los ciudadanos (47).
Esto sin perjuicio de que la actuación del Estado, como también, de cualquier asociación u organización debe actuar bajo el Principio de la Subsidiariedad: “no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos” (48). Es decir que el Estado o una sociedad superior no puede actuar cuando las sociedades inferiores si puedan actuar, como también, el Estado o una sociedad superior deben actuar para prestar ayuda a los miembros del cuerpo social sin que tal intervención dañe su autonomía y su libre desarrollo; por lo que la primacía del Estado centralizador o de los privados oligopólicos de grandes capitales es contrario al principio fundamental para la comunidad y cooperación propia de la sociabilidad humana.
Ahora bien, contrarios a esta visión fundada en la ética y la moral, los economistas clásicos y neoclásicos, según el economista cristiano Andrew Henley, negaron esta subordinación de la economía al desarrollo humano como dicta la moral cristiana: “from the mid-nineteenth century onward, have developed a framework of thought that seeks to deduce conclusions about the appropriateness or otherwise of economic behavior and activity. This approach has produced a lacuna in economic analysis as to why such conclusions might be appropriate in any moral sense, other than that which is internal to the system of economic reasoning” (49). De este modo, descartando cualquier telos, la economía neoclásica, los liberales inmorales nihilistas, han impuesto la visión monolítica de que el precio es objeto del poder, value as power, en el sentido que depende de fuerzas extrínsecas que dan total dominio al proveedor o al ofertante justificándose en leyes místicas del mercado que muchas veces no se cumplen; la máxima del individualismo ha sido que la cosa vale tanto como a cuánto puede ser vendida (50). El economista liberal Alfred Marshall señala en ese sentido:
“Valor, que es el valor de cambio, de una cosa en términos de otra en cualquier lugar y momento, es la cantidad de la primera” (51).
La proclamación individualista que la cosa vale tanto como a cuánto puede ser vendida es darle el dominio absoluto sin consideración de la justicia; la necesidad del proveedor o la del ofertante, como también, la transparencia del mercado se transforma en un buen deseo a cumplir, pero no un objetivo de la naturaleza de las relaciones comerciales. Es la legitimación ilimitada del uso del poder económico. En dicha línea, igualmente David Ricardo señaló que: “por valor de cambio se entiende el poder que tiene una mercancía de dominar cualquier cantidad dada de otra mercancía” (52). Un coherente cristiano se opone a esta atrocidad.
Al respecto, el escolástico Henry de Ghent señala que la proposición de que la cosa vale tanto como “en cuanto puede ser vendida”, no debe ser referida a lo actualmente posible fácticamente, sino a su posibilidad acorde a la ley natural; la cosa vale tanto como debería venderse por, es decir, no puede la cosa valer en términos del poder absoluto, sino en términos de la razón justa (53). Gabriel Biel dice que la cosa vale tanto como sea justo y razonable (54), asimismo, Juan de Medina comenta que la cosa debe valer tanto como sea legal y razonable (55) y Leonardus Lessius dirá que debe ser “en los límites de la justa estimación” (56). En esa misma línea, el reformador protestante Martin Lutero dijo: “It should not be thus, ´I may sell my wares as dear as I can or Will (kan odder wil)´, but thus, ´I may sell my wares as dear as I ought to or as is rigth and fair´”(57).
No es el equilibrio de una supuesta mano invisible el precio justo, ni tampoco lo es la suma de bienestares de consumidores medidos des una óptica empírica positivista propia del afán burgués de olvidar la ley de Dios. Hay precio justo cuando:
- No haya fraude; que la cosa, las condiciones y la forma del intercambio sean conocidas y libremente aceptadas.
- Ese consentimiento sea pleno y no condicionado o secundum quid; que la persona no sea extorsionada por miedo o muerte, ignorancia o necesidad.
- El precio beneficia al proveedor y no cause detrimento excesivo al consumidor; el beneficio del proveedor debe ser racional a los costos asociados al producto e intercambio.
Henry de Ghent define el precio justo en el libre intercambio de la siguiente forma: “De acuerdo con la equidad de la justicia natural, una cosa debe venderse y comprarse por todo lo que vale, y si alguien intencionalmente la vende por más, es injusto; incluso si se le permite hacerlo y a su vecino, con quien trata, no se opone, ya sea porque no sabe o porque la necesidad lo obliga a aceptar lo injusto” (58).
Por ello es claro afirmar que el modelo individualista del capitalismo pervierte la economía al someter a la persona al consumo y este a la producción, que, a su vez está al servicio de la ganancia especulativa (59). Al contrario, una economía cristiana, es una economía personalista, es decir, centrada en la dignidad humana; al respecto, Emmanuel Mounier nos señala que una “economía personalista regula la ganancia a tenor del servicio prestado en la producción, la producción sobre el consumo y el consumo con arreglo a una ética de las necesidades humanas, replanteada en la perspectiva total de la persona. Mediante intermediarios, la persona es la piedra clave del mecanismo, y ella debe hacer sentir este primado en toda la organización económica” (60).
Una economía verdaderamente cristiana se constituye por un Mercado Justo, uno centrado en el desarrollo humano integral, debiendo considerar:
- “Una zona de necesidad vital estricta, es decir, de un mínimo indispensable para mantener la vida física del individuo, que marca el umbral por debajo de cual nadie debería caer” (61).
- Una segunda zona comprende los bienes que pueden llamarse, en sentido amplio, de consumo superfluo, en cuanto no se requiere la satisfacción de estas necesidades para la conservación de la vida física (62).
Agrega el filósofo cristiano que “la economía personalista regulará su producción mediante una estimación de las necesidades reales de las personas consumidoras. No dependerá, por tanto, de su expresión en la demanda comercial, falseada por la escasez de los signos monetarios o por la limitación del poder de compra. Dependerá, en cambio, de las necesidades vitales estadísticamente calculadas y de las necesidades personales expresadas directamente por los consumidores” (63). De esto surgen una serie de inversiones de jerarquía, acorde al verdadero Principio de Subsidiariedad, que producirán sus consecuencias en todo el aparato económico, al respecto, Carlos Donoso los enumera de la siguiente forma: i) primacía del trabajo sobre el capital; ii) primacía de la responsabilidad personal sobre el mecanismo anónimo; iii) primacía del servicio social sobre la ganancia; y iv) primacía de los organismos sobre los mecanismos (para evitar la centralización desorganizada que conduce a la opresión estatal) (64).
Esto se logra a través de una verdadera descentralización, la cual “tiende no a imponer, sino a hacer surgir de cualquier sitio personas colectivas, que posean iniciativa, autonomía relativa y responsabilidad” (65). De esto, como consecuencia, el mercado justo tiene por características centrales dos aspectos:
- “La unidad económica primaria no es el individuo productor -régimen individualista- ni la nación o la corporación nacional -régimen estatizado-, sino la célula económica o empresa. La economía es o debe tender a ser una federación de empresas” (66).
- “El plan económico no debe consistir en la militarización de la economía, en un sistema dictado desde el centro, sino apoyarse en un censo de las evaluaciones y las propuestas locales, estudiadas en cada lugar, trasmitidas tras estudio y aprobación local, para diversificarse de nuevo, sobre la realidad viva, en su aplicación” (67).
Incompatibilidad del Libertarismo y el Cristianismo
La cultura política libertaria que idolatra a los ricos y los grandes capitales es en sí un acto herético, pues proviene de la profana idea de que la acumulación de dinero, el tener en sí, es un fin último de la vida, como también, la esquizofrénica idea que el egoísmo es una conducta racional y derivará en un supuesto bien común. Ya la Carta a Santiago en el Nuevo Testamento nos advierte tajantemente:
“Ustedes, los ricos, lloren y giman a la visa de las calamidades que se les van a echar encima. Su riqueza está podrida; sus vestidos están apolillados. Hasta su oro y su plata están siendo presa de la herrumbre, que testimoniará contra ustedes y devorará sus cuerpos como fuego. ¿Para qué amontonan riquezas ahora que el tiempo se acaba? Miren, el salario defraudado a los jornaleros que cosecharon los campos que les pertenecen a ustedes está clamando, y sus clamores han llegado a los oídos del Señor del universo. Ustedes han vivido con lujo en la tierra, entregados al placer; con ello se han engordado para el día de la matanza. Han condenado y asesinado al inocente que ya no le supone resistencia” (Santiago 5:1-6).
Asimismo, el actual Romano Pontífice, Francisco, en su Encíclica Evangelii Gaudium: el no a Idolatría al Dinero. La cual es una triste realidad, recordándonos nuestro deber como creyentes en la Ciudad Terrenal: “hemos aceptado pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos (…) hemos encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (68).
Una sociedad fundada en los fines nihilistas del capitalismo, sin duda se aleja de cualquier cosmovisión cristiana coherente y, por lo tanto, le es contraria. Sin embargo, ¿por qué se ha vuelto más convincente el capitalismo por sobre la cosmovisión cristiana en occidente? Como bien dicen los filósofos y teólogos, John Milbank y Adrian Pabst, en su afamado libro The Politics of Virtue: “Part of the reason for the triumph of liberal capitalism is that it has told an easily believable story of ´the great enrichment´. According to this story, capitalism has been the biggest success in the whole of human history, providing untold wealth, eliminating disease and lengthening human life” (69). Bajo premisas consecuencialistas, un orden económico que produce utilidades de tal modo, sin duda debiese ser defendido. No obstante, el evangelio no nos mandata a pensar en términos utilitarios.
El problema, como se esbozó antes, es que hemos perdido el sentido de “cosmovisión” cristiana: aquello que nos hace peculiares al observar la realidad. El liberalismo, llevado a su colmo en el libertarismo económico, es una clara afrenta a los fines últimos de la naturaleza humana. El capitalismo, como modelo económico fundado en la ontología liberal (que descarta de plano la ontología humana cristiana marcada por fines trascendentes), termina siendo, por un lado, un ídolo y, por otro, el sistema idolátrico por excelencia. Ídolo en tanto intransable incluso ante los mandatos divinos: estos se someten a los del capital; valen menos la Palabra, la doctrina, la filosofía y el derecho natural cristiano que la mantención y potenciación de las dinámicas del sistema económico capitalista, cuya exacerbación es promovida por el libertarismo.
Sistema idolátrico en tanto se constituye a través de la promoción de la idolatría de fines finitos: la búsqueda insaciable de poder y placer a través del egoísmo y el utilitarismo desenfrenado de todo lo existente. De este modo, “Money now circulates in its own world -a world in which money is employed simply to make more money. The result of this abstraction is that economic relations are stripped of human meaning. The economic sphere, stripped of human meaning, is reduced to “bare, abandoned materiality” (70). Este exceso enfático en la materialidad iguala valor y cosa y, de aquella forma, el peso de las tradiciones y los fines trascendentes -tales como los cristianos-, terminan por esfumarse en el materialismo, destruyendo la posibilidad de mantener una cosmovisión cristiana realmente vigente en el quehacer.
¿Cómo podría un cristiano leal a la cosmovisión de su fe apoyar un orden idolátrico que le arrebata la trascendencia divina al ser humano y reemplaza sus fines últimos a favor de la vacua lectura abstracta de las cosas como mera utilidad? La dinámica oculta tras el programa de Kast es precisamente esta. Como dice en la introducción a su programa “La Libertad, a su vez, es el fundamento de la derecha liberal y libertaria, preocupada de que se respete la autonomía productiva y propietaria del individuo, base ética y moral, pero, a la vez eficiente, de un mejor y más rápido desarrollo económico que beneficia a la sociedad en su conjunto” (71).
Para comprender la contradicción, debemos adquirir una comprensión del concepto de libertad que subyace al libertarismo y el capitalismo exacerbado promovido por el programa de Kast. En el libro Ruta Republicana, publicado por Ideas Republicanas, el think tank del Partido Republicano, se cita en varias ocasiones al filósofo y jurista libertario Friedrich Hayek. Por ejemplo, el texto afirma (en su apartado del concepto de libertad que promueve), que “si quisiéramos un resumen de lo anterior, para concluir, Hayek nos indica: «la libertad nunca ha funcionado sin creencias morales profundamente arraigadas y (…) la coacción puede ser reducida a un mínimo solo allí donde puede esperarse que los individuos por regla general se sujetarán voluntariamente a ciertos principios»” (72), para más adelante colocar en letras grandes, la frase “La libertad no solo significa que el individuo tiene la oportunidad y responsabilidad de elegir, también significa que debe enfrentar las consecuencias de sus acciones (…) La libertad y la responsabilidad son inseparables” (73).
El problema simple del acercamiento libertario por el que apuesta el texto es que sufre de la patología ideológica que le es propia: la propiedad privada es la fuente de la libertad. ¿Cómo puede ser, conforme a una cosmovisión cristiana, la autonomía productiva y propietaria del individuo la base ética y moral (como dice al inicio el programa del candidato presidencial)?
Esta idea, propia del paradigma liberal y libertario, se funda en la presunción de que el ser humano solo es libre en tanto no sufre intervención alguna en sus negocios, es decir, se funda en la libertad negativa. Esta forma de libertad como autonomía (y arbitrio individual) no coloca fines últimos en la esfera ontológica del ser humano; presume que ser libre es ser autónomo. Como bien explica el mismo texto, “una vez avanzada la modernidad se desarrollaron pugnas o diferenciaciones entre libertad positiva (causa que impida el hacer) y la libertad negativa (dejar hacer). Por parte del escritor letón, Isaiah Berlin, invita a discutir de manera apasionante la naturaleza de la libertad, tomando su dimensión negativa como el comprender que «otros no se interpongan en mi actividad. Cuanto más extenso sea el ámbito de esta ausencia de interposición, más amplia es mi libertad»” (74).
La cosmovisión cristiana, fundada en la metafísica y la reflexión ética y teológica que la hace peculiar, supone que solo se es libre a través, precisamente, del buen vivir. Ese buen vivir no es arbitrario: es un telos, que no puede sino ser comprendido desde las bases epistemológicas y ontológicas que el cristianismo dispone. A esta libertad, debemos llamar (como antes fue esbozado), libertad positiva. Es importante destacar que Ruta Republicana no explica más sobre el concepto de libertad positiva. Este es un punto relevante, ya que el cristianismo propugna, desde sus orígenes, este concepto de libertad.
La libertad negativa y la autonomía moderna tienen un origen concreto, mejor expresado por el filósofo de la ética cristiano Alasdair MacIntyre en su obra maestra Tras la Virtud. El origen es el proyecto ilustrado cuyo ímpetu se encuentra precisamente en el abandono de la ética cristiana. Como bien dice el autor tomista:
“la conjunción del rechazo laico de las teologías protestante y católica y el rechazo científico y filosófico del aristotelismo iba a eliminar cualquier noción del hombre-como-podría-ser-si-realizara-su-telos. Dado que toda la ética, teórica y práctica, consiste en capacitar al hombre para pasarlo del estadio presente a su verdadero fin, el eliminar cualquier noción de naturaleza humana esencial y con ello el abandono de cualquier noción de telos deja como residuo un esquema moral compuesto por dos elementos remanentes cuya relación se vuelve completamente oscura. Está, por una parte, un cierto contenido de la moral: un conjunto de mandatos privados de su contexto teleológico. Por otra, cierta visión de una naturaleza humana ineducada tal-como-es. Mientras los mandatos morales se situaban en un esquema cuyo propósito era corregir, hacer mejor y educar esa naturaleza humana, claramente no podrían ser deducidos de juicios verdaderos acerca de la naturaleza humana o justificados de cualquier otra forma apelando a sus características. Así entendidos, los mandatos de la moral son tales, que la naturaleza humana así entendida tiene fuerte tendencia a desobedecer” (75).
Sin la construcción de la autonomía y la libertad negativa modernas, no existiría liberalismo o libertarismo y, más aún, no existirían las bases ontológicas del capitalismo idolátrico. El problema, desde una cosmovisión cristiana, es que “autonomy is a criterion of human success that exists separate from religion or morality” (76) y, por lo tanto, “if I do what I truly want to do, I succeed. As long as I do not interfere with the negative liberty of other people, I cannot be stopped or faulted” (77). Este último aspecto, denominado “no harm principle”, propio de la filosofía utilitarista, carece de un telos o una ética trascendente. Incluso, desde una perspectiva protestante, “the reformers believed in something. They had a metaphysics, an epistemology an eschatology, a conception of human nature. Their beliefs had substantive content; they were anything but neutral” (78).
La doctrina liberal, en su versión radical libertaria, presupone precisamente que la actividad económica debe ser intervenida lo menos posible por el estado en base a la noción de su neutralidad teleológica (o, en el caso del programa de Kast, una neutralidad solapada tras una retórica cristiana reservada a la vida exclusivamente privada), con el solo límite del “no harm principle”. Aquello que un libertario considera un “no harm”, claramente no es lo que el cristianismo concibe como tal, ya que el hecho de ser autónomo y libre en el sentido negativo no significa necesariamente obrar bien o en conformidad con la ética cristiana. En el área económica, esto es particularmente claro a través precisamente de la teoría económica de Hayek.
Ya en sus primeros trabajos, el filósofo destacaba que “un régimen autoritario que reprimiese el sufragio popular, pero respetase el imperio de la ley podría ser mejor guardián de la libertad que un régimen democrático susceptible a las tentaciones de la intervención económica o de la redistribución social” (79). Para Hayek, el mundo estaba dividido en dos dimensiones: un cosmos y un taxis, “el primero, una red de relaciones espontanea pero coherente dentro de la cual los agentes individuales perseguían sus propios fines, regulados solo por normas de procedimiento comunes; el segundo, una empresa voluntaria que intentaba hacer realidad sustanciales metas colectivas comunes” (80).
Desde su perspectiva, el primero responde al orden espontaneo del mercado guiado por la mano invisible y, el segundo, al estado. Cuando la taxis intervenía en el cosmos, este último no lograba funcionar adecuadamente. ¿Cuál era el telos del cosmos? Para Hayek, su justificación no estaba en ningún paradigma trascendente filosófico o metafísico, sino solo en el bienestar práctico (81). Para Hayek, el estado -sobre todo, el estado de bienestar- no debía interferir en el mercado, cuya última iteración capitalista había resultado ser la más exitosa en base a una suerte de historicismo darwiniano de conflicto entre modelos de producción económica.
Hayek propuso, en su libro Law, Legislation and Liberty, “desmantelar todas las asambleas legislativas conocidas y transformarlas en dos organismos nuevos, con competencias distintas y electorados dispares, que se correspondieran con los dos tipos de orden ontológicos: la cámara más poderosa, guardiana del imperio de la ley, eliminaba el censo de votantes a todos los menores de cuarenta y cinco años” (82). Este era solo un paso para limitar el rol del estado en el cosmos, el mercado, cuya carencia de fines trascendentes tendría preponderancia sobre los fines de un pueblo soberano. El estado de bienestar sería, para Hayek, un problema en su esencia.
A pesar de que el programa de Kast y las ideas de su partido cuentan, entre sus principios, con la convicción cristiana, esta es relegada a asuntos de orden no-económico cuando, como claramente vimos antes, el cristianismo cuenta, en su cosmovisión, con una clara afrenta a las libertades económicas, la acumulación de riqueza y la idolatría del dinero que Hayek encausaría dentro del “orden espontaneo” del mercado. De este modo, ¿podría ser un cristianismo que ataca la usura, la acumulación de riqueza (esencial de las dinámicas capitalistas), la explotación de los trabajadores y a los ricos que oprimen a los desvalidos a través de las deudas en los tribunales, compatible con la noción de orden económico espontaneo idolátrico?
El programa de Kast y la ideología de su partido, no se condicen con una genuina cosmovisión cristiana; esta abarca todas las esferas de la vida humana, ya que tiene una ontología coherente donde el arbitrio del libre mercado como pugna entre egoísmos simplemente es herética ya que “liberalism sets up the individual as an absolute. The liberal dogma is ‘Over myself I alone am master’. ‘I decide what is right for myself’. ‘You do not have the right to impose values on me’. Seen from a Christian perspective, this is idolatry; more precisely, it is self-idolatry. It is a rejection of an objective external criterion of goodness that comes from God himself” (83).
El cristianismo, en su esencia, protege la libertad positiva que, ya en las letras de Ruta Republicana, es rechazada. Esta libertad cristiana se funda en la idea de que “autonomy is freedom of choice exercised in the direction of an objective Good… On the Christian view, there is no Clash between the requirements of morality and the requirements of freedom. Freedom is moral (and spiritual) fulfillment. Only moral human beings are truly free” (84). De este modo, la libertad cristiana puede ser definida como “solo haciendo lo que es bueno, en conformidad con aquello revelado como bueno en el evangelio, soy libre”; aquellas cosas que parecieran entregarnos libertad, como la propiedad privada (en palabras del programa de Kast), no serían más que dioses falsos o idolatrías: herejías.
En vista de que tanto el liberalismo como el libertarismo “refuses to consider substantive considerations, it cannot distinguish between choices that liberate and those that enslave, between choices that protect and those that destroy, between choices that promote or those that prevent happiness… What values is simply the act of choosing” (85). De este modo, desde la cosmovision Cristiana, “immorality is a sort of powerlessness, a lack of agency. Because evil is the opposite of self-realization, it is the opposite of freedom” (86).
Sin embargo, sin libertad negativa, no pueden subsistir las dinámicas del mercado capitalista que pende del egoísmo antropológico que presume. Cuestionar, así, la libertad negativa -algo propio de la cosmovisión cristiana y su noción de libertad- es cuestionar la ontología liberal y, también, el orden económico capitalista en todas sus dimensiones.
Como bien dice el teólogo ortodoxo David Bentley Hart, en referencia al mandato trascendente de Cristo a despojarse de las posesiones a fin de seguirle en Lucas 14:33, este “was always something of a scandal for the Christians of later ages, at least those who bothered to notice it. And today in America, with its bizarre piety of free enterprise and private wealth as intrinsic moral goods, it is almost unimaginable that anyone could adopt so seditious an attitude toward the inviolable sanctity of property” (87). Desde una cosmovisión genuinamente cristiana, las cosas normales se hacen extrañas; las idolatrías del mundo se vuelven ajenas al vivir cristiano. El Apostol Pablo “consistently inveighs against πλεονεκτία (pleonektia), “acquisitiveness,” while the Pastoral Epistles denounce αἰσχροκερδής (aischrokerdēs), “sordid desire for profit.” And, while there will always be clergymen and theologians eager to assure us that the New Testament condemns not wealth but only its abuse, not a single verse (unless subjected to absurdly forced readings) confirms this claim” (88).
En síntesis, la esperanza trascendente de una libertad genuina fundada en una cosmovisión cristiana coherente se encuentra en el buen vivir: el vivir que se constituye como bueno a través de aquello que Dios, en su Palabra, revela como el bien. Toda libertad que penda de una noción vacía del “bien”, está en contradicción con la libertad cristiana, y debe ser entendida como idolatría a lo finito, a lo terrenal, al altar de falsos dioses que pretenden desviar a la iglesia de atender a su rol profético y evangelístico: vivir el bien, promoverlo y enseñarlo, dando destellos del Reino. El liberalismo y sus patologías fundadas en la exacerbación de la libertad negativa son, así, esclavitudes a otros dioses indignos de la alabanza y la gloria que solo le pertenecen a Dios.
Conclusión
El proyecto liberal irracional, egoísta y materialista que fomenta el agente capitalista de José Antonio Kast y el Partido Republicano, son la profundización de un proyecto social fracasado, erróneo e injusto: el proyecto moderno de sociedad. Por ello, quien de buena voluntad vive la fe cristiana, debe negarse a sumarse a una visión antagónica a las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición, los Magisterios y el derecho natural; es posible ser de derecha, centro o izquierda a la luz e inspirados en la fe cristiana, pero jamás, bajo ningún motivo liberal o libertario.
La herejía liberal de los cosmopolitas y bohemios burgueses es una cadena de la humanidad que somete la trascendencia a lo contingente, lo inmaterial a lo material, la salvación al pecado original y la paz al conflicto; el ateísmo económico y la agenda utilitarista del economicismo hayekiano son una amenaza patente no solo a la experiencia mística del Cuerpo de Cristo, sino que, son una aberración a la naturaleza humana que condena a la persona a una vida infra humana.
Por naturaleza humana, a la luz de la razón natural y la verdad revelada, toda persona y la sociedad en su conjunto debe encaminarse a su Desarrollo Humano Integral, con la satisfacción de necesidades materiales para donarse gratuitamente y vivir de la contemplación intelectual y espiritual en comunidad; en todo amar y servir. Si no se comprende ello, no se es un honesto hijo de Dios.
Es natural y voluntad divina la comunión de los bienes, el destino universal de los bienes y la función social de la propiedad; la propiedad privada solo es admisible para la cristiandad en medida que sea para la satisfacción de las necesidades vitales y el reparto de todo el resto, lo superfluo. Al contrario, la acumulación capitalista invita a la acumulación de lo superfluo, la glotonería y lujuria monetaria en un culto desviado y desordenado a una forma perversa de la libertad, la libertad negativa, que no es más que un rechazo ofensivo a la verdad metafísica y la verdad revelada.
Un cristiano no puede votar por el proyecto del Partido Republicano ni por José Antonio Kast en medida que eso significa negar su propia fe y reemplazarla por la doctrina libertaria enemiga de la ética y la moral cristiana. No es suficiente la defensa del derecho a la vida o al matrimonio natural; pues es aparente y mentirosa, porque quien defiende la vida y la familia debe supeditar el capital, el trabajo y el mercado al desarrollo de la vida humana, la realización de esta y la promoción de la familia, no el régimen de propiedad y mercado capitalista que la niega y destruye material y moralmente.
La inmoralidad del Partido Republicano debe ser respondida; invitamos a todas y todos los cristianos, sin distinción referente a su identificación con la derecha, el centro o la izquierda, a construir una verdadera comunidad centrada en la dignidad y promoción humana, acercándonos al Reino. Pues quien tiene hambre de Reino no responderá solamente a un color político, pero sí responderá a la Ley Natural, la verdad revelada y la doctrina cristiana; ser cristiano y liberal o libertario es una aberración y un acto herético.
Un cristiano no vota José Antonio Kast bajo ningún motivo.
Matías Kahn Aránguiz.
Anglicano. Director de Fe y Polis.
Andrea Silva Pichulmán.
Católica. Vocera Nacional de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.
Lucía Díaz Morales.
Católica. Vocera Nacional de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.
Alonso Ignacio Salinas Garcia.
Católico. Primer Secretario General de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.
Alisson Layseca Peralta.
Ortodoxa. Segunda Secretaria General de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.
Julio Guarda Andreade.
Católico. Coordinador Secundario de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.
Citas y Bibliografía
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- Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 76, a. 1
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- Alberto Magno, Super Ethica, V, 7, 343-5.
- El principio del destino universal de los bienes implica la vocación de construir una economía inspirada en valores morales que sea acorde al origen y la finalidad de los bienes; para así concretar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza tenga una función positiva en favor de la persona. La riqueza y la multiplicidad de las formas que pueden expresarla como resultado de un proceso productivo de elaboración técnico-económica de los recursos disponibles, naturales y derivados; debe ser un proceso que debe estar guiado por la inventiva, por la capacidad de proyección, por el trabajo, y debe ser empleado como medio útil para promover el bienestar de las personas y de los pueblos para impedir su exclusión y explotación, abriéndose paso para garantizar el Desarrollo Humano Integral.
Cfr. Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz (2004): Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 174.
- Pío XI (1931): Quadragesimo anno, n. 45.
- Cfr. Mounier, Emanuel (1984): op. Cit., pp. 39-43.
- Carta de Bernabé, cap. 19, n. 8-9.
- Pastor de Hernas, Visión III, cap. IX, n. 3-6.
- Vid. Código de Derecho Canónico, Canon 849 y ss.
- Hurtado, Alberto (2004): Humanismo Social (Santiago, Fundación Alberto Hurtado), p. 93
- Hurtado, Alberto (2016): Sindicalismo, Historia, Teoría y Práctica (Santiago de Chile, Ediciones Universidad Alberto Hurtado), pp. 30-31.
- Como erróneamente ha supuesto el materialismo dialectico.
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- Cfr. Webb, M. Beatrice y Webb, Sidney J. (1902): Industrial Democracy (London, Longman Publishing Group).
- Cfr. Mounier, Emmanuel (1972): Manifiesto al Servicio del Personalismo (Madrid, Taurus).
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Vid. Pablo VI (1967): Populorum progressio, 23.
Vid. Tomás Aquino, Summa Theologica 2.2., q. 66, a. 7.
Vid. Mounier, Emanuel (1984): De la Propiedad Capitalista a la Propiedad Humana (Buenos Aires, Edición Carlos Lohlé), pp. 39-44.
- Cfr. Webb, M. Beatrice y Webb, Sidney J. (1902): Ibid.
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- Cfr. Pablo VI (1967): Populorum progressio, 26.
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- Groarke, Louis (2006): “What is Freedom? Why Christianity and Theoretical Liberalism cannot be reconciled” en The Heythrop Journal, V. 47, Issue 2.
- Ibid.
- Ibid.
- Anderson, Perry (2020): Spectrum: de la Derecha a la Izquierda en el Mundo de las Ideas (Ediciones AKAL, Madrid), p. 38.
- Ibid.
- Anderson, Perry (2020): op. Cit., p. 39.
- Anderson, Perry (2020): op. Cit., p. 40.
- Groarke, Louis (2006): Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Bentley Hart, David (2020):´The First Radicals´ en Theological Territories (University of Notre Dame Press, Indiana, United States), p. 326.
- Bentley Hart, David (2020): op. Cit., p. 328.