Crudo testimonio del P. Alejandro Vial Amunátegui
Presbítero Alejandro Vial, párroco de Nuestra Señora de Las Mercedes en Puente Alto – Santiago.
Molesto por la inacción del Arzobispado y con sentimientos de culpa por lo vivido por los nuevos denunciantes, el presbítero cuestiona el traslado de Cristóbal Lira a una nueva parroquia y revive la situación que motivó su propia denuncia de abuso sexual ocurrida en 1995 y que formalizó en 2013, en contra del sacerdote. Este testimonio también se lo dio a conocer al Papa Francisco, quien lo invitó al Vaticano a mediados de 2018.
“Yo empecé a participar en la parroquia Los Castaños (Vitacura) en 1991. Cristóbal Lira llegó como vicario parroquial, había sido compañero de curso de mi hermano mayor que falleció cuando tenía 14 años”. Así comienza el sacerdote Alejandro Vial su relato, sentado en la oficina de Nuestra Señora de las Mercedes, donde hace cinco años es párroco en Puente Alto. Dos o tres años después de ese primer contacto, Lira fue trasladado a Maipú.
Ambos pertenecían a la Unión Sacerdotal formada por Fernando Karadima en la parroquia de El Bosque, pero fue en Maipú donde sucedió el hecho que años más tarde, en 2010, lo haría denunciar al hoy suspendido presbítero.
Su caso fue conocido de primera mano por el Papa Francisco, quien lo invitó el año pasado, junto a otros sacerdotes y víctimas de Karadima y sus discípulos, a su casa en el Vaticano.
-¿Por qué decidió hacer pública su denuncia, ahora?
-Habiendo tres investigaciones, surgen nuevas denuncias y a Cristóbal Lira lo sacan de una parroquia y nuevamente lo nombran párroco en otra; eso no puede ser. Es la única forma de que esto se haga público (…) Si hoy estoy hablando, es para evitar que dañe más y también para que Cristóbal sea capaz de comprender que ha dañado y pueda repararse.
-¿Cuándo y cómo ocurrió el abuso que denunció al Arzobispado de Santiago?
-El año 1995. Un día domingo voy a ver a Cristóbal, almorzamos juntos y después de almuerzo me dice: “¿Por qué no descansamos un rato?”. Respondí que no había ningún problema. En eso, supuestamente durmiendo o haciéndose el dormido, él me agarra los genitales. Quedé helado, no supe reaccionar, lo miraba y estaba con los ojos cerrados. Me traté de mover, pero no supe qué hacer. Cuando él despierta o se hace el que despierta, me pregunta si me quiero duchar, no sé qué cara le habré puesto que su respuesta fue: “No, no, cada uno separado”. No sé qué estaba presuponiendo. Luego me dice: “Ahora voy a misa, me acompañas”, le digo que no y me voy.
Volví a Santiago y me preguntaba qué hago. Se me ocurrió ir donde su director espiritual, el padre Fernando Karadima, porque le tenía mucho respeto. Fui directo a El Bosque a contarle y se puso furioso, le prohibió trabajar con jóvenes. Quedé tranquilo, porque estaba vigilado y tenía prohibición, pero hechos posteriores me hicieron insistir.
Con el cardenal Errázuriz no quise ir, porque, la verdad, no tenía certeza de que fuera a hacer mucho. Hablé con el obispo Fernando Chomali, el 28 de abril de 2009. Me dijo que se lo dijera al cardenal y a los pocos días le pedí una hora y le conté todo (a Errázuriz). Me dijo: “Voy a hablar con Cristóbal, voy a hacer algo”. Me quedé tranquilo, pero pasó el tiempo y no sucedía nada. Veía que Cristóbal seguía como párroco y a mí no me avisaron ninguna cosa.
Así llegó el 2010 y el destape del caso Karadima. Vial visitó nuevamente al cardenal Errázuriz para decirle que se retiraba de la Unión Sacerdotal de El Bosque. “Aproveché la oportunidad de decirle que estaba muy dolido con él, porque no hizo nada con todo lo que le había contado. Me respondió que había conversado con Cristóbal y como no había llegado a ninguna convicción, no había actuado, porque mi relato se enmarcaba en una persecución del padre Fernando Karadima hacia el padre Cristóbal, aunque él creía que era verdad lo que le había relatado. Quedó ahí”.
-¿Sus comunicaciones con Errázuriz fueron siempre verbales?
-Sí, en octubre de 2010 recibí una llamada del cardenal y me preguntó en qué año habría sucedido el abuso, porque le estaban preguntando desde Roma. En 2011, recién nombrado el nuevo arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati, lo visité y le conté toda la situación que me había pasado con Cristóbal y con el cardenal Errázuriz. Le dije que, como él asumiría, tenía la oportunidad de sacarlo sin escándalo de párroco, porque justo en ese momento se estaban haciendo todos los cambios. Él me acogió con cariño y fue muy empático, me dijo que no podía hacer nada porque todavía no asumía y no le podía decir al obispo anterior lo que tenía que hacer. Me imaginé que haría algo cuando asumiera. El jueves 21 de abril de ese año, después de la ceremonia del jueves santo conversé con el cardenal (Ezzati) y le dije: “Monseñor, yo voy a hablar con Cristóbal y le voy a pedir que se someta a un tratamiento”. Ahí me dijo: “No hagas nada, porque de Roma me están pidiendo que se someta a una terapia”.
-¿Cuándo volvió a hablar con el cardenal?
-No tuve ninguna noticia hasta que conversando con monseñor Ezzati a comienzos de 2013, me dice que el padre Cristóbal había asistido a un sicólogo y los resultados estaban aprobados por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Me pareció raro que siguiera siendo párroco, pero pensé que a lo mejor había cambiado. Pero en septiembre de 2013 me enteré de la denuncia (por abuso de conciencia en la dirección espiritual) y que Alejandro González, sacerdote del Opus Dei, estaba haciendo la investigación. Lo fui a ver y le conté lo que me había pasado. González me respondió: “Nadie me había dicho nada de tu situación y es un antecedente relevante, pero yo ya terminé la investigación y se la entregué al cardenal. Voy a hablar con él”. Ahí quedé muy molesto y, por primera vez, hice algo por escrito. El 7 de octubre, mandé una carta al cardenal relatando todos los hechos.
-¿Cuál fue la respuesta?
-El cardenal me llamó muy molesto, porque yo también había mandado una copia de la carta a Alejandro González. Y él supo de la carta, no porque la había leído, sino porque lo había llamado González. Le pregunté por qué no estaba este antecedente que era relevante y me dijo que eran dos cosas distintas. “Cuando tú hablaste conmigo, yo creí que lo tuyo era para desahogarte”, me dijo, y que si quería hacer una denuncia, tenía que realizarla formalmente. Le mandé un mail , pidiendo que iniciara una denuncia formal contra el padre Cristóbal y comenzó una investigación previa a cargo del padre Mario Romero, de Schoenstatt. Entonces me llamó el padre Cristóbal Lira para decirme que quería conversar conmigo.
-¿Qué ocurrió?
-Llegó a mi oficina, pidiéndome que retirara la acusación, en ese diálogo reconoció lo que había pasado, pero intentó trasladarme la responsabilidad a mí. “Pero tú estabas de acuerdo”, me dijo, y ahí le respondí con palabras no reproducibles que qué se había imaginado, qué habría pasado si yo realmente hubiera estado de acuerdo, a dónde habría terminado lo que él hizo. Se puso a llorar, me pidió perdón y le pedí que se fuera. Es la típica manipulación del abusador para hacer culpable al otro y que no hable. El padre Romero me citó dos veces y, al final, me dijo que aquí era evidente el abuso, un abuso de conciencia que llevó a un abuso sexual.
A comienzos de 2014 le entregó al cardenal Ezzati el informe de la investigación y no recibí comunicación. Le insistí. Entonces ahí el cardenal personalmente me señaló que había enviado los antecedentes a Roma. Después de un tiempo vuelvo a insistir y me dice que el padre Cristóbal Lira tiene que someterse a terapia sicológica, a acompañamiento espiritual y tiene prohibido el trabajo con jóvenes.
Reunión en la catedral
-¿Nunca recibió algún llamado de Roma o carta pidiendo información?
-No, nada. Cuando viene monseñor Charles Scicluna en 2018, se suponía que iba a averiguar del tema Barros, entonces ni siquiera pensé en pedir una hora. No tuve la posibilidad de tener audiencia, pero me dijeron que podía enviar el escrito como una declaración y que lo iban a adjuntar. Se lo envié.
-¿Qué ocurre posteriormente?
–El informe Scicluna, la carta del Papa a los obispos en Punta de Tralca y cuando vuelve Ricardo Ezzati de Punta de Tralca, cita a la catedral a todos los sacerdotes. Esto ocurre en abril de 2018. Ahí nos pide realizar una reflexión y fui tomando la idea de levantarme y hablar. Veía que estaba el padre Cristóbal dando vueltas por la catedral. Cuando vi que no estaba, me levanté, tomé la palabra y dije: “Quiero que ustedes sepan de dónde estoy hablando, lo estoy haciendo desde una persona que ha sufrido manipulación afectiva, manipulación de conciencia, abuso de poder y abuso sexual”. No dije quién (era el abusador). Al día siguiente, me llegó la invitación de Roma para ir a ver al Papa.
-¿Cómo fue la entrevista con el Papa?
-Fue muy dura. El Papa fue muy cariñoso y me dijo que realmente me pedía perdón en nombre de la Iglesia “por todo lo que te hemos hecho sufrir”. Después de hablar con él, me tuve que ir a la capilla, estaba hecho un estropajo. Fue estresante y duro tener que relatar todo y darme cuenta del daño que no había querido mirar en este tiempo.
Perdón
Al terminar su relato, el sacerdote dice sobre su actuar: “Una de las cosas que he reflexionado es sobre el perdón. Quisiera personalmente pedir perdón a las actuales víctimas de Cristóbal Lira. Quizás si yo hubiese sido más firme, más fuerte en creer que este daño era mucho más grande, si yo el 2009, o incluso antes, hubiese sido más firme en lo que estaba haciendo, estas tres personas que están denunciando ahora nunca habrían sido abusadas. Eso me queda adentro. Hoy día me duele mucho que haya jóvenes abusados de conciencia, dañados, y quizás puede haber un grado de responsabilidad mía por no haber hablado antes”, finalizó.
Andrés López – E y N / El Mercurio