El Amor: Semilla para la nueva alma de Chile
Te Deum – Fiestas Patrias 2018
Textos bíblicos: 1 Cor. 12, 31 – 13, 13 / Lucas 6, 43 – 49
El Amor: Semilla para la nueva alma de Chile
Muy estimados y queridos hermanos y hermanas:
Autoridades civiles, políticas, judiciales, militares, de orden y seguridad, autoridades de la hermana República Argentina, del ámbito religioso, educativo, cultural, comunicacional, fieles, hermanas y hermanos todos.
En el corazón de las Fiestas para celebrar y volver a sellar el compromiso de Independencia de nuestra Patria, nos hemos reunido en comunión para orar a Dios.
Noble e histórica tradición de ciudadanos, ciudadanos que no somos neutrales frente a la trascendencia de nuestra vida y de nuestra Patria.
Chile se merece lo mejor de nosotros.
A Dios no lo sentimos como un ciudadano más, sino como Quien ha inspirado y guiado a nuestro pueblo en la vida de cada día, vida que se hace historia, también HOY, con cada uno de nosotros.
A Él le alabamos y le damos gracias por todo lo bueno y lo bello que hay en nuestra Patria.
Un bosque que crece, día a día, en silencio, en la belleza, en la majestuosidad, no hace ruido, no vocifera, crece, produce, ofrece sus frutos para el BIEN COMÚN. Así es también la gran mayoría de nuestro pueblo que crece y camina en la construcción de un país que acoge a todas y todos sus hijos por igual. Un pueblo que no pierde la ilusión y la esperanza, a pesar de muchas noticias dramáticas que nos reportan cada día varios medios de comunicación.
Por eso damos gracias a Dios, porque, sin desconocer que hay también tanta maldad, en nuestro pueblo hay un ALMA henchida de AMOR, de solidaridad, de paz, de alegría, de comunión, de progreso.
Por eso que cuando esta alma está herida, surgen clamores que reclaman y exigen sanación, liberación, participación.
Nos lo dice Jesús en su Evangelio, haciendo la comparación del árbol. La buena semilla hace brotar y crecer árboles buenos, que dan buenos frutos. Y la semilla que Dios plantó en cada uno de nosotros, sin excepción, es el AMOR, como nos lo planteaba San Pablo en la primera lectura bíblica. Un AMOR – DON – CARISMA que es paciente y bondadoso, que no tiene envidia, ni orgullo ni arrogancia, que no es grosero ni egoísta, que no se irrita ni es rencoroso, que lucha contra la injusticia y se alegra con la verdad.
Una semilla, el amor, que debemos custodiar, cuidar y hacerlo crecer para que dé frutos abundantes, no tanto en palabras, discursos e ideologías bonitas e rimbombantes, sino en obras, acciones, leyes, actitudes y decisiones personales y sociales.
El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón.
Si no amamos a la Madre Patria, tampoco lograremos amar a Dios, nos decía el Papa Francisco en su visita a Chile en enero pasado.
Con la semilla del amor, las raíces de nuestra Patria han sido y podrán ser profundas, de manera que el árbol de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestra fe no le tema a ningún temporal o huracán amenazantes.
En la Patagonia hemos sido testigos de ello, cuando la vida era más dura, exigente y sacrificada, cuando se iba forjando un pueblo, pidiendo “una gauchada”, reconociendo al otro como alguien a quien tengo que ayudar, y que el otro también me ayudará a mí cuando tenga necesidad. Un alma generosa, solidaria, fraterna, siempre dispuesta a un gesto de amor gratuito para ayudar al necesitado o al herido del camino.
Y esta actitud tan humana y tan cristiana se ha hecho realidad en tantas personas e instituciones, entre ellas la Iglesia, para responder a la necesidad de educación con escuelas y colegios, para fortalecer la fe y la comunión en los pueblos con comunidades cristianas, para acoger a tantos niños y niñas en riesgo familiar y social con hogares, para atender a los pobres vulnerados en sus derechos con pastorales sociales en atención a campesinos, pescadores, enfermos, migrantes, etc., para aliviar el peso de la soledad y de la ancianidad con hogares de ancianos.
Relevante ha sido el rol de autoridades, que asumieron su responsabilidad como un SERVICIO AL BIEN COMÚN, privilegiando a los más pobres y marginados.
Eso es construir Patria, valorando el aporte de personas e instituciones que tenían el amor como semilla fecunda y la Palabra de Dios como inspiración para la acción: “lo que hicieron a estos hermanos, a Mí me lo hicieron”, dice Jesús.
Este año en que la Humanidad hace memoria de los 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamados por la ONU en 1948, debemos reconocer que los tiempos hoy son más complejos, que también en nuestra Patria hemos tomado más conciencia de las exigencias de justicia y fraternidad por el valor de los derechos de los pobres, de los derechos de la mujer, de los derechos de los niños, de los derechos de las personas con capacidades diferentes, de los derechos de los adultos mayores, de los derechos de los migrantes, de los derechos de grupos frecuentemente invisibilizados en nuestra sociedad, de los derechos de la hermana Madre Tierra, de los derechos de participación, sea como pueblo sea en el ejercicio y en el estilo de ser autoridad.
Y todo esto es construir Patria en democracia, con las exigencias y los desafíos de hoy.
Así como las personas nos damos a conocer a través de nuestras acciones que evidencian nuestros principios existenciales, nuestra Nación se refleja en las opciones sociopolíticas humanas, económicas, religiosas y culturales que prioriza.
Una Patria que está también altamente CONTAMINADA Y AMENAZADA, y no solo en sus aires, en sus aguas, en sus suelos y en sus mares, y no solo en Coyhaique o en Quintero y Puchuncaví, en Chiloé o en el Valle del Huasco, en la Araucanía o en Santiago, sino también EN NUESTRO CORAZÓN.
Decía Mahatma Gandhi que el ser humano y su convivencia social son amenazados y se destruyen con:
- la política sin principios;
- la riqueza sin fatiga y sin trabajo;
- la inteligencia sin sabiduría;
- los negocios sin moral;
- la ciencia sin humanidad;
- la religión sin fe;
- el AMOR sin sacrificio y sin donación de sí.
El alma de Chile y de Aysén también está contaminada y amenazada:
- cuando queremos eliminar al “otro”,
- cuando somos sometidos a la esclavitud del consumismo salvaje y de la tecnología mal usada,
- cuando nos dejamos dominar por la violencia,
- cuando torturamos al indefenso con los abusos de poder, de conciencia y sexuales,
- cuando marginamos o desechamos a los empobrecidos,
- cuando maltratamos a la Madre Tierra,
- cuando facilitamos el relativismo y la indiferencia frente a los problemas,
- cuando nuestras palabras y nuestros juicios son para descalificar, ofender y eliminar al “otro”, considerándolo como un enemigo, un indeseable, un despreciable.
Pareciera que en no pocas situaciones late en nosotros más un corazón terrorista que un corazón henchido de amor.
¿ PODREMOS SEGUIR ASÍ?
Necesitamos CONVERSIÓN, ¡URGENTE!
Primeramente la Iglesia necesita conversión, pero también cada uno de nosotros.
Necesitamos comprometernos con una CULTURA DEL ENCUENTRO.
Los hechos que surjan de un corazón henchido del amor de Dios en nosotros nos devolverán la ESPERANZA y la CONFIANZA, concientes que EL SER HUMANO NO SE SALVA SOLO, y menos con la violencia, ni con el poder, ni con el dinero, ni con la tecnología, ni con el consumismo, ni con el odio.
Por eso estamos hoy aquí, para pedir a Dios que nos libere del maligno y ponga en nosotros las semillas de su ESPÍRITU DE AMOR.
Somos personas de fe, que si bien reconocemos a Cristo que sigue crucificado HOY en tantos hermanos y hermanas sometidos al sufrimiento y hasta a crímenes contra su vida y su dignidad y contra sus derechos, con más fuerza creemos que los frutos y los efectos de la muerte de Jesús nos abren “los cielos nuevos y la tierra nueva” de su Resurrección y de la nuestra, para que el AMOR de Dios y su Palabra fecunda y eficaz produzcan la necesaria y urgente CONVERSIÓN de todos y de cada uno de nosotros para construir la Patria, el pueblo y la Iglesia según la Voluntad y el Proyecto por el cual Dios nos creó con amor, y sigue dándonos sabiduría, fuerzas y profetismo en ser protagonistas y héroes valientes de la VIDA, de la JUSTICIA y de la PAZ.
Que Santa María del Carmen, Patrona de Chile, mujer humilde y fecunda, nos acompañe, aliente y proteja por los caminos de la Vida y del Amor de Dios. A M E N.
+ Luis Infanti De la Mora, osm
Obispo Vicario Apostólico de Aysén
Coyhaique, 18 de septiembre de 2018