Experiencia espiritual y sobregiro ecológico
Una constante que atraviesa todas las tradiciones espirituales de la humanidad es el cultivo de una relación armónica con la naturaleza y con toda la creación.
Es la relación de armonía con todo lo creado que admiramos en todas las tradiciones espirituales de la humanidad y en la sabiduría de los pueblos ancestrales. Acá, en el extremo sur, no dejamos de admirar como los pueblos selk’nam, aonikenk, yámana y kawésqar, desarrollaron una cultura y civilización con la sabiduría y conocimientos técnicos para vivir durante miles de años en la Patagonia y Tierra del Fuego, en armonía con una naturaleza agreste y maravillosa. También acogemos esta relación de armonía con toda la naturaleza en el mensaje bíblico, en el Señor Jesús y su anuncio de Dios como Padre amoroso de todas las personas y todas criaturas, así como en el testimonio de ese gran discípulo de Jesús que es san Francisco de Asís.
Esta vivencia de armonía con la naturaleza, en todas sus expresiones y -en especial- con la naturaleza humana, nace de la experiencia de la admiración ante la belleza y la grandeza de todo lo creado. Belleza que cautiva al espíritu humano ante una puesta de sol, ante el sonido del agua de la montaña, ante la maravilla del cuerpo humano, ante la inmensidad del cielo estrellado… Y grandeza que nos sitúa en nuestro justo lugar: no somos los creadores de tanta maravilla que nos precede y se nos regala, no somos Dios, y entonces el espíritu humano se abre fascinado ante la presencia inmensa y cercana del Creador. Esta es la experiencia que intentan plasmar los mitos y relatos de la creación de las diversas tradiciones espirituales de la humanidad.
La experiencia espiritual ante la belleza y grandeza de la creación, y ante la inmensidad del Creador y la dignidad del ser humano, es la que funda la armonía de la persona con la naturaleza y con todos los seres humanos. Cuando el ser humano deja de maravillarse ante la belleza y grandeza de la obra del Creador, se vuelve en un depredador de la naturaleza. Sin esta experiencia espiritual, el ser humano -simplemente- devasta la creación tratándola como una cantera a explotar, en lugar de aquel jardín -según el lenguaje bíblico- en que Dios puso al ser humano para que “lo cuidase y lo trabajase”. Este es el drama de nuestro tiempo y su vacío espiritual, que es el fundamento humano de la crisis ecológica que vivimos.
La crisis ecológica, como expresión del vacío de experiencia espiritual ante la naturaleza, tuvo esta semana -el jueves recién pasado, el 29 de julio- un momento particular, pues ese fue el “Día mundial del sobregiro ecológico”. Un sobregiro no sólo puede ser bancario, como cuando alguien gasta más dinero del que tiene en su cuenta, también existe el “sobregiro ecológico”, que indica el momento en que la demanda de la humanidad por recursos naturales sobrepasa lo que la tierra puede regenerar en el período de un año. A nivel mundial, la fecha promedio en que ocurrió este sobregiro ecológico fue el jueves 29 de julio, pero en el caso de Chile el sobregiro ecológico ocurrió el 17 de mayo; es decir, para esa fecha nuestro país ya consumió todo lo que la tierra puede producir este año 2020 de manera sostenible.
Hay quienes consideran que el drama de la crisis ecológica es sólo una bandera política; para otros, se trata de un problema ajeno y un obstáculo para sus intereses económicos; otros, viven sumergidos en una borrachera de consumo y derroche en busca de un bienestar que llene su vacío espiritual; pero, el sobregiro ecológico nos devuelve al hecho dramático que estamos gastando y consumiendo más de lo que tenemos, más recursos naturales de los que nuestra tierra puede regenerar.
El sobregiro ecológico es un problema de todos y una responsabilidad de todos, para con nosotros mismos y para con las generaciones futuras. Es cierto que enfrentar esta realidad tiene mucho que ver con las políticas de gobierno, con los sistemas de producción y con los mecanismos de consumo; pero también es cierto que el vacío espiritual tiene muchísimo que ver como factor humano de la crisis y del sobregiro ecológico, y eso es una responsabilidad de cada persona.
La experiencia espiritual que nace de la admiración ante la belleza y grandeza de la obra del Creador, es la que va haciendo nacer en cada persona una actitud de respeto y cuidado por toda la naturaleza, en especial la naturaleza humana, y es la única que puede abrir las puertas a un desarrollo sostenible. Así, cada persona, y cada familia en su hogar, junto con las grandes políticas estatales, las decisiones empresariales y los cambios en los sistemas productivos, pueden ir generando una relación nueva con toda la creación, ya no de depredación, sino acogiéndola como un regalo del Creador para que la cuidemos y trabajemos armónicamente.
P. Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación