Cardenal Müller critica el Documento del Sínodo de la Amazonía
El Cardenal Gerhard Müller, quien fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe entre 2012 y 2017, presentó una serie de objeciones y críticas al Instrumentum Laboris, o Documento de Trabajo, del Sínodo de la Amazonía. (Octubre – Roma 2019).
Sobre el concepto de Revelación en el Documento de Trabajo del Sínodo de la Amazonía.
1. Sobre el método del Instrumentum Laboris (IL)
Nadie puede cuestionar la buena voluntad de quienes están involucrados en la preparación y aplicación del sínodo (panamazónico) y su deseo de hacer lo mejor posible para animar la fe católica entre los habitantes de esta extensa región de paisaje fascinante.
La región amazónica representa para la Iglesia y para el mundo «un pars pro toto, un paradigma, una esperanza para el mundo» (IL 37). Ya esta asignación de su tarea demuestra la idea de un desarrollo «integral» de todos los hombres en la única casa que es la Tierra, de la que la Iglesia se declara ser responsable. Esta idea la encontramos repetidamente en el Instrumentum Laboris (IL). El propio texto está dividido en tres partes: 1) La voz de la Amazonía; 2) Ecología integral: el clamor de la tierra y de los pobres; 3) Iglesia profética en la Amazonía: desafíos y esperanzas. Estas tres partes están construidas según el esquema que también utiliza la Teología de la Liberación: ver la situación – juzgar a la luz de los Evangelios – actuar para establecer mejores condiciones de vida.
2. Ambigüedad en la definición de los términos y los objetivos
Como suele suceder con textos que han sido escritos por un grupo de trabajo, siempre hay equipos de personas que tienen un modo de pensar similar, en los que cada uno trabaja una porción, lo que da como resultado algunas redundancias tediosas. Si se eliminaran todas las repeticiones, el texto quedaría fácilmente reducido a la mitad, incluso menos.
Sin embargo, el problema principal no es la extrema longitud del texto, sino el hecho de que no se aclara el significado de los términos clave, que son utilizados de manera ambigua: ¿qué es un camino sinodal, qué es desarrollo integral, qué significa una Iglesia samaritana, sinodal y abierta, o una Iglesia de apertura, la Iglesia de los pobres, la Iglesia del Amazonas, etc.? ¿Es esta Iglesia distinta al Pueblo de Dios, o hay que considerarla meramente como la jerarquía del papa y los obispos, o es parte de ella, o está en el lado opuesto al pueblo? ¿Es el Pueblo de Dios un término sociológico o teológico? ¿O no es, más bien, la comunidad de los fieles que, junto a sus pastores, están en peregrinación hacia la vida eterna? ¿Son los obispos los que tiene que oír el clamor del pueblo, o es Dios el que, tal como hizo con Moisés durante la esclavitud de Israel en Egipto, les dice ahora a los sucesores de los apóstoles que guíen a los fieles fuera del pecado y de la maldad del naturalismo e inmanentismo secular hacia la Palabra de Dios y los Sacramentos de la Iglesia?
¿Ha sido entregada la Iglesia de Cristo por su Fundador, como si se tratara de una materia prima, en las manos de los obispos y los papas para que estos, iluminados ahora por el Espíritu Santo, la reconstruyan haciendo de ella un instrumento actualizado con fines más bien seculares?
La estructura del texto presenta un giro radical en la hermenéutica de la teología católica. La relación entre Sagrada Escritura y Tradición Apostólica por un lado, y el Magisterio de la Iglesia por otro, ha sido determinado clásicamente de tal modo que la Revelación está plenamente contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición, mientras que es tarea del Magisterio -unido al sentido de la fe de todo el pueblo de Dios- interpretarla de manera auténtica e infalible. Así, la Sagrada Escritura y la Tradición son los principios constitutivos del conocimiento para la profesión católica de fe y su reflejo teológico-académico. El Magisterio, por su parte, es meramente activo de una manera interpretativa y reguladora (Dei Verbum 8-10; 24).
En el caso del IL, sin embargo, la visión es exactamente la opuesta. Toda la línea de pensamiento se vuelve autorreferencial y circula en torno a los últimos documentos del Magisterio del papa Francisco, con algunas pocas referencias a Juan Pablo II y Benedicto XVI. Se cita muy poco la Sagrada Escritura y casi nada a los Padres de la Iglesia, sólo de manera ilustrativa y con el fin de apoyar convicciones ya preexistentes por otras razones. Tal vez se quiere así mostrar una especial lealtad al papa, o tal vez se cree que es posible evitar los desafíos del trabajo teológico cuando se hacen constantes referencias a palabras clave muy conocidas, y a menudo repetidas, que los autores llaman, de una manera bastante vulgar, «el mantra de Francisco» (IL 25). Este elogio es llevado a un extremo cuando los autores añaden, después de afirmar que «el sujeto activo de la inculturación son los mismos pueblos indígenas» (IL 122), esta extraña formulación, a saber: «Como ha afirmado el papa Francisco ‘la gracia supone la cultura’». Como si hubiera sido él quien ha descubierto este principio, que es en realidad un principio fundamental de la propia Iglesia católica. En el original, la Gracia supone la Naturaleza, del mismo modo que la Fe supone la Razón (cfr. santo Tomás de Aquino, S. Th. I q.1 a.8).
Además de confundir los roles del Magisterio por un lado, y de la Sagrada Escritura por el otro, el IL llega al punto de afirmar que hay nuevas fuentes de la Revelación. El IL 19 afirma: «Además, podemos decir que la Amazonía -u otro espacio territorial indígena o comunitario- no es solo un ubi (un espacio geográfico), sino que también es un quid, es decir, un lugar de sentido para la fe o la experiencia de Dios en la historia. El territorio es un lugar teológico desde donde se vive la fe, es también una fuente peculiar de revelación de Dios. Esos espacios son lugares epifánicos en donde se manifiesta la reserva de vida y de sabiduría para el planeta, una vida y sabiduría que hablan de Dios». Si aquí se declara que un cierto territorio es «una fuente secular de revelación de Dios», entonces tenemos que afirmar que es una enseñanza falsa, puesto que durante dos mil años la Iglesia católica ha enseñado de manera infalible que la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica son las únicas fuentes de la Revelación y que no se puede añadir ninguna otra Revelación a lo largo de la historia. Como afirma Dei Verbum, «no hay que esperar ya ninguna revelación pública» (4). La Sagrada Escritura y la Tradición son las únicas fuentes de la Revelación, tal como explica Dei Verbum en el n. 7: «Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verbo cara a cara». «La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia» (Dei Verbum 10).
Además de estas desconcertantes afirmaciones y referencias, la organización Red Eclesial Panamazónica (REPAM) -a la que se le encargó la preparación del IL, para la cual fue fundada en 2014-, así como los autores de la llamada Teologia india, normalmente se citan mutuamente.
Es una sociedad cerrada de personas con el mismo punto de vista sobre el mundo, tal como se puede observar fácilmente en la lista de nombres de los encuentros pre-sinodales que tuvieron lugar en Washington y en Roma, que contiene un número desproporcionadamente alto de europeos de habla alemana.
Ellos son inmunes a objeciones serias porque éstas pueden estar basadas sólo en un doctrinarismo y dogmatismo monolítico, o en un ritualismo (IL 38; 110; 138), así como en un clericalismo que es incapaz de dialogar (IL 110), y en el rígido modo de pensar de los fariseos y en el orgullo de la razón de los escribas. Razonar con estas personas sería una pérdida de tiempo y un esfuerzo vano.
No todos ellos tiene experiencia con Sudamérica y están presentes sólo porque siguen la línea oficial y controlan los temas del proceso sinodal que han emprendido la Conferencia Episcopal alemana y el Comité Central de los católicos alemanes (abolición del celibato, acceso de las mujeres al sacerdocio y a posiciones cruciales contra el clericalismo y fundamentalismo, adaptar la moral sexual revelada a la ideología de género y aceptación de las prácticas homosexuales).
Yo he estado sirviendo en el campo pastoral y teológico en Perú y otros países durante quince años consecutivos, cada 2 a 3 meses. Estaba principalmente en parroquias y seminarios sudamericanos, por lo que mi juicio no tiene una mera perspectiva eurocéntrica, tal como algunos quisieran reprocharme.
Todos los católicos estarán de acuerdo con una importante intención del IL, a saber: que los pueblos de la Amazonía no sigan siendo objeto del colonialismo y el neocolonialismo, sujetos a fuerzas que sólo piensan en el provecho y el poder, a costa de la felicidad y la dignidad de los demás. Está claro para la Iglesia, la sociedad y el Estado que la gente que vive allí -sobre todo nuestros hermanos y hermanas católicos-, son iguales y libres en sus vidas y trabajos, su fe y su moral, y esta es nuestra responsabilidad común ante Dios. Pero, ¿cómo se puede lograr?
4. El punto de partida es la Revelación de Dios en Jesucristo
Sin duda, la proclamación del Evangelio es un diálogo, que corresponde a la Palabra (Logos) de Dios dirigida a nosotros y nuestra respuesta en el don libre de la obediencia a la fe (Dei Verbum 5). Porque la misión viene de Cristo, el Dios-Hombre y porque Él pasó Su Misión desde el Padre a Sus Apóstoles, las alternativas del enfoque dogmático «desde arriba» hacia el enfoque pedagógico-pastoral «desde abajo» no tienen sentido, salvo que se rechace el «principio divino-humano del caso pastoral» (Franz Xaver Arnold).
Pero el hombre es el destinatario del mandato misionero universal de Jesús (Mateo 28, 19), «el mediador universal y único de la salvación entre Dios y toda la humanidad» (Juan 14, 6; Hechos 4, 12; 1 Tim 2, 4 ss.) y el hombre puede reflexionar, con la ayuda de la razón, sobre el sentido de la vida entre el nacimiento y la muerte, y su vida está golpeada por las crisis existenciales de la existencia humana, y pone su esperanza en la vida y en la muerte, en Dios, el origen y la meta de todo ser.
Una cosmovisión con sus mitos y el mágico ritual de la Madre «Naturaleza», o de sus sacrificios a los «dioses» y espíritus que nos causan un gran temor, o que nos seducen con falsas promesas, no pueden ser un enfoque adecuado para la venida del Dios Trino en Su Palabra y en Su Espíritu Santo. Mucho menos puede ser un enfoque basado en un punto de vista científico-positivista de una burguesía progresista que acepta el cristianismo como una cómoda reliquia de valores morales y ritos civiles-religiosos.
Seamos serios, ¿Acaso en la formación de los futuros pastores y teólogos debe sustituirse el conocimiento de la filosofía clásica y moderna, de los Padres de la Iglesia, de la teología moderna y de los concilios por la cosmovisión amazónica y la sabiduría de los antepasados con sus mitos y rituales?
Si la expresión «cosmovisión» significa sólo que todas las cosas creadas son interdependientes, es un tema. Debido a la sustancial unión del cuerpo y el alma, el hombre está en el crucero del entramado del espíritu y la materia. Pero la contemplación del cosmos es sólo la ocasión para glorificar a Dios y su grandioso trabajo en la naturaleza y la historia. El cosmos, sin embargo, no tiene que ser adorado como Dios; sólo el Creador debe serlo. No nos arrodillamos ante el enorme poder de la naturaleza y ante «los reinos del mundo y su gloria» (Mateo 4, 8), sino sólo ante Dios: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto» (Mateo 4, 10). Es así como Dios rechazó al seductor diabólico en el desierto.
5. La diferencia entre la Encarnación de la Palabra y la inculturación como vía de evangelización
La «teología indígena y la ecoteología» (IL 98) son una invención de los románticos sociales. La teología es el entendimiento (intellectus fidei) de la Revelación de Dios en Su Palabra en la Profesión de Fe de la Iglesia, y no una nueva y continua mezcla de sentimientos del mundo y de puntos de vista del mundo o de constelaciones religioso-morales del sentimiento cósmico panteísta, la mezcla de los sentimientos del propio yo con los del mundo (hen kai pan). Nuestro mundo natural es la creación de un Dios Personal. La fe en el sentido cristiano es, por tanto, el reconocimiento de Dios en Su Palabra Eterna que se hizo Carne: es la iluminación del Espíritu Santo para que reconozcamos a Dios en Cristo. Con la fe, se nos comunican las virtudes sobrenaturales de la esperanza y la caridad. Esta es la manera como nos comprendemos a nosotros mismos como hijos de Dios, quien, a través de Cristo, llama a Dios en el Espíritu Santo, Abba, Padre (Rom 8, 15). Ponemos nuestra confianza en Él, y Él nos convierte en sus hijos, libres del miedo a las fuerzas elementales del mundo y a las apariciones demoníacas, dioses y espíritus, que con malicia nos esperan en el carácter impredecible de las fuerzas materiales del mundo.
La Encarnación es un hecho único en la historia que Dios determinó libremente con Su deseo universal de salvación. No es una inculturación, y la inculturación de la Iglesia no es una encarnación (IL 7;19;29;108). No fue Ireneo de Lyon, en su V libro sobre Adversus haereses (IL 113), sino Gregorio Nacianceno el que formuló el principio: «quod non est assumptum non est sanatum – lo que no es asumido no es redimido» (Ep. 101, 32). Lo que significa la plenitud de la naturaleza humana contra lo afirmado por Apolinario de Laodicea (315-390), que pensaba que el Logos en la Encarnación sólo asumía una naturaleza, sin alma humana. Por esta razón la siguiente frase es totalmente incomprensible: «La diversidad cultural reclama una encarnación más real para asumir diversos modos de vida y culturas». (IL 113)
La Encarnación no es el principio de una adaptación cultural de segundo orden, sino el principio principal de la salvación concreta en la «Iglesia como sacramento de salvación del mundo en Cristo» (Lumen Gentium 1, 48), en la profesión de fe de la Iglesia, en sus siete sacramentos y en su episcopado con el papa a la cabeza, en sucesión apostólica.
Los ritos secundarios de las tradiciones de los pueblos pueden ayudar a insertar la cultura de los sacramentos, que son los medios de salvación establecidos por Cristo. Sin embargo, no pueden ser independientes porque, por ejemplo, de pronto costumbres matrimoniales pueden convertirse en más importantes que el “Sí”, constitutivo del Sacramento del matrimonio. Los signos sacramentales, instituidos por Cristo y los apóstoles (símbolos verbales y materiales) no pueden cambiarse a cualquier precio. El bautismo es administrado de manera válida sólo si es en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y con agua natural. Y en la Eucaristía no se puede reemplazar con comida local el pan hecho de trigo y el vino hecho con uva. Hacerlo no sería inculturación, sino una inadmisible interferencia con el deseo de Jesús como fundamento y también sería destruir la unidad de la Iglesia en su nodo sacramental.
Cuando la inculturación se refiere a la celebración externa secundaria del culto divino y no a los sacramentos -que son ex opere operato, a través de la presencia viva de Cristo, el fundamento y el verdadero dador de Gracia en estos signos sacramentales-, entonces la siguiente frase es escandalosa, o como mínimo, irrespetuosa: «Sin esta inculturación la liturgia puede reducirse a una ‘pieza de museo’ o ‘una posesión de pocos’». (IL 124)
Dios no sólo está en todas partes y presente de igual manera en todas las religiones, como si la Encarnación fuera meramente un fenómeno típico del Mediterráneo. De hecho, Dios como Creador del mundo está presente como un todo y en cada corazón humano individualmente (Hechos 17, 27 y sig.), incluso si los ojos del hombre están frecuentemente cegados por el pecado, y sus oídos están sordos al Amor de Dios. Pero Él viene por medio de la Revelación de sí mismo en la historia de Su pueblo elegido, Israel, y viene a nosotros en su Palabra Encarnada y en el Espíritu que infundió en nuestros corazones. Esta comunicación de sí mismo que hace Dios como gracia y vida de cada hombre se expande en el mundo mediante la proclamación de la Iglesia de su vida y su celebración, es decir, mediante la misión en el mundo según el mandato universal que recibió de Cristo.
Sin embargo, Él se anticipa y trabaja con la ayuda de la Gracia en los corazones de los hombres que aún no le conocen expresamente y por Su nombre, por lo que, cuando oyen hablar de Él en la proclamación apostólica, pueden identificarle como el Señor Jesús, en el Espíritu Santo (1 Cor 12, 3).
6. El criterio de discernimiento: la comunicación histórica de Dios en Jesucristo
Ausente en el IL es un testimonio claro de la comunicación de Dios en el verbum incarnatum, de la sacramentalidad de la Iglesia, de los sacramentos como medio objetivo de la Gracia en lugar de simples símbolos autorreferenciales, del carácter sobrenatural de la Gracia, por lo que la integridad del hombre no consiste sólo en la unidad con una bio-naturaleza, sino en la Filiación Divina y en la comunión llena de gracia con el Espíritu Santo y, por lo tanto, en el hecho de que la vida eterna es el premio por la conversión a Dios, la reconciliación con Él, y no sólo con el medio ambiente y el mundo que compartimos.
No se puede reducir el desarrollo integral sólo a proveer recursos materiales. Porque el hombre recibe su nueva integridad sólo mediante la perfección en la Gracia; en el Bautismo, por el que nos convertimos en nuevas criaturas y en hijos de Dios, y un día en la Visión Beatífica en la comunidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y en comunión con Sus santos (1 Juan 1, 3; 3, 1 y sig.).
En lugar de presentar un enfoque ambiguo con una religiosidad vaga y un intento inútil de convertir al cristianismo en una ciencia de la salvación al convertir en sagrados al cosmos y la biodiversidad de la naturaleza y la ecología, tenemos que mirar al centro y origen de nuestra fe: «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina» (Dei Verbum 2).
Cardenal Gerhard Müller