“Respondiendo al clamor de los pobres hacemos creíble el Evangelio”
Las palabras del Papa Francisco durante el Encuentro Ecuménico en Ginebra: «si aumenta la fuerza misionera, crecerá también la unidad entre nosotros»; no confiar en las estrategias, no convertirse en una Ong.
«La credibilidad del Evangelio se ve afectada por el modo cómo los cristianos responden al clamor de todos aquellos que, en cualquier rincón de la tierra, son injustamente víctimas del trágico aumento de una exclusión que, generando pobreza, fomenta los conflictos». En su segundo discurso en Ginebra, ante los miembros del Consejo ecuménico de las Iglesias, el Papa Francisco insistió sobre la misión y el testimonio común del Evangelio que los cristianos pueden y deben dar en nuestra época.
Francisco, que llegó para celebrar el 70 aniversario de la creación del Consejo Ecuménico de las Iglesias, agradeció a los primeros ecumenistas que, «impulsados por el deseo apremiante de Jesús, no se han dejado enredar en los nudos intrincados de las controversias, sino que han encontrado la audacia para mirar más allá y creer en la unidad, superando el muro de las sospechas y el miedo». Personas que «con la fuerza inerme del Evangelio, han tenido la valentía de cambiar la dirección de la historia, esa historia que nos había llevado a desconfiar los unos de los otros y a distanciarnos recíprocamente, cediendo a la diabólica espiral de continuas fragmentaciones».
El Pontífice argentino también recordó que el Consejo de las Iglesias «ha nacido como un instrumento de aquel movimiento ecuménico suscitado por una fuerte llamada a la misión: ¿cómo pueden los cristianos evangelizar si están divididos entre ellos? Esta apremiante pregunta es la que dirige también hoy nuestro caminar y traduce la oración del Señor a estar unidos “para que el mundo crea”». Al respecto, el Papa expresó una preocupación que nace «de la impresión de que el ecumenismo y la misión no están tan estrechamente unidos como al principio».
«Sin embargo –insistió Bergoglio–, el mandato misionero, que es más que la diakonia y que la promoción del desarrollo humano, no puede ser olvidado ni vaciado. Se trata de nuestra identidad. El anuncio del Evangelio hasta el último confín es connatural a nuestro ser cristianos. Ciertamente, el modo como se realiza la misión cambia según los tiempos y los lugares y, frente a la tentación (lamentablemente frecuente), de imponerse siguiendo lógicas mundanas, conviene recordar que la Iglesia de Cristo crece por atracción». Es lo que Francisco ha repetido constantemente sin perder ocasión, retomando ideas expresadas antes por Benedicto XVI.
Pero, se preguntó el Papa, «¿en qué consiste esta fuerza de atracción? Evidentemente, no en nuestras ideas, estrategias o programas. No se cree en Jesucristo mediante un acuerdo de voluntades y el Pueblo de Dios no es reducible al rango de una organización no gubernamental. No, la fuerza de atracción radica en aquel don sublime que conquistó al apóstol Pablo: “conocerlo a él [Cristo], y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos”».
Por ello Francisco invitó a no reducir «este tesoro al valor de un humanismo puramente inmanente, adaptable a las modas del momento. Y seríamos malos custodios si quisiéramos solo preservarlo, enterrándolo por miedo a los desafíos del mundo». Dos actitudes diferentes, pero igualmente nocivas, que son la representación de actitudes que se pueden encontrar en la actualidad en el mundo cristiano: adaptarse al mundo o el miedo del mundo, que lleva a encerrarse en una fortaleza sintiéndose asediado.
«Tenemos necesidad –subrayó Francisco– de un nuevo impulso evangelizador. Estamos llamados a ser un pueblo que vive y comparte la alegría del Evangelio, que alaba al Señor y sirve a los hermanos, con un espíritu que arde por el deseo de abrir horizontes de bondad y de belleza insospechados para quien no ha tenido aún la gracia de conocer verdaderamente a Jesús. Estoy convencido de que, si aumenta la fuerza misionera, crecerá también la unidad entre nosotros». Volver a descubrir la misión significa la nueva e indispensable frontera el ecumenismo: «la evangelización marcará el florecimiento de una nueva primavera ecuménica».
Reflexionando sobre el lema de su viaje («Caminar – Rezar – Trabajar juntos»), Francisco sugirió, en relación con el caminar, «un doble movimiento: de entrada y de salida». Para la oración, recordó que cuando «decimos «Padre nuestro» resuena dentro de nosotros nuestra filiación, pero también nuestro ser hermanos. La oración es el oxígeno del ecumenismo. Sin oración la comunión se queda sin oxígeno y no avanza, porque impedimos al viento del Espíritu empujarla hacia adelante».
Después el Papa subrayó, con respecto a la acción en común, que «la credibilidad del Evangelio se ve afectada por el modo cómo los cristianos responden al clamor de todos aquellos que, en cualquier rincón de la tierra, son injustamente víctimas del trágico aumento de una exclusión que, generando pobreza, fomenta los conflictos. Mientras los débiles son cada vez más marginados, sin pan, trabajo ni futuro, los ricos son cada vez menos y más ricos».
«Dejémonos interpelar por el llanto de los que sufren, y sintamos compasión, porque “el programa del cristiano es un corazón que ve”», observó citando a Benedicto XVI. «Veamos qué podemos hacer concretamente, antes de desanimarnos por lo que no podemos. Miremos también a tantos hermanos y hermanas nuestros que en diversas partes del mundo, especialmente en Oriente Medio, sufren porque son cristianos. Estemos cerca de ellos».
Tras recordar que «nuestro camino ecuménico está precedido y acompañado por un ecumenismo ya realizado, el ecumenismo de la sangre, que nos exhorta a seguir adelante», Bergoglio invitó a «superar la tentación de absolutizar determinados paradigmas culturales y dejarnos absorber por intereses personales». Y exhortó a nunca olvidar a los pobres y descartados, a los que «ocupan un lugar muy marginal en el ámbito de la información a gran escala. No podemos desinteresarnos, y es preocupante cuando algunos cristianos se muestran indiferentes frente al necesitado. Más triste aún es la convicción de quienes consideran los propios bienes como signo de predilección divina, en vez de una llamada a servir con responsabilidad a la familia humana y a custodiar la Creación». Una alusión indirecta a la teoría calvinista de la predestinación.
El Papa concluyó preguntando: «¿Qué podemos hacer juntos? Si es posible hacer un servicio, ¿por qué no proyectarlo y realizarlo juntos, comenzando por experimentar una fraternidad más intensa en el ejercicio de la caridad concreta?».
Andrea Tornielli en Ginebra
Vatican Insider – Reflexión y Liberación