“De la vida no te llevarás contigo ninguna riqueza…”
“Librémonos de los tentáculos del consumismo y de los lazos del egoísmo”
Cenizas. A esto se reducirán el dinero, la carrera, el aspecto exterior, los pasatiempos y todas las cosas por las que nos afanamos día a día, la vida. Cenizas. «La cultura de la apariencia hoy dominante, que induce a vivir por las cosas que pasan, es un gran engaño», dice el Papa al celebrar la misa del Miércoles de Ceniza, con la que comienza la Cuaresma, en la antigua Basílica romana de Santa Sabina.
Francisco llegó después de haber completado la tradicional procesión desde la iglesia de San Anselmo en el Aventino. En su homilía, que antecede al rito de la imposición de las cenizas (el primero que las recibe es el Pontífice mismo, de las manos del cardenal eslovaco Jozef Tomko, titular de la Basílica), Bergoglio exhortó a volver a encontrar «la ruta de la vida», librándose de «los tentáculos del consumismo y de los lazos del egoísmo, del siempre querer más, del no conformarnos nunca, del corazón cerrado a las necesidades del pobre».
Es lo que sucede cuando se vive por «los bienes y el bienestar», por el éxito, por el poder. «Si vivimos por ellos, se convertirán en ídolos que nos usan, sirenas que nos encantan y luego nos mandan a la deriva», advierte el Papa. Por ello retoma el mensaje «breve y firme» que Dios dirige a todos los creyentes cuando comienza la Cuaresma: «Vuelvan a mí».
«Volver. Si queremos volver, quiere decir que nos hemos ido a otra parte», comenta el Papa. «La Cuaresma es el tiempo para volver a encontrar la ruta de la vida. Porque en el sendero de la vida, como en cualquier camino, lo que verdaderamente cuenta es no perder de vista la meta. Cuando, por el contrario, en el viaje lo que interesa es ver el paisaje o detenerse a comer, no se llega lejos. Cada uno de nosotros puede preguntarse: en el camino de la vida, ¿busco la ruta? ¿O me conformo de vivir al día, solamente pensando en estar bien, en resolver algún problema y a divertirme un poco? ¿Cuál es la ruta? ¿Acaso la búsqueda de la salud, que tantos dicen que viene antes que nada, pero que tarde o temprano pasará? ¿Acaso los bienes y el bienestar?».
«No estamos en el mundo para esto», afirma el Papa. Hay que «volver» al Señor: es Él «la meta de nuestro viaje en el mundo». Para volver a encontrarla, la Iglesia ofrece un signo, la ceniza en la frente, «que nos hace pensar en lo que tenemos en la cabeza: nuestros pensamientos persiguen a menudo cosas pasajeras, que van y vienen. La leve capa de ceniza que recibimos es para decirnos, con delicadeza y verdad: de todas las cosas que tienes en la cabeza, detrás de las que corres y te afanas todos los días, no quedará nada». Hagamos los esfuerzos que hagamos, «de la vida no te llevarás contigo ninguna riqueza. Las realidades terrenas desaparecen, como polvo en el viento».
Todo pasa: «Los bienes son provisionales, el poder pasa, el éxito termina», asegura el Obispo de Roma. La Cuaresma es, pues, un tiempo para «librarnos de la ilusión de vivir persiguiendo el polvo»; ayuda a volver a descubrir que estamos hechos «para la eternidad del Cielo, no para el engaño de la tierra».
Es, sustancialmente, «un viaje de vuelta a lo esencial», anota el Papa, que debe ser recorrido «sin hipocresía» y «sin ficciones». Tres son las armas que hay que llevar en este recorrido: la oración, la limosna y el ayuno. La oración lleva a mirar «hacia lo Alto», para liberarse de «una vida horizontal, plana, donde se encuentra tiempo para el yo, pero se olvida a Dios»; la caridad conduce «hacia el otro», porque «libera de la vanidad del tener, del pensar que las cosas están bien si me va bien a mí». El ayuno, en cambio, «invita a mirarnos dentro» y «libera del apego a las cosas, de la mundanidad que anestesia el corazón».
Así podemos liberar el corazón, que, dice el Papa, es como «una brújula que busca orientación» o «un imán que necesita adherirse a algo». «Pero si se adhiere solo a las cosas terrenales, tarde o temprano se vuelve esclavo».
El Papa Francisco concluye con una invitación clara, la de fijar la mirada en el Crucifijo: «La pobreza de la madera, el silencio del Señor y su despojo por amor nos demuestran la necesidad de una vida más simple, libre de demasiados afanes por las cosas. Jesús, desde la cruz, nos enseña la valentía fuerte de la renuncia. Porque si estamos llenos de pesos estorbosos, nunca saldremos adelante». Jesús, prosigue, «nos llama a una vida incendiada por Él, que no se pierde entre las cenizas del mundo; una vida que quema de caridad y no se apaga en la mediocridad».
Durante la celebración se llevó a cabo el rito de bendición e imposición de las Cenizas (para las cuales se quemaron algunas ramas de árboles de olivo del Domingo de Ramos del año pasado). Después de haberla recibido, el Papa Francisco la impuso a los cardenales, obispos, religiosos y religiosas, monjes benedictinos y fieles que participaron en la misa.
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Vatican Insider – Reflexión y Liberación