Diciembre 22, 2024

Ponerse en el lugar de otros

 Ponerse en el lugar de otros

P. Marcos Buvinic.-

En una columna que escribí a fines de abril señalaba que los tiempos de crisis y situaciones límites (desastres naturales, guerras, pandemias, etc.), son una de las ocasiones en que sale a luz lo mejor y lo peor que hay en las personas. Tres meses después, y aún en medio de la crisis viral, me parece importante volver a mirar ese rasgo de nuestra raza humana, y así poder preguntarnos qué es lo que está saliendo de cada uno y ver qué es lo que podemos sacar a luz en medio de las diversas crisis que vivimos (crisis de las instituciones, crisis social, crisis sanitaria, crisis económica y laboral, y… las crisis personales de cada persona).

En estos meses pienso que todos -cual más, cual menos- hemos podido percibir dos fenómenos ascendentes en la sociedad: el crecimiento de la compasión y solidaridad activa por la situación que estamos viviendo y, particularmente, que viven las personas que más sufren las diversas manifestaciones de la crisis; y, por otro lado, el crecimiento del egoísmo e irresponsabilidad de algunos que viven la crisis sin pensar en los demás y desentendiéndose de cualquier forma de solidaridad o responsabilidad social.

Quizás, uno de los signos más elocuentes de los que viven la crisis desde su propio egoísmo e irresponsabilidad es el de los padres que ni siquiera tienen compasión de sus hijos y no pagan las pensiones alimenticias que deben aportar. Probablemente, la mayoría de las personas sabemos que se trata de pagos que están atravesados -en muchos casos- por complejas relaciones entre los progenitores, pero ha sido sorprendente el dato de que se encuentran impagas ¡el 84% de las pensiones de alimentación!

Acertadamente han hecho ver algunas personas que se ocupan de temas de familia que es un dato revelador de una muy grave falta de responsabilidad de esos padres para con sus hijos, cuyo pago no logra ser adecuadamente exigido por los medios judiciales; es decir, es un dato que manifiesta el abandono de esos hijos por parte de esos progenitores. Ciertamente, no es lo mismo estar en deuda con una casa comercial o un banco que estar en deuda con los hijos, y no se trata sólo del aspecto económico de la situación, sino de algo tan profundo como es el sentido de la paternidad que está siendo destruido por una cultura individualista y economicista.

En contraste a esta penosa situación está el maravilloso crecimiento de la solidaridad activa a través de múltiples instancias que creativamente nacen en apoyo y ayuda de quienes sufren más las consecuencias de la crisis: comedores solidarios, ollas comunes, campañas de recolección de alimentos, teléfonos solidarios para escuchar y servir, etc. Son expresiones de comunidades cristianas y parroquias, de juntas de vecinos, de agrupaciones sociales y culturales, o de simples vecinos que se preocupan de los que viven cerca.

Estas iniciativas son una impresionante y creciente manifestación de la organización de la base de la sociedad, la cual no puede estar esperando que se pongan de acuerdo y lo que decidan las diversas autoridades políticas y sociales, las cuales -habitualmente- llegan tarde y con propuestas insuficientes para las necesidades de las personas.

Esta maravillosa solidaridad que mantiene a flote a los que atraviesan el temporal en frágiles chalupas, nace de uno de los rasgos más propios del ser humano y que -por eso mismo- es un signo distintivo del Señor Jesús y sus discípulos: se trata de la compasión; la cual no es un pasajero sentimiento de pena ante alguna situación que afecta a otro, sino que significa ponerse en el lugar de otro y actuar. Más aún, la palabra “compasión” viene del latín “cum-passio”, que significa “sufrir juntos”; es decir, la solidaridad verdadera es la que brota de la capacidad de ponerse -de verdad- en el lugar de otro, hasta sentir lo que el otro siente, sufriendo juntos y actuando juntos para sobrellevar la situación. La compasión nos hace más humanos y mejores humanos.    

Hay personas para quienes la compasión es un signo de debilidad, es -como dicen- “tener corazón de abuelita” (¡no tienen idea de lo que son capaces benditos corazones de las abuelas!), es no saber manejar las situaciones sin involucrarse afectivamente y no saber imponerse. En cambio, para los discípulos del Señor Jesús se trata de una actitud que nos humaniza y nos permite seguirlo más de cerca: “Jesús vio una gran multitud y sintió compasión de ella, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles durante largo tiempo” (Mc 6,34). El Reino de Dios tiene la compasión entre sus materiales de construcción, nunca el individualismo insolidario; porque Dios es compasivo.

La pandemia que atravesamos es una ocasión preciosa para cultivar una mirada compasiva y actitudes compasivas, de manera hacerlas habituales y salir mejores. Así, con la compasión crecemos todos, nadie pierde y todos ganamos.

P. Marcos Buvinic

La Prensa Austral  –  Reflexión y Liberación

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