Coronavirus: ¿castigo divino?
Al comienzo
Se me solicitó, queridos lectores, poder compartir con ustedes algunas perspectivas en torno a si la irrupción del COVID-19 es acaso un castigo divino. Para tratar de responder a esta respuesta que ya la adelanto diciendo que el coronavirus NO ES UN CASTIGO DIVINO, SINO QUE ES UN MOVIMIENTO PROPIO DE LA AUTONOMÍA DE LA CREACIÓN, vamos a recurrir a textos bíblicos, antecedentes magisteriales y algunas reflexiones en medio de este tiempo de Pascua. El que crea que el COVID-19 fue enviado por Dios para purificar nuestra pecaminosa humanidad, esa persona no ha creído en el Dios de Jesús, en el Padre amoroso que ama la vida y regala Vida en abundancia (Cf. Jn 10,10). Hablar de un Dios castigador, masoquista, medio titiritero que busca que sus hijos e hijas sufran para salvarse, es una afrenta contra el mismo Evangelio, y por ende una afrenta contra el mismo Dios.
Datos de la Escritura y del Magisterio de la Iglesia
Si leemos atentamente el Génesis 1, el primer relato de la creación llamado “sacerdotal”, podemos encontrarnos con una constante: la creación de Dios es esencialmente buena. La partícula “Y vio Dios que era bueno”, repetido por el autor sagrado al final de cada día de creación es signo de un Dios providente y amoroso que se comunica con el ser humano en su creación. El Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes y comentando el acto creador de Dios reconoce: “por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte” (Gaudium et Spes 36). Esto quiere expresar que Dios ha creado un ecosistema, un mundo, un espacio que es esencialmente autónomo, es decir, que posee sus leyes, sus ciclos, sus momentos. En los ciclos terrenos y creacionales reconocemos la presencia de lluvias, tornados, terremotos y epidemias o virus. La tierra creada por Dios se mueve en sus procesos libres, verdaderos y ordenados. Lo que el ser humano está llamado a hacer, a la luz de los relatos de creación y de la enseñanza de la Iglesia, es valorar y aprender a detectar estos ciclos, a explicarlos y a ayudar a que podamos sobrellevarlos. Dios respeta la libertad con la que ha creado la tierra. Él la sostiene, Él la recrea, Él la llevará a su plenitud (Ap 21,5) Este es quizás el dato más importante de la lógica creacional. Por ello no reconocemos castigos divinos en los ciclos naturales. Dios y creación son autónomos.
Los datos de la Escritura nunca muestran un Dios complaciéndose en el sufrimiento de los hombres ni de la tierra. Él es ante todo un Dios amoroso y compasivo. Si revisamos, por ejemplo, los Evangelios, reconocemos cómo la acción divina en la acción de Jesús busca poner en primer lugar la dignidad y la buena vida de toda persona. Los milagros son signo de ello. El milagro es el paso de una condición de “poca humanidad” a una vivencia nueva e integrada. Por ejemplo, en el texto del Evangelio de Lucas 13, 10-16; 14, 1-5 se muestran dos casos de personas sufrientes: la mujer encorvada y el hombre hidrópico. En estos relatos se muestra cómo Jesús discute con los fariseos la factibilidad de hacer el bien un día sábado. Los judíos religiosos consideraban que hacer el bien estaba prohibido este día, pero Jesús coloca el bien hacia el hermano por sobre la ley. Lo que importa en la perspectiva de Jesús es el amor concreto al prójimo. La salvación de la enfermedad o de la desgracia pasa por el reconocimiento del otro como un hermano, un prójimo, una persona a la que se debe cuidar y respetar. Dios en Jesús hace que la persona pase de condiciones de dolor a condiciones de buena vida. Dios y su compasión son, nuevamente, signos de que el dolor no es parte integrante del plan de Dios.
Dolor, COVID-19 y la Pascua
Cuando el Papa Francisco ofreció su bendición del 27 de Marzo en la vacía y lluviosa Plaza de San Pedro, utilizó un texto interesante: la tempestad calmada (Mc 6,47-51). Este relato es comprendido por los estudiosos como un texto pascual. Muestra a Jesús atravesando, pasando el lago de Galilea de una orilla a otra. El “pasar” es el significado literal de la palabra Pascua. Lo que estamos celebrando en estas semanas es el acontecimiento concreto y universal del paso de la muerte a la vida de Jesucristo. La Pascua es la gran proclamación de que la Vida es la que vence a la muerte. Resuena en el texto y en nuestras propias palabras el grito de angustia ante el perecer. Los discípulos de Jesús están asustados. Nosotros lo estamos y no es malo que lo experimentemos. Incluso pienso que decir: tú como cristiano no puedes tener miedo es una afrenta contra la propia humanidad. El miedo es parte constitutiva de nuestra vida. El tema es qué hacemos con el miedo: permanecer en él o entre todos ir superándolo. Pero eso es otro tema para otra columna.
Ante el dolor y la angustia de los discípulos Jesús interviene calmando la tormenta. Incluso, ante el dolor y el grito de Jesús en la cruz en la citación del Salmo 21 (Dios mío ¿por qué me has abandonado?), Dios Padre interviene en la Resurrección. El grito de los discípulos, el grito de Jesús en la cruz y el grito del mundo que sufre con la pandemia se unen, se implican, y permiten comprenderse. En el caso del Jesús que calma la tempestad y en el Dios que resucita al Hijo vemos una misma práctica de solidaridad y salvación. Dios no se queda en el sufrimiento sino que actúa salvíficamente en medio de él. Pienso que esta práctica de solidaridad y compasión es también un desafío para la Iglesia y para la cultura. Las políticas públicas en orden de salud, de distribución de lo recursos en medio de la otra emergencia, la social, laboral o económica, son instancias en las cuales se debe actualizar una y otra vez esta ética de la compasión por el sufriente. Eso es Pascua, eso es Resurrección. Pienso que el desafío futuro es imaginar una nueva forma de ser humanos que tenga a los damnificados por el virus como protagonistas. En ellos se actualiza la palabra de Jesús en Mateo 25,35-40: estuve enfermo, se compadecieron de mí. La Pascua en tiempos de coronavirus es un llamado a la porfiada esperanza que nos anima a reconocer cómo el Crucificado ha sido Resucitado.
Juan Pablo Espinosa Arce / Teólogo