Incoherencia Marista
La elección del proyecto educativo marista nos cautivó. Es por ello que desde la entrada de nuestro primer hijo hasta la salida del último, de un total de cuatro, fuimos permanentemente delegados de la pastoral colegial, pasando incluso por el ingreso de niñas al colegio.
Cuando se es parte del legado de San Marcelino Champagnat, duele aún más saber de estos hechos, y del camino que tuvieron que recorrer los afectados por abusos sexuales, de parte de algunos a quienes conocimos, y de parte de encubridores de estos hechos.
Cuando se está cercano a este carisma resulta impensable estar próximo a este tipo de delitos. De lo que sí se puede estar cercano es a la solidaridad profunda para con quienes han sido afectados con este tipo de hechos, y por cierto de sus familias, que pienso, hicieron su elección tal como nosotros la hicimos como padres, con los esfuerzos que ello implicara.
Más, a pesar de los hechos ya públicamente conocidos, me es importante como cristiana, la significancia enorme del término impartir justicia, que va desde el interior de la comunidad marista frente a quienes han cometido el delito de abusar, como de quienes han cometido el delito moral de encubrir. Y este impartir justicia va sobre todos quienes están bajo el alero de tal compromiso, que ha llegado hasta la consagración de por vida de los valores del Evangelio, como del carisma particular de educar que posee San Marcelino.
El encubrimiento es llanamente la actitud de no comprometerse con quienes debemos acompañar, sin contemplar los años que la tradición marista expresa haberlo hecho. La crudeza de mis palabras es mínima respecto de la crudeza de las experiencias que las víctimas debieron vivir, no en comunidad, no en familia, sino en la soledad de sentirse culpables de las vulneraciones a las que eran sometidos, de parte de quienes eran cercanos a la familia y con quienes tenían un trato diario y directo, con escasas posibilidades de poder eludir. En una etapa, en que la seguridad que experimentamos nos marca de por vida, para bien o para mal.
¿Qué esperaría yo si me hubiese pasado a mí, qué esperaría yo si le hubiese pasado a un hijo (a) nuestro(a), qué esperaría de aquellos que han sido encubridores, qué esperaría de las actuales autoridades de los colegios maristas involucrados en estos hechos y de todos los colegios maristas, qué espera una sociedad, enteramente comprometida, a días de tener un proyecto de ley de imprescriptibilidad?
Sin duda una búsqueda concreta de justicia, y de reparación a nivel personal, familiar, comunitario, institucional y a nivel de jerarquía eclesiástica, para que el abusador obtenga la pena que le corresponde, no como religioso, sino como ciudadano, y no en resguardo de una congregación.
Si los maristas no dan muestras creíbles de la necesidad de hacer justicia perderán familias que puedan sentirse invitadas a participar de su misión, como también obtendrán muchos desilusionados por aquellos religiosos y laicos que creímos encarnaban los valores evangélicos, y que hoy demuestran claramente lo contrario.
Raquel Sepúlveda Silva