Sínodo discute sobre sexo
Durante las congregaciones generales del Sínodo sobre los jóvenes de ayer y hoy (las tercera y cuarta) se discutió sobre sexualidad y castidad pre-matrimonial, género y pérdida del sentido de la paternidad, sobre la pobreza y las migraciones. Una reflexión total por parte de los padres sinodales provenientes de los cinco continentes, numerosas intervenciones para presentar las instancias de los propios territorios de origen, pero siempre manteniendo el tema central de todo el encuentro: los jóvenes, sus relaciones y sus dificultades, los desafíos para la Iglesia y para la sociedad.
Ofreció una síntesis sobre las discusiones en el Aula sinodal (que hoy continúan con los Círculos menores) el prefecto del Dicasterio para la comunicación, Paolo Ruffini, durante la rueda de prensa cotidiana en la Sala de prensa vaticana, en compañía de los obispos Anthony Colin Fisher, representante de Australia y organizador de la JMJ de 2008, y Manuel Ochogavia Barahona, representante de la Conferencia Episcopal de Panamá, en donde será la próxima JMJ (en enero de 2019). Estaba presente durante la rueda de prensa, moderada por el vocero vaticano Greg Burke, una joven “oidora” de Madagascar: Tahiry Malala Marion Sophie Rakotoroalahy.
Al responder a las preguntas de los periodistas, que en la conferencia de ayer pedían mayor información sobre quién intervenía en el debate sinodal, Ruffini indicó todos los nombres de los obispos y cardenales que intervinieron en las últimas dos congregaciones, durante las cuales, en la tercera, también el mismo Papa Francisco pronunció una «intervención libre».
El sexo antes del matrimonio, explicó Ruffini, fue uno de los temas afrontados durante diferentes intervenciones. Pero, aclaró, no se escuchó ninguna voz para pedir que se revocara la norma prevista por el Magisterio de la Iglesia «en nombre de un discernimiento obligatorio», como preguntó una periodista presente en la sala. Más bien, la cuestión fue afrontada como un problema que se relaciona con la pastoral debido al peligro de impulsar a una determinada pareja a que se case sin haber adquirido antes una madurez consciente del matrimonio, o incluso provocar un alejamiento del sacramento o de la Iglesia por parte de «parejas que sienten, después de un largo periodo de frecuentación, que no logran vivir sus vidas sin relaciones íntimas». «Es un tema sobre el que vale la pena reflexionar, que se presenta a muchos sacerdotes», afirmó Paolo Ruffini.
De cualquier manera, lejos de pretender reducir el proceso de este Sínodo a una cuadrícula preconcebida, la discusión sobre la castidad y sobre la comunidad LGBT (y sobre la inclusión de este acrónimo en un documento de la Iglesia como el “Instrumentum laboris”, polémica desencadenada por el arzobispo Chaput) fueron marginales en la serie de intervenciones «de mucho más amplio aliento», precisó el prefecto. Todos tuvieron como común denominador un razonamiento «global» sobre las nuevas «pobrezas» que viven los jóvenes de hoy (en Europa, Asia, África y América Latina), algunos víctimas en el pasado o en el presente de «guerra, falta de trabajo o de raíces, poca educación o nula».
Muchos de estos chicos y chicas, subrayó Ruffini, «han salido de experiencias terribles, crecieron en medio de la crisis y de las guerras, cayeron en prostitución, droga, traficantes, han contraído el virus del VIH». Algunos de ellos sufren en la actualidad el «problema de la pertenencia» con la distancia de sus familias y de sus raíces o porque están virtualmente conectados a mundo extraños a los que acceden «mediante los medios globales».
A estos jóvenes pretende dirigirse precisamente el Sínodo, insistió el prefecto de la comunicación vaticana, «son las “piedras descartadas” de las que habla el Evangelio, son ellos los que piden la Iglesia y la Iglesia quiere dirigirse a ellos como madre. Los jóvenes no pueden ser vistos como un problema que arreglar, son ellos mismos Iglesia y deben saber que la Iglesia es su casa», afirmó citando las palabras de quienes participan en el Sínodo.
Durante las congregaciones se propuso la hipótesis de la creación de un Pontificio Consejo para los Jóvenes, como el de los laicos y el de la familia. Los padres sinodales acuñaron las expresiones «bulimia de los medios, anorexia de los fines, info-obesidad» para indicar los desafíos de la era digital, entre los que destaca también «la pérdida de la cultura de la oralidad y la necesidad de volver a encontrar la cultura del hablarse». No faltaron análisis sobre la situación de las familias en algunas partes del mundo, algunas que viven una verdadera disgregación por la puesta en duda de la figura del padre o debido al fenómeno de las migraciones. Al respecto, muchos obispos indicaron que «chicos en búsqueda de bienestar, de un futuro mejor, acaso licenciados, acaban por no vivir su vocación original, abandonando incluso la fe y acabando sin crearse una familia», por lo que «en los países a los que llegan no encuentran lo que buscan».
Hubo también algunas alusiones a la liturgia, en la perspectiva de hacer que la misa sea más «comprensible, participada, no aburrida», con homilías largas o breves, pero que, como sea, «interpelen» a los jóvenes que la escuchen. También se habló sobre música, deporte y ecología, ámbitos en los que están involucrados muchos jóvenes.
«Lo que me sorprendió», dijo monseñor Fisher, «es el fuerte realismo que anima las discusiones del Sínodo, se habló con mucha apertura sobre los desafíos que hay que afrontar, identificados con empatía y sinceridad». Entre estos está la espinosa cuestión de los abusos sexuales en la Iglesia: una plaga que ha herido y sigue hiriendo el rostro de la Iglesia australiana, subrayó el obispo. «Pensemos en los jóvenes tan profundamente heridos, nos avergonzamos por lo que ha sucedido durante ese periodo de nuestra historia, nos avergonzamos de que los líderes de la Iglesia hayan reaccionado tan mal… Habríamos debido asegurarnos de que la Iglesia fuera un lugar seguro para los niños». Después de un periodo de «humillación y purificación», añadió Fisher, hay que ver con decisión hacia el futuro, y «esperemos que otros puedan aprender de nuestras experiencias».
También sorprendió al religioso australiano la actitud que ha demostrado el Papa Francisco durante las reuniones: «He observado con mucho respeto al Santo Padre: es anciano (yo también, y tengo veinte años menos), pero está ahí desde el principio de la jornada para darnos la bienvenida singularmente, se queda con nosotros todo el tiempo, escucha, está atento, toma notas. Es una lección para mí, porque a una edad a la que a uno se podría perdonar incluso si se quedara dormido o si se distrajera, el Papa Francisco participa mucho y está profundamente involucrado».
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Vatican Insider – Reflexión y Liberación