No torturar a las mujeres…
Francisco con los jóvenes del pre-Sínodo: «Pienso en el asco que deben soportar estas chicas. El 90% de los clientes son católicos. Pido perdón». No al «clericalismo» y a los «chismes»: es feo cuando un cura no es padre sino «príncipe o “boss”».
Son católicos, bautizados, tal vez van habitualmente a las parroquias, la mayor parte de los clientes de las prostitutas. A la joven Blessing Okoedion, nigeriana que fue víctima del tráfico de personas en Italia, le tiembla la voz mientras expone su historia al Papa y a los 300 jóvenes de todos los continentes que llegaron a Roma para la reunión pre-sinodal. «Me pregunto y te pregunto, pero la Iglesia, demasiado machista todavía, ¿es capaz de interrogarse con verdad sobre esta elevada demanda de los clientes?», dijo Bergoglio.
«La pregunta es sin anestesia», comentó Francisco. Y también la respuesta es sin anestesia: «El problema es grave. Quiero pedir perdón a ustedes, a la sociedad, por todos los católicos, bautizados que cometen este acto criminal», dijo. «Y, por favor, si un joven tiene esta costumbre, ¡que la corte! ¿Eh? Es un criminal el que hace esto. “Pero, padre, ¿no se puede hacer el amor?”. No, esto no es hacer el amor, esto es torturar a una mujer. No confundamos los términos».
La raíz de todo, afirmó el Pontífice interrumpido por los aplausos, nace de una «mentalidad enferma», según la cual «la mujer debe ser explotada». En la actualidad, «no hay feminismo que haya logrado cancelar esto de la conciencia más profunda y del imaginario colectivo. La mujer debe ser explotada… Así se explica esta enfermedad de la humanidad, esta enfermedad de una manera de pensar social.
El Papa Bergoglio contó a Blessing y a los demás chicos que lo escuchaban las experiencias que escuchó durante el encuentro, en uno de los Viernes de la Misericordia, con algunas mujeres liberadas de la trata. «Para no creer», dio, «una fue secuestrada en Moldavia y se la llevaron en coche, dentro de la cajuela, amarrada durante una noche, a Roma»; a la mujer la amenazaron con matar a sus padres si se hubiera escapado. A otra le cortaron una oreja porque no había llevado la suma que le habían pedido. Y también estaban las mujeres africanas, que fueron engañadas con la ilusión de un trabajo y un salario estable, tal vez como edecanes. «No fueron secuestradas, sino engañadas… e inmediatamente después las metieron a esta vida», contó el Papa. Estas mujeres «comienzan el trabajo y en ese momento comienza en ellas una esquizofrenia defensiva: aíslan el corazón, la mente, y solamente dicen “Este es mi trabajo”, pero no se involucran para salvar la dignidad interior, puesto que la dignidad exterior, social, está por los suelos. Así se defienden sin ninguna esperanza».
«Algunas lograron huir –explicó Francisco–, pero la mafia de esta gente las persigue, las encuentran, algunas veces se vengan». A otras supervivientes les espera otra suerte, tal vez peor: el estigma social y de la propia familia. «Cuando se liberan no tienen el valor para volver a casa. Está la dignidad de la familia, no tienen el valor para decir la verdad, no pueden… no porque sean cobardes, sino porque tanto aman a la familia que no quieren que los padres y los hermanos sean ensuciados por esta historia. Y permanecen dando vueltas como pueden, buscando trabajo».
«Es una esclavitud». El Papa no encontró otros términos para definir la vida de estas mujeres. E insistió: «Aquí en Italia, hablando de los clientes, creo (y hago un cálculo sin fundamentos) el 90% son bautizados, católicos… pienso en el asco que deben sentir estas chicas cuando estos hombres las obligan a hacer algo. Recuerdo una vez, hubo un accidente en Buenos Aires en una discoteca: murieron 200 personas, fui a ver a los heridos al hospital, y en terapia intensiva había dos acianos. Habían perdido los sentidos después de un ictus. Me dijeron: “Los trajeron aquí del prostíbulo”. Ancianos, jóvenes, estas chicas soportan todo».
Por fortuna existen comunidades como las de Oreste Benzi, fundador de la Comunidad Juan XXIII, que trabajan para rescatar a estas mujeres. Francisco alabó su método: «Las chicas son vigiladas, se acerca uno de ellos (un voluntario, ndr.), comienza a hablar, uno creería que para ponerse de acuerdo sobre el precio, pero en lugar de preguntarle “¿Cuánto cuestas?”, le pregunta: “¿Cuánto sufres?”. Entonces la chica habla, él le da una tarjetita y le dice: “Nosotros te sacaremos, nadie te va a encontrar; aquí está el número de teléfono. ¿Cuál día es más seguro para ti, en cuál esquina?”».
«El 80% de las mujeres llama», aseguró el Papa, y las chicas son llevadas a estructuras fuera de Roma en donde pasan largos periodos de terapia psiquiátrica y el trabajo para reincorporarse a la sociedad y al mundo del trabajo. Algunas de ellas se casan, incluso con los mismos voluntarios, y tienen hijos. Claro, la obra de las comunidades que existen en todo el mundo no es suficiente para contrarrestar este crimen «contra la humanidad», perpetrado a veces incluso por quienes van a misa por las mañanas o incluso por mujeres. «Las que pueden ayudar mejor a estas chicas son las mujeres, las monjas, pero también hay personas que las venden», denunció el Pontífice, «hasta gente que se dice católica… Tal vez sea una minoría, pero lo hace».
Bergoglio invitó a los jóvenes a luchar contra esta «enfermedad»: «Esta es una de las luchas quel es pido a ustedes, jóvenes, que hagan, por la dignidad de la mujer. La mujer es digna, es hija de Dios. En el relato de la Creación es la que sorprendió al hombre con su belleza… y luego se acaba así». Otro camino es el de sancionar a los clientes, que ya aplican varios gobiernos de Europa, pero los resultados, a pesar de todo, son pocos, según observó el Papa.
También Francisco respondió a las preguntas de otros cinco jóvenes del pre-Sínodo. Por ejemplo, la de Yulian, seminarista de Ucrania, que preguntó cómo poderse preparar al sacerdocio y, al mismo tiempo, estar «abierto a la juventud y a la cultura de hoy», incluso en formas más incomprensibles como los tatuajes. Por lo pronto, dijo Francisco, «no te espantes de tus tatuajes»: la exageración siempre es un problema, pero también los hay que son un punto de inicio para el diálogo, en el sentido de que «el tatuaje indica tu pertenencia. Tú, joven, que te tatuaste así, ¿qué buscas? ¿Cuál pertenencia expresas en ese tatuaje? Hay que dialogar con esto y allí se llega a comprender la cultura de los jóvenes». Con ellos, aconsejó el Papa, «no hay que espantarse nunca, nunca. Detrás de las cosas no tan buenas siembre hay algo que hará llegar a alguna verdad».
Lo que necesita un sacerdote es un «doble testimonio», afirmó el Papa. Porque es cierto que «un sacerdote que no es testigo de Cristo hace tanto daño», pero también es cierto que «la que testimonia es la comunidad». «¡Pobre sacerdote que se encuentra en una comunidad que no es testimonio de Cristo!», exclamó Bergoglio. «Estará solo, afectivamente solo», se volverá un «cura funcional»: contratado por misa, comunión o sepultura, y luego abandonado a sí mismo. En ese caso, advirtió el Papa, «tienen que intervenir el obispo y los sacerdotes: no deben dejarlo solo, se lo comerán crudo».
Desde San Francisco hasta San Felipe Neri, siempre los grandes santos «han buscado compañeros». Solamente se puede ser testimonios de Cristo en una comunidad, acotó el obispo de Roma: esta relación recíproca, sin embargo, puede ser minada por dos problemáticas: el clericalismo y los chismes. La primera, insistió el Papa, es «una de las enfermedades más feas de la Iglesia»: una comunidad «busca a un sacerdote y no encuentra a un padre y a un hermano, sino a un doctor, a un profesor o a un príncipe». El Papa se dijo «preocupado» porque a menudo «se confunde el rol paternal del sacerdote y se reduce a un papel de dirigente: el “boss” de la empresa». Así como es también preocupante «el espiritualismo exagerado»: «Cuando encuentras a estos curas un poco así, con las manos juntas, que siempre piensan que están en el cielo… Yo digo: curas con cara de beata Imelda. No, no funciona… son incapaces de comprender. Cuando tú has cometido una de esas caídas que se cometen en la vida, ¿cómo vas a contársela a él?». De la misma manera, se preguntó Francisco, ¿quién iría a confiarse con un sacerdote «que es un rígido» o, peor, «un mundano» y «apegado al dinero»? «Recen por ellos, para que el Señor los convierta», dijo el Papa.
En relación con los chismes, por el contrario, Francisco contó una anécdota que le contó un «cardenal simpático» sobre una parroquiana muy parlanchina que, después de la misa, hablaba mal de todos y de todo. «Ella vivía cerca de la parroquia: desde la ventana podía ver el altar. Un día estaba enferma, llamó al sacerdote y dijo: “Estoy en la cama con el resfriado, ¿me puede traer la comunión”. Y el sacerdote contestó: “No se preocupe, con la lengua que tiene, puede llegar al tabernáculo”». Un episodio simpático, pero revela una realidad muy seria: «el chismorreo para mí es una de las cosas más feas en las comunidades cristianas», es como «el terrorismo: uno se acerca, habla con uno, arroja la bomba, destruye y se va».
También peligroso es «castrar» la formación de los religiosos. Lo dijo el Pontífice al responder a la pregunta de una monja china que le regaló una rosa hecha a mano «símbolo de alegría». Y, ¿cómo se “castra” la formación religiosa. Tratando de «protegerlos del mundo», pero en realidad se les priva de sus «potencialidades afectivas, comunicativas». «Esto no es proteger, sino anular, esto es castrar a las personas. La verdadera protección se hace en el crecimiento». La formación religiosa, explicó el Papa, debe ser humana, intelectual («es decir que tienen que estudiar»), comunitaria («aprender a convivir en comunidad»), apostólica («aprender el anuncio evangélico»). Si falta uno de estos «cuatro pilares» se corre el peligro de formar religiosos y consagrados «psicológicamente inmaduros».
Y lo mismo para los laicos: «Una mamá que sobreprotege a un niño lo anula, no lo deja ser libre y así encontramos en la vida muchos solterones y solteronas que no supieron encontrar una vida de amor, el matrimonio, porque se vieron obligados a la dependencia materna, porque no tienen libertad para elegir». Francisco está seguro de ello: «Prefiero que pierda la vocación y que no se convierta en un religioso enfermo que luego haga daño. Hablemos claro, cuando leemos sobre los casos de abuso: ¿cuántos de estos han sido anulados en el desarrollo, en la educación afectiva y acabaron así?».
Por ello, el Papa exhortó a los jóvenes a «dejar que salgan fuera los sentimientos, no anestesiarlos, no disminuirlos», y a «buscar a alguien de confianza», a un «sabio», con quien hablar de las cosas más íntimas. Porque «encerrarse mar en la vida es como llevar dentro un tumor, en el alma, que tarde o temprano te pesa y de quita la libertad. Lo importante es abrir todo, no maquillar los sentimientos», recomendó.
Al final, el Papa puso en guardia ante los peligros del mundo virtual: «Esto lo digo porque yo critico mucho el mundo virtual, ¡eh! Pero no porque sea viejo atrasado, sino porque tiene sus peligros, por ejemplo, en una cena de familia, papá y mamá miran la televisión y cada chico está con el teléfono, ¿no? Hablando con amigos, pero por ahí le tiene que decir algo al papá, o al otro, y se lo manda por teléfono. O sea, ya el mundo virtual puede llevarte a un nivel de alienación muy grande, ¡eh!, que te hace no ya líquido, como decía el gran Bauman, sino gaseoso ¡eh! Sin arraigo. Yo critico por eso el mundo virtual. Pero no lo demonicemos ¡eh! Porque es una riqueza, tenemos que saber usarlo, y no que nos esclavice alejándonos de lo concreto. Entonces, para salvar lo bueno del mundo virtual, una sola palabra: lo concreto. En italiano “concretezza” ¡eh! Tener el hábito de ir a lo concreto. Sí poder usar el mundo virtual pero con los pies sobre la tierra y no dejándome chupar, no gaseosamente, no líquidamente sino sólidamente. Es una ayuda. Y ahí, ahí tenemos que ir hacia atrás».
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Vatican Insider – Reflexión y Liberación