Renovación, Conversión y Cambios
Sorprendió la valiosa Carta de los teólogos de la Pontificia Universidad Católica de Chile en respuesta a la Carta que el mismo Papa Francisco mandó “A la Iglesia que peregrina en Chile”.
De primera, la carta de los teólogos sorprendió porque fue de difusión pública. Debe ser una primicia. ¡Que bien! que se sintieron “provocados” por la invitación del Papa para desarrollar una teología al servicio del Pueblo de Dios. ¡ Qué bien! que reconocen que fueron parte del problema de la Iglesia chilena. Sin embargo su carta tiene rasgos como de descargo más que de reconocimiento de responsabilidades. En la Iglesia, no es como la sociedad civil en qué los ciudadanos pueden demandar y culpar a sus representantes. En la Iglesia estamos todos delante de Dios y antes de ver los distintos grados de culpabilidades conviene reconocer que todos somos culpables de las crisis y la decadencia de fe que vive el país. Es necesario que cada uno asuma lo suyo propio para que Dios pueda tenernos misericordia y nos pueda ayudar a futuro a no volver en esas situaciones dramáticas.
Para los que conocimos el esfuerzo teológico que significó la preparación del Concilio Vaticano II, para los que conocieron el despertar de la teología de la Liberación en América Latina, la labor teológica de estas últimas décadas ha sido peor que mediocre. Por más que se han multiplicadas las facultades de teología en el país, la teología pasó a ser una gran desconocida por el pueblo cristiano. Todo quedo en lo mismo de siempre, lo mismo desvalorizado y desmotivador. Los teólogos que suscribieron la carta reconocen humildemente que su teología fue ensimismada. Sería importante que precisaran esto en detalle y que logren definir las malas posturas. Deben denunciar su fijación en el tomismo y la escolástica, su veterana búsqueda de racionalidad de la fe olvidando los aportes de las ciencias modernas y sobre todo deben acusarse de esa moral tan ambigua que permitió que se enviciara tantos sacerdotes y religiosos. Es cierto que muchos teólogos fueron reprimidos pero mucho más fueron los coludidos con los mandamases de la Iglesia. Las responsabilidades de los teólogos que estuvieron en función desde cuatro o cinco décadas es grande porque son ellos que encabezaron la formación de los sacerdotes (en los Seminarios, las Facultades) y también de los dirigentes de parroquias, colegios y movimientos. Los firmantes reconocen ser parte del problema. Lo hacen todos juntos como los obispos, ¿No será como para diluir las responsabilidades personales?
La teología debe tener un rol profético y crítico y es por esto que el pueblo cristiano tiene derecho de demandarlos. Igual que los obispos, no cumplieron su rol y por esto no vieron problema en integrar quienes surgieron de las filas de Karadima y los que asumieron cargos importantes con fallas severas. No hubo entre los teólogos suficientes personas destacadas para reaccionar, para in-culturar la fe y darle perspectivas a la pastoral de comunidades, denunciando religiosidades desviadas. Los desórdenes de la Iglesia no ocurrieron sólo por los vicios de algunos sino también por la apatía de quienes tuvieron un rol de crítico y de profeta y no lo cumplieron. Su carta no reconoce su dramática ausencia del escenario católico chileno. El pueblo cristiano no vio los frutos de la “inteligencia católica”. Los profetas no necesitan catedra para hablar. El formalismo, el carrerismo, la reclusión académica son las debilidades del sistema de la teología universitaria que los jerarcas de la Iglesia aprovechan fácilmente para controlarlo todo. La tolerancia no siempre es una virtud.
Pero después de decir esto, los firmantes de la carta tienen mucha razón para decir que el Magisterio de Chile y de Roma les marginó y coartó su actuación. Tienen razón de pedir más autonomía para su labor eclesial.
Se prometen renovación, correcciones programáticas, revisiones, adecuaciones, salidas al encuentro de otros. Sin embargo, cuando se planifican cambios verdaderos se debe hablar de manera más radical. Se espera que se conozca luego unas decisiones de cambios para las facultades de teologías del país. Hablar de “conversión” y de “renovación” me parece un poco corto como resoluciones. Los cambios de corazones son individuales, Dios los vera. La Iglesia Chilena necesita cambios estructurales, cambio de personas, cambios de mentalidades. Los que crearon los problemas o que no los vieron no sirven para solucionarlos. Los que están decididos y atrevidos para realizar estos cambios, que actúen.
El que escribe estas líneas críticas, tiene la conciencia de formar parte de las generaciones responsables de que el Concilio Vaticano II fracasó. No supimos hacerlo, lo hicimos mal. Por la edad y por lo poco que yo pueda hacer por adelante me permito recordar esta responsabilidad eclesial general que me parece faltar en toda esta historia actual de la Iglesia. No fuimos, todos, pedófilos o viciosos pero todos fuimos encubridores e ineficaces de alguna manera. Deseo de todos corazón que las próximas generaciones logren mejores resultados.
Que Dios nos ayude. Que Dios dé buenos teólogos a su Pueblo. (No se olviden de Mateo 23, 1ss.).
Paul Buchet
Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación.