La queja sube al cielo/ en el vaho doliente de la tierra
La queja sube al cielo/ en el vaho doliente de la tierra:
Jorge González Bastías y la teodicea poética.
El día 16 de Agosto de 2021 el mundo vio impactado un avión de la fuerza aérea de Estados Unidos que se elevaba sobre el aeropuerto de Kabul, Afganistán. Pero no es sólo el avión el que nos generó el impacto, sino que fue la multitud de afganos que intentaban subir al avión para escapar de una situación social, política, cultural y religiosa en extremo dolorosa. Ante estos dolores humanos, y luego de haber ofrecido varias columnas sobre poesía y mística, me pregunté sobre cómo escribir, pensar e imaginar el mundo de manera poética en medio de estas situaciones críticas y de profundo dolor humano. ¿Es posible rastrear en algunas propuestas poéticas y teológicas alguna luz que nos permitan iluminar tanta oscuridad? ¿A qué nos invita la teología, la poesía y el pensamiento para comprender nuestro medio doliente y, desde esa comprensión, actuar desde el plan amoroso del Dios de Jesús que defiende a los pobres y a las víctimas?
Para ello quisiera ofrecer algunas lecturas en torno a la palabra poética del poeta chileno Jorge González Bastías (1879-1958), el cual escribió El poema de las tierras pobres. Este poema se divide en cinco partes o cinco cantos, los cuales a su vez están compuestos por poemas. Los cantos son: 1) La miseria nueva; 2) Recogimiento; 3) Humilde tragedia; 4) Los ecos perdidos; 5) Cantos del solar. González Bastías escribe desde lo que podría denominar la razón sufriente rural, es decir, desde un saber captar el sufrimiento de los pueblos campesinos o de las tierras pobres que sufren la falta de accesos básicos, la violencia social, la soledad o el silencio de los rostros de esas tierras sufrientes. Pero González Bastías no solo se queda en el reconocimiento poético del dolor, sino que ofrece también cantos y versos que muestran que, en medio del dolor, hay una esperanza que continúa apareciendo. Por ello es que la lectura que quisiera ofrecer tratará de pensar que en la poesía de Jorge González Bastías surge una auténtica teodicea poética.
El recorrido que les propongo se articulará en dos partes: primero ofrecer algunas pistas sobre qué es la teodicea y cómo ella es, ante todo, una llamada de atención ante el dolor sufriente de las víctimas. Y, en segundo lugar, pensar cómo González Bastías ofrece una auténtica visión poética sobre la teodicea. Considero, con ello, que aún es posible hacer poesía, teología o desplegar el pensamiento poético en medio de nuestras tierras pobres, y que pensar poética o teológicamente puede ser una mirada crítica ante ese dolor.
Algunas breves perspectivas en torno a la teodicea: el caso de Johann Baptist Metz
La teodicea (del griego θεός -dios- + δίκη -justicia), es una rama de la filosofía que busca justificar la bondad de Dios ante la crisis del mal y del dolor. Las preguntas fundamentales de la teodicea serían ¿qué tiene que ver Dios con el mal?, ¿es responsable Dios del sufrimiento del mundo? Esta perspectiva que podríamos llamar tradicional ha sido repensada y reformulada por pensadores como el teólogo alemán Johann Baptist Metz quien en su obra Memoria Passionis: una evocación provocadora en una sociedad pluralista (2007) desarrolla una nueva perspectiva en torno a la teodicea. Para Metz la teodicea ya no es tanto el justificar a Dios, sino que establecer una doble pregunta: la cuestión de la justicia y la pregunta por el futuro de la humanidad. Dios, desde este cambio de perspectiva, aparece como un clamor ante la demanda de justicia y, a su vez, el desafío de pensar cómo ante situaciones humanamente dolorosas debe surgir la pregunta por la justicia de los que viven la injusticia.
Con este cambio de la perspectiva de la teodicea, hemos de establecer cuáles son las preguntas relevantes de la teología hoy, y a su vez, pensar si la teología (y añado: la poesía) es una pregunta relevante para nuestro tiempo. Para tratar el giro de la teodicea hay que formular preguntas fundamentales que, a juicio de Metz, supone cuestionarse por dónde estaba Dios y dónde estaba el ser humano. Desde dicho lugar epistemológico, Metz inquiere: “¿cómo se puede creer en el ser humano o incluso – ¡qué gran palabra! – en la humanidad, cuando uno tuvo que ser testigo en Auschwitz de todo lo que el “ser humano” es capaz?”[1]. Esta injusticia de Auschwitz, de nuestras tierras pobres actuales, de Kabul, es la queja que sube al cielo, es la sangre de Abel que continúa clamando desde la tierra. Ante esta queja, ante el dolor que protesta, ante la injusticia, la teología debe ser capaz de captar el grito de las mayorías sufrientes. En palabras de Metz: “su tarea (la de la teología) consiste en radicalizar (las preguntas y las situaciones de dolor) como preguntas aclaratorias dirigidas a Dios, así como perfilar conceptualmente la esperanza – estructurada por una tensión temporal – de que, en todo caso, será Dios quien, cuando llegue su día, se “justifique” a sí mismo por esta historia de sufrimiento”[2]. Lo que Metz está expresando en esta idea es el llamado a recuperar el lamento de los personajes bíblicos como Job y de comprender que el Dios de la Biblia no puede caer en el molde de un Dios, que a juicio de Metz, es pensado por metáforas “patéticamente positivas en las que sólo se habla del amor divino”[3].
Estas metáforas patéticas deben ser superadas por una fe madura la cual debe confrontarse radicalmente con el dolor que sube al cielo desde las tierras pobres. Por eso Metz indica: “¡cuán narcisista tiene que ser, en el fondo, una fe que, a la vista de la desgracia y el inescrutable sufrimiento que existe en la creación, en la creación de Dios, sólo quiere saber de la alegría, pero no de los gritos proferidos ante el rostro tenebroso de Dios!”[4]. La fe cristiana está llamada a recuperar la protesta, el quejido y el dolor y debemos aprender a mirar a Dios en medio de los sufrientes, de la desolación. Como dice el poeta Paul Celan: “ranura para mirar/ lo destrellado/ al final de la fibra de la desolación. / La costura de las pestañas, en diagonal / a las llamaradas de Dios”[5]. La fe cristiana, con ello, es y debe ser una profunda conjunción entre canto y clamor, entre la alegría y el reconocimiento de la injusticia que se articula en la queja o el clamor.
Desde esa perspectiva, la teodicea en la categorización de Metz, corresponde a una especial sensibilidad para captar el sufrimiento que está presente y punzando hoy, hasta el punto de que las certezas religiosas se vean quebradas por las desgracias de los otros. Esto es llamado por Metz como hermenéutica de la interrupción. Este quiebre, supone finalmente, el reconocimiento de que nuestro lenguaje religioso es insuficiente para expresar el dolor, el mal y la injusticia, incapacidad que no es un no hablar o pensar estas situaciones, sino que es reconocer cómo la zona del dolor nos hace pensar, vivir y creer desde otras perspectivas.
La poética de González Bastías como teodicea poética: un modo distinto y particular de pensar la realidad y la presencia de Dios en medio de la historia del dolor humano
A partir de estas breves indicaciones teológicas sobre la teodicea en la propuesta de Johann Baptist Metz, quisiera recuperar ahora algunos versos poéticos de González Bastías en cuanto expresión de una teodicea o una lectura poética de la teodicea. González Bastías utiliza expresiones como estremecimiento, miseria nueva que ha venido, dolor de otros espíritus que flota en la montaña, alaridos que se oyen en los breñales y en los valles. En el canto “La miseria nueva”, encontramos el poema II que dice:
“Y es un grito profundo/que se extiende a lo lejos, /que se oculta en las piedras / y tiembla en los esteros. Una miseria nueva/ prendió en las hondonadas y en los cerros/ arrasó los sembrados / y los rebaños y los huertos / hay espantos en los ojos/ de los niños labriegos / que oyen a media noche/ clamores homicidas en el viento”[6].
Y, por su parte en el canto IV de “La miseria nueva” se lee: “La queja sube al cielo / en el vaho de la tierra / en el aroma tenue de las flores / en las tristes pupilas que se ausentan”[7].
González Bastías, con estas primeras indicaciones poéticas, indicaciones que nos recuerdan el grito de la sangre de Abel que sube al cielo (Génesis 4,10) y el grito, la queja y el clamor de los esclavos hebreos en Egipto, grito que sube hasta Dios (Éxodo 3,7), va creando una gramática que construye una mística poética del sufrimiento. Esta mística se estructura desde el lenguaje del sufrimiento y la crisis, de un lenguaje que nace del hecho de verse hostigado y en máximo peligro, de un lenguaje de queja y acusación (figura en el “hasta cuándo”), de un verdadero lenguaje del grito, de ese grito profundo/que se extiende a lo lejos, /que se oculta en las piedras / y tiembla en los esteros como es descrito en el canto del poeta.
González Bastías es consciente del sufrimiento rural que observa y del cual se siente parte. En relación con este sentirse parte del dolor de las tierras pobres, el poeta dice que tiene “el ánimo herido/ como si los dolores de otros hombres / en mí se hubieran recogido”[8]. Y en otro momento exclama: “Alma mía! cansada/ vas entre tanta soledad,/ de lo hermoso maravillada,/ de lo misérrimo espantada, / a todo ofreciendo piedad”[9]. El alma del poeta, que es una imagen que aparece a lo largo de los cantos de las tierras pobres, se estremece ante el dolor, el rudo viento, el grito que no escuchará jamás pero que llena los valles del Chile rural. Con ello es sugerente pensar cómo el poeta, el místico, el visionario, son sujetos capaces de ser verdaderas antenas que captan el dolor y el grito inarticulado que sube desde los valles de las tierras pobres. Pero este captar personal del poeta no se queda estancado en una experiencia meramente personal. González Bastías utiliza preguntas retóricas, como medio pedagógico-poético, que son dirigidas al lector para que éste (y nosotros) podamos preguntarnos dónde está el dolor, la injusticia, y cuáles son los rostros de las víctimas. Así en el segundo poema del canto llamado Recogimiento, González Bastías se pregunta:
“Quién ha visto las tierras en la noche/ plena de resonancias?/ Amor, dolor, ensueño y luz de luna,/ voz del espacio y voz humana…/ Quién ha visto en las sendas adormidas/ las figuras extrañas/ que en los girones de la niebla suben/ a las cimas más altas?/ Quién ha escuchado la oración humilde/ que va por la hondonada, / uniéndose a la queja de las hojas/ y al susurrar del agua?”[10]
Es sugerente el concepto de recogimiento con el que se nombra el segundo grupo de poemas de las tierras pobres. Habla de la experiencia de la meditación, la contemplación o de la oración humilde de la cual el poeta escribe porque la ha escuchado y, porque la conoce, nos invita también a preguntarnos si nosotros mismos la hemos escuchado. El vínculo íntimo entre escucha y oración podemos asociarlo a los justos sufrientes del mundo de la Biblia. En la cruz, Jesús muere gritando y orando los salmos (Elí Elí, lema sabachtani). El justo Job, del cual Johann Baptist Metz nos dice debemos recuperar su memoria, también eleva su plegaria al cielo. Los pobres, las víctimas o los justos pacientes tienen en sus labios la oración humilde que se une a la queja cósmica del espacio que habitan. Hay un despertar en la naturaleza que también sufre. Esta oración es también vinculada por González Bastías a lo que él llama el misterioso influjo de su sombra en el alma cuando las estrellas se van alzando en las noches. Es sugerente evidenciar cómo el poeta tiene la capacidad de escuchar tanto el grito humano como el grito de la naturaleza. Ese es el fundamento de la teodicea en su nueva comprensión: la capacidad de escuchar el grito de los sufrientes, de los habitantes de las tierras pobres, de las tierras del Chile rural y profundo y de los hombres y mujeres de Afganistán y de todas las tierras pobres que pueblan nuestro mundo. El poeta, con ello, se hace partidario del dolor del espacio cósmico y humano en el que vive y, haciéndose eco y parte, nos invita a nosotros como lectores a optar por la escucha, reconocimiento y defensa de esos mismos sufrientes. De esa manera la poesía no es ingenua y no termina reduciéndose a una inmovilidad social, sino que ella se compone, se canta y se grita como movimiento irreverente a un sistema de negación de la dignidad humana y natural-creacional. Por lo tanto, y conscientes de dicha irreverencia ¿hay esperanza en medio de las tierras pobres?
Para responder a la pregunta por la esperanza, debemos recuperar una cuestión fundamental en la poesía de González Bastías. El poeta es capaz de avizorar la estrella de la esperanza que aparece en medio de la noche que parece cubrir a las tierras pobres del Chile rural. Dice el poeta:
“Y ah, lucha inacabable! Ah, esperanza/ que tardas tanto, tanto!/ Ya serás realidad, ya serás júbilo/ en el hogar que está esperando”[11].
Y, en otro momento se lee: “Y fue el clamar y el implorar a todo/ lo que daba esperanza;/ y fue el sufrir y el arrastrarse al borde/ de la vileza y la infamia”[12]
El poeta sabe que en medio de los pobres de la tierra hay una esperanza que continúa estando encendida. La esperanza, para González Bastías, está en los gritos, en los clamores y en el implorar cotidiano. El grito del alma humana jalonada por tantos atardeceres, por ese jalón cósmico que entra a la noche y que es capaz de mirar la estrella y la luna, es lo que permite que continúe habiendo esperanza. Es una esperanza profundamente paradójica y que parece recuperar el grito apocalíptico de los justos y la esperanza bíblica. Por ello González Bastías es capaz de cantar la teodicea en cuanto muestra una anticipación poética de la esperanza y de la promesa final de Dios que actuará con justicia con las víctimas. Así lo expresa el poeta:
“Lejanos sones de campana/ tienden redes alucinante/ y se oye, dulce, una extrahumana canción en los sones distantes/ Prende en los pobres corazones una celeste venturanza:/ milagro de los claros sones, / resurrección de la esperanza. / Resurrección de la alegría/ que hace blanda las asperezas/ y trae con la luz del día/ alivio a todas las tristezas”[13].
Y en otro poema también enmarcado por la imagen de la campana que suena: “Alma mía! en la terca soledad del ambiente/ resonó una campana llamando a la esperanza,/ vagaroso latido de corazón ferviente,/ provisor de celeste venturanza”[14].
Al finalizar
Al comienzo de esta reflexión me preguntaba cómo pensar poéticamente en medio de la historia del sufrimiento, que en nuestros días se hace lamentablemente más patente desde Afganistán y su dolor. El pensar poético, como una forma particular de mirar la realidad, se ve remecido ante los gritos y quejidos que suben al cielo desde el vaho de la tierra, como canta el poeta chileno González Bastías. Estos gritos y quejidos, y desde la mirada teológica, son asumidos y recuperados por la teodicea que, desde el pensamiento de Johann Baptist Metz, nos ha ofrecido una sugerente comprensión de que ella no es un mero justificar la bondad de Dios sino que es la capacidad de escuchar el quejido, las preguntas difíciles y radicales de los pobres y las víctimas y, desde allí, pensar cuál es la actitud creyente ante ese dolor. Desde esa perspectiva he recuperado la palabra poética del poeta Jorge González Bastías quien, desde Chile, ha sabido escuchar y a nosotros hacer escuchar el quejido que sube desde las tierras pobres del Chile rural y profundo y hoy desde las tierras afganas.
En medio del quejido y el dolor, el poeta es capaz de pensar poéticamente la realidad de sufrimiento de la tierra y de sus habitantes, que como hemos leído en los versos de González Bastías, surgen como una vinculación íntima entre lo humano y lo cósmico y, a su vez, como el ser capaces de pensar en modelos bíblicos de justos sufrientes y víctimas que elevan su oración humilde a Dios. En medio de esa oración humilde, González Bastías es capaz de descifrar el misterioso movimiento y flujo de la esperanza que viene en el sonido de la campana celeste la cual anticipa la resurrección y la vida nueva. Es por ello que y, a pesar del dolor, aún continuamos creyendo en la promesa del Dios que hace justicia a los que sufren, fe y promesa que nos invitan a comprometernos ante ese dolor que, siendo el dolor de algunos, termina siendo el padecimiento de toda la humanidad.
Juan Pablo Espinosa Arce / Académico Facultad de Teología UC y Universidad Alberto Hurtado
[1] Johann Baptist Metz, Memoria Passionis: una evocación provocadora en una sociedad pluralista (Sal Terrae, Santander 2007), 19.
[2] Johann Baptist Metz, Memoria Passionis, 21.
[3] Johann Baptist Metz, Memoria Passionis, 21.
[4] Johann Baptist Metz, Memoria Passionis, 21.
[5] Paul Celan, Hebras de sol (Visor Libros, Madrid 2014), 29.
[6] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres (UC Maule, Talca-Chile 2020), 25.
[7] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 29.
[8] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 23.
[9] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 39.
[10] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 41.
[11] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 50.
[12] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 51.
[13] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 71.
[14] Jorge González Bastías, El poema de las tierras pobres, 73.