Diciembre 30, 2024

Mi recuerdo de Johannes Baptist Metz

 Mi recuerdo de Johannes Baptist Metz

Mi acercamiento a la reflexión teológica de Metz se remonta a mediados de los años 70, fecha en la que lo elegí para mi tesis de filosofía en la Universidad de Padua y ocasión en la que tuve que hacer frente a la indiferencia de Marino Gentile, quien, cuando se lo propuse, se sorprendió.

Le dije que Metz había sido discípulo del gran Karl Rahner, de quien el filósofo de Padua sabía algo. Es probable que hubiera oído hablar algo de él al teólogo Sartori, de quien era amigo. La idea de una tesis sobre Metz fue aprobada y me puse a estudiar su pensamiento, así como a visitarle con cierta frecuencia. Era un hombre de una notable humanidad, de sorprendente buena voluntad y de extraordinaria vitalidad. Le encantaban la compañía y las risas, siempre rodeado de grupos de jóvenes. Era un bávaro de una sola pieza.

Sin embargo, ya entonces, el teólogo alemán me daba la impresión de tener una cierta ansiedad, un no sé qué oculto, un espíritu sorprendentemente problemático. Le apasionaba la teodicea, es decir, el estudio de Dios y me decía que las preguntas sobre Dios eran muchas; que la teología no debía tener miedo de formularlas.

En una conversación que mantuvimos, también me habló de su decisión de ser teólogo, por coherencia con su itinerario teológico. Años más tarde, Metz volvió a hablar de ello en un simposio organizado por Moltmann en 1996, en Tubinga, al que fueron invitados nueve famosos teólogos. Todos tenían que responder a esta única pregunta: “¿En qué he cambiado?”

Metz habló de aquello en lo que no había cambiado. De hecho, no había cambiado la referencia a un episodio trágico en su vida, que iluminó y reafirmó su investigación teológica, cuando, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, llegado al frente, ubicado a este lado del Rin, vio a un centenar de jóvenes muertos, masacrados por un ataque combinado de artillería y tanques.

Sus sueños se desmoronaron. ¿Cómo se puede hablar de Dios delante de estos jóvenes con los que había compartido temores y risas de infancia? Desde el comienzo de su investigación teológica, examinó las categorías de memoria, pasión y sufrimiento en referencia a Dios.

Estaba atormentado por el sufrimiento del mundo y la pregunta: “Dios, ¿dónde estabas en Auschwitz?”. Su “teología política” no era más que un hablar de Dios en la “conversio ad passionem”, es decir, en su manifestación en el calvario y en el proceso que lo clavó en la cruz.

Metz había llegado a la teología política a partir de la teología trascendental de su gran maestro K. Rahner. Tuvo que enfrentarse a una avalancha de críticas. El debate fue áspero y polémico hasta la publicación del libro: “la fe, en la historia y en la sociedad” (1977), virulentamente atacado por Ratzinger.
Queriendo conocer de primera mano el mundo del sufrimiento, visitó las comunidades de base de América Latina. Quedó sacudido por el trabajo “desde abajo” de amigos y compañeros teólogos. Visitando los Andes, escribió un diario.

Regresó con la firme y obstinada voluntad de plantear a la teología las preguntas más crudas e inquietantes sobre el sufrimiento y la existencia humana atribulada. El sufrimiento se convirtió, en su apasionada investigación, en la categoría básica del discurso cristiano sobre Dios. En su intervención en el simposio de Tubinga dijo, refiriéndose al Maestro, que le había puesto delante de sus ojos y en su corazón “el suspiro mudo y tenue de la criatura, como un discreto grito de búsqueda de la luz ante el rostro oscuro de Dios”.

En julio de 1999 me envió un hermoso texto sobre la “ecumene de la compasión”. Partiendo de la constatación de que todas las grandes religiones de la humanidad tienen como interés central una mística del sufrimiento, veía en esto la base para una alianza entre religiones, destinada a promover la compasión social y política en el mundo en común oposición a las causas del sufrimiento injusto e inocente. Esta “ecumene de la compasión” no sólo sería un evento religioso, sino que también estaría llamado a ser un “acontecimiento político”. Era su “utopía”.

Francesco Strazzari

Scuola Universitaria Superiore – Pisa / Italia

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