“Todos estamos llamados a habitar la Paz”
El Papa Francisco dirige un mensaje al Cardenal Carlos Osoro y a los participantes en el Encuentro Internacional de Oración por la Paz: “Paz sin fronteras” que se realiza en Madrid del 15 al 17 de septiembre, organizado por la Comunidad de San Egidio con la colaboración de la Arquidiócesis de Madrid.
A Su Eminencia
Cardenal Carlos Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
y a los participantes en el Encuentro de Oración por la Paz
“Paz sin fronteras”
Madrid, 15-17 de septiembre de 2019.
Saludo con alegría y reconocimiento al Cardenal Carlos Osoro Sierra, Arzobispo de Madrid y a todos vosotros, representantes de las Iglesias y las comunidades cristianas y de las Religiones mundiales reunidas en Madrid para el XXXIII Encuentro de Oración por la Paz, organizado conjuntamente por la Comunidad de San Egidio y la Archidiócesis de Madrid. Es motivo de alegría ver que esta peregrinación de paz que comenzó después de la Jornada Mundial de Oración por la Paz, convocada en Asís en octubre de 1986 por san Juan Pablo II, nunca se ha interrumpido sino que continúa y crece en número de participantes y en frutos de bien. Es una peregrinación que ha recorrido pueblos y ciudades para dar testimonio en todas partes de la fuerza de ese “espíritu de Asís” que es oración a Dios y promoción de la paz entre los pueblos.
Este año su itinerario llega a Madrid, para reflexionar sobre el tema “Paz sin fronteras”. La mente vuela al pasado, cuando hace treinta años, en el corazón de Europa, cayó el Muro de Berlín y se puso fin a esa lacerante división del continente que causó tanto sufrimiento. Desde Berlín a toda Europa del Este se encendieron ese día nuevas esperanzas de paz, que se extendieron por todo el mundo. Fue la oración por la paz de tantos hijos e hijas de Dios la que contribuyó a acelerar esa caída. Además, la historia bíblica de Jericó nos recuerda que los muros caen cuando son “asediados” con la oración y no con las armas, con los anhelos de paz y no de conquista, cuando soñamos con un futuro bueno para todos. Por eso es necesario rezar siempre y dialogar en la perspectiva de la paz: ¡los frutos vendrán! No tengamos miedo, porque el Señor escucha la oración de su pueblo fiel.
Por desgracia, en estas dos primeras décadas del siglo XXI hemos presenciado, con gran tristeza, el desperdicio de ese don de Dios que es la paz, dilapidado con nuevas guerras y la construcción de nuevos muros y barreras. Después de todo, sabemos bien que la paz ha de aumentar sin cesar de generación en generación, con el diálogo, el encuentro y la negociación. Si se busca el bien de los pueblos y del mundo, es insensato cerrar espacios, separar a los pueblos, o más aún, enfrentar a unos con otros, negar hospitalidad a quien lo necesita. De esta manera, el mundo se “rompe”, utilizando la misma violencia con la que se arruina el medio ambiente y se daña la casa común, y pide en cambio amor, cuidado, respeto, igual que la humanidad invoca la paz y la fraternidad. La casa común no soporta muros que separen y enfrenten a los que viven allí. En cambio, necesita puertas abiertas que ayuden a comunicarse, a encontrarse, a cooperar para vivir juntos en paz, respetando la diversidad y reforzando los vínculos de responsabilidad. La paz es como una casa con muchas estancias en la que todos estamos llamados a habitar. La paz no tiene fronteras. Siempre, sin excepción. Tal era el deseo de san Juan XXIII cuando, en un momento difícil, quiso dirigir su palabra a todos los creyentes y hombres de buena voluntad invocando la “paz en todas las tierras”.
Distinguidos representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas, y de las grandes Religiones del mundo, con este saludo mío quiero deciros que estoy a vuestro lado en estos días y que con vosotros pido la paz al Único que nos la puede dar. En la tradición de estos Encuentros Internacionales de Oración por la Paz –como el de Asís en 2016, en el que también yo participé–, la oración que sube hasta Dios ocupa el lugar más importante y decisivo. Nos une a todos en un sentimiento común, sin ninguna confusión. ¡Cercanos, pero no confundidos! Porque el anhelo de paz es común, en la variedad de experiencias y tradiciones religiosas.
Como creyentes somos conscientes de que la oración es la raíz de la paz. Quien la practica es amigo de Dios, como lo fue Abraham, modelo de hombre de fe y esperanza. La oración por la paz, en este tiempo marcado por tantos conflictos y violencia, nos une aún más a todos, más allá de las diferencias, en el compromiso común por un mundo más fraterno. Sabemos bien que la fraternidad entre los creyentes, además de ser una barrera para las enemistades y las guerras, es fermento de fraternidad entre los pueblos. En este sentido, firmé en febrero del año pasado, en Abu Dhabi, junto con el Gran Imán de Al-Azhar, el “Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común”: un paso importante en el camino hacia la paz mundial. Juntos dijimos que «las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre». Deseo también confiar los propósitos de ese Documento a todos vosotros que participáis en este Encuentro de Oración por la Paz. El espíritu de Asís, 800 años después del encuentro de san Francisco con el Sultán, también inspiró el trabajo que nos llevó al acto de Abu Dhabi.
Estamos viviendo un momento difícil para el mundo. Todos debemos unirnos –diría que con un mismo corazón y una misma voz–, para gritar que la paz no tiene fronteras. Un grito que surge de nuestro corazón. Es de allí, en efecto, desde los corazones, de donde debemos erradicar las fronteras que dividen y enfrentan; y es en los corazones donde se deben sembrar sentimientos de paz y fraternidad.
Distinguidos representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas y de las grandes Religiones del mundo, hombres y mujeres de buena voluntad que participáis en este Encuentro, la gran tarea de la paz también ha sido puesta en nuestras manos. Que el Dios de la paz nos dé abundancia de sabiduría, audacia, generosidad y perseverancia.
FRANCISCO
Sala Stampa della Santa Sede
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