Cristianos adultos en su Fe
La carta que el Papa acaba de enviar “al Pueblo de Dios que peregrina en Chile” es una desafiante invitación a ser cristianos adultos en la fe, a vivir espiritualmente como adultos haciéndonos responsables de nuestra propia vida de discípulos del Señor Jesús, así como responsables de la vida de la comunidad de los creyentes.
Como lo ha señalado el Papa, con esta carta da un nuevo paso en el camino de ayudar a enfrentar la crisis que vive la Iglesia Católica en Chile. Este fin de semana se reunirá con otras víctimas de abusos -algunos de ellos son sacerdotes- a quienes ha invitado a Roma. Asimismo, se comunicó que el Papa enviará nuevamente a Chile a Mons. Charles Scicluna y el P. Jordi Bertomeu, para encontrarse con los católicos de Osorno y -probablemente- allí se conocerán nuevos pasos concretos.
En su carta, el Papa Francisco señala que la ya anunciada “renovación en la jerarquía eclesial por sí misma no genera la transformación a la que el Espíritu Santo nos impulsa. Se nos exige promover conjuntamente una transformación eclesial que nos involucre a todos”. Y esta transformación eclesial requiere de hombres y mujeres que vivan como adultos en su fe, es decir, responsables de su vida de discípulos del Señor Jesús y de la comunidad de creyentes.
Sin duda, esta desafiante invitación es una de las oportunidades de crecimiento que nos ofrece la crisis actual a todos los miembros de la Iglesia: ir creciendo en una fe adulta, bien formada e informada, responsables de sí mismos y de los demás en la vivencia y el testimonio del Evangelio.
Probablemente, a más de algún cristiano le parecerá extraño este llamado del Papa y pensará: “Pero, si los responsables de la Iglesia son los curas”. Frente a esa mentalidad clericalista e infantilizadora de tantos cristianos, el Papa nos recuerda que no hay cristianos de primera o de segunda categoría y que la participación activa en la vida y en la transformación de la comunidad eclesial no es por concesiones de alguna autoridad, sino que pertenece a la naturaleza misma del ser cristiano, fruto de la unción del Espíritu Santo que se ha dado a todos los miembros del pueblo de Dios. “No se dejen robar la unción del Espíritu”, dice Francisco.
Queda muy claro que se trata de un cambio profundo para ser “una Iglesia profética, esperanzadora que reclama de todos una mística de ojos abiertos, cuestionadora, no adormecida”, de manera de “promover comunidades capaces de luchar contra situaciones abusivas, comunidades donde el intercambio, la discusión, la confrontación sean bienvenidas”. Se trata de una honda transformación que comienza en la renovación de la mentalidad de muchos católicos que -quizás- viven una fe superficial, hecha de algunas costumbres religiosas y de mucho lastre cultural, pero poco comprometida. La crisis ayuda a sincerar en qué consiste la fe de cada creyente.
Una Iglesia de cristianos adultos en su fe es el único modo de enfrentar el clericalismo -que el Papa ha señalado que es “la peste de la Iglesia”-, el cual infantiliza la fe de los cristianos. Permítanme recordar unas palabras que Francisco dijo en Río de Janeiro, en el año 2013 y que nos pueden ayudar a comprender mejor la seriedad del problema: “Curiosamente, en la mayoría de los casos, se trata de una complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo. El fenómeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en parte del laicado latinoamericano. O no crece (la mayoría), o se acurruca en cobertizos de ideologizaciones, o en pertenencias parciales y limitadas”.
Solamente con cristianos adultos en su fe, responsables, críticos y participativos, es posible ir enfrentando la peste del clericalismo y la crisis actual de la Iglesia. Por eso, en su carta, el Papa hace un fuerte llamado a todos los miembros del pueblo de Dios que peregrina en Chile a vivir “el ‘nunca más’ a la cultura del abuso, así como al sistema de encubrimiento que le permite perpetuarse, [lo cual] exige trabajar entre todos, para generar una cultura del cuidado que impregne nuestra formas de relacionarnos, de rezar, de pensar, de vivir la autoridad: nuestras costumbres y lenguajes, y nuestra relación con el poder y el dinero”.
Ser cristianos adultos en nuestra fe es, pues, de un potente y hermoso desafío de crecimiento, formación, y maduración personal y comunitaria, que se nos ofrece como un don del Espíritu Santo dado a todos y como una oportunidad con ocasión de la crisis.
P. Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación