Noviembre 21, 2024

¿Quién tiene que ser mejor?

 ¿Quién tiene que ser mejor?

Como ocurre en cada vuelta anual del calendario, pasa que uno queda medio cansado con tantos deseos de felicidad para el nuevo año. Sucede que -casi de un día para otro- todo el mundo está lleno de buenos de deseos que se reparten a conocidos y desconocidos con una desacostumbrada generosidad.

Así, como de un día para otro, parece que ya no estamos en una crisis nacional, o en un estallido social o en una crisis eclesial, sino que los buenos deseos -como una poderosa varita mágica- nos hacen olvidar los diversos dramas personales, los serios conflictos de justicia social, la violencia que nos está matando el alma y las crisis de las diversas instituciones que dan forma a la sociedad, y -entonces- nos miramos unos a otros sonriendo al futuro.

En verdad, pienso que esto no está del todo mal; pienso que a todos nos hace bien darnos cuenta que tenemos muchos deseos de bien (es decir, bendiciones), y que la buena voluntad está presente en todas las personas.

Pero, para iniciar bien este año es preciso darse cuenta que todos esos buenos deseos -repetidos hasta el cansancio por las redes sociales- no funcionan y resultan inútiles sin los necesarios cambios de actitudes. Un problema serio es que olvidamos prontamente los buenos deseos y lindas intenciones, y con mayor rapidez de lo que quisiéramos volvemos a lo de siempre, a lo que nos resulta cómodo, a las mediocridades acostumbradas. Por eso, un nuevo año es recibir el regalo de un tiempo nuevo para tomar decisiones que expresen una nueva actitud.

Claro que, para tomar decisiones que expresen una nueva actitud es necesario ser capaz de salir de las murallas defensivas con que cada uno ha rodeado su vida y empezar a revisar en serio lo que cada uno ha vivido en el último tiempo: el modo en que se relacionó con los demás, especialmente en la familia y en el trabajo; las actitudes con que enfrentó las diversas situaciones de crisis personales, de relaciones humanas, los conflictos sociales e institucionales. Es decir, no puede haber actitudes nuevas sin una seria autocrítica.

Llegados a este punto, entramos en un nuevo problema. ¿Se han fijado ustedes que ante todas las situaciones de crisis sociales e institucionales que hemos vivido, hay una actitud bastante generalizada de reconocimiento de responsabilidades colectivas (“todos tenemos alguna responsabilidad en lo que ha pasado”, se oye decir), pero unida al rechazo de asumir las responsabilidades personales? Ahí, entonces, todo se vuelve en victimizarse y echarle la culpa a otros de lo sucedido; así no hay autocrítica posible ni, menos aún, actitudes nuevas.

Entonces, es el momento de tomar muy en serio lo que dice una viñeta de Mafalda: “el que tiene que ser diferente no es el 2020… ¡es usted!”.

Para terminar, si los buenos deseos de los cuales todos hemos hecho gala al inicio de este año no pasan por el cedazo de la autocrítica y se transforman en propósitos personales, sociales e institucionales concretos, y éstos en actitudes nuevas, se quedan en algo tan inútil que lo mejor es olvidarlos lo antes posible. Un nuevo año es una ocasión para una actitud nueva ante la vida, ante sí mismo, ante Dios, ante los demás, ante las necesidades de transformaciones sociales y ante los proyectos personales que tengo; así mismo, es ocasión para saber acoger lo que se me ofrece, para vivir lo inesperado y darse cuenta que la vida se juega en todo eso.

P. Marcos Buvinic

La Prensa Austral  –  Reflexión y Liberación

Editor