La Marcha de los que sobran
(Pedro Pablo Achondo).-
La marcha fue en realidad una multitud de marchas. Santiago no es Chile y tampoco representa todas las demandas ni todas las necesidades.
El Chile multicultural y multiterritorial ha aparecido, como probablemente nunca antes, en las plazas y calles de nuestro pequeño país, en las costas y en el extremo austral del mundo. Marchando lleno de sueños y deseos, repleto de aspiraciones y animado por un posible que el poder (y sus tentáculos socio-políticos, culturales, religiosos y patriarcales) ha querido mostrarlo como imposible. No dejo de pensar en uno de los descubrimientos del filosofo Walter Benjamin en medio de la catástrofe y el horror del pueblo judío: hay que pensar lo impensado. Se trata de adelantarse al tiempo, de ganarle al presente pensando lo impensado. En el caso de Benjamin se refería al horror, al mal. Podríamos decir que en las marchas y luego de una semana de manifestaciones y a partir de esta “revolución del octubre chileno” hemos querido pensar el bien. Pensar lo imposible, soñar lo que no es y no ha podido ser. Aquí hay un acto profundo de fe, un fuego de esperanza que difícilmente podrá apagarse. Lo que viene por delante y aun es prematuro darle una forma concreta -y probablemente no la tendrá- es priorizar, organizar y proyectar los qué y los cómo. Reformas estructurales, otro modelo, una nueva constitución, mecanismos ciudadanos para elaborar las propuestas, reformas territoriales, cambios culturales… Todo ello nos emociona, nos proyecta en vistas de ese “bien” que se canta en las calles y que se baila entre máscaras y resistencias. Siguiendo a Benjamin, el solo hecho de pensarlo, de nombrarlo e imaginarlo es ya una tremenda conquista ciudadana. Y, sin duda, hay que imaginar mucho más, hay que atreverse con más fuerza a los ¿porqué no? Sería una buena iniciativa que los cabildos (donde también la tierra recibe las ofrendas) o asambleas territoriales se transformen en espacios de imaginación, de compartir sueños y anhelos profundos para nuestras vidas en común. Imaginar más, con osadía, sin peros ni autocensuras. Imaginar lo inimaginado.
Las multitudes de marchas y sus voces no deben ser apropiadas por partidos políticos ni por filántropos ni siquiera por gente de buena fe que desde ahora será más consciente y justa. La voz es ciudadana, le pertenece a la ciudadanía -al pueblo- y eso debe ser defendido. Entre todas las voces ciudadanas se organizarán los caminos y se ejecutarán los proyectos; luego y solo luego, los representantes canalizarán dichas demandas. El papel de las instituciones será acoger esa voz múltiple y territorial, las voces de los que sobran (los desechables, los sin lugar, los opacados, los no reconocidos, los descontentos, los endeudados, los nadie…) y llevan sobrando décadas.
La aberrante injusticia estructural tiene un denominador común: la distribución de la riqueza. Los mecanismos y los beneficiados con las riquezas que el país es capaz de generar. Ello, en una cadena de mezquindades y tecnicismos, se replica hasta el bolsillo de la persona común, su salud, educación, movilización y posibilidad de vida digna. En definitiva, su libertad. Si esto es comprendido en un contexto de oligarquía capitalista y culturalmente neoliberal -como es el caso chileno; la acción ciudadana, la organización comunitaria, la solidaridad de brazos y comidas, de ternuras y escuchas; tomará también formas insospechadas. En ningún caso será como antes, ni como en otros lugares. De ahí la importancia de un ejercicio popular, comunitario y territorial de imaginación. ¿Quién habría imaginado concentraciones a lo largo de todo Chile durante tantos días, hace 10 días atrás? ¿Entre quiénes y cómo vamos a imaginar los procesos de transformación política, social, cultural y ecológica que se nos vienen?
Pedro Pablo Achondo Moya