Navidad 2017 en Jerusalén
El exabrupto del presidente de los Estados Unidos D. Trump creará un atmósfera especial en Jerusalén este año para las fiestas navideñas. Su decisión de trasladar la embajada de los U.S.A. a Jerusalén ha reavivado el conflicto entre Israelitas y Palestinos a propósito de la división del territorio disputado entre ambos pueblos. Su decisión política contraria la opinión internacional y puede arruinar todos los esfuerzos de paz y de convivencia en el medio Oriente. ¡ “Dios no quiera”! Que esto no desate un conflicto regional o mundial.
Para empezar, hablando sociológicamente se debe reconocer que si existe una ciudad religiosa en la tierra, es Jerusalén. Allí convergen los judíos, los musulmanes y los católicos, los evangélicos, los ortodoxos. Allí están: el muro de las lamentaciones (las ruinas del antiguo templo de los judíos), encima, la mosquea de Omar de los musulmanes y numerosas iglesias cristianas. La significación simbólica y religiosa de la ciudad acentúa dramáticamente la situación.
Dios parece estar implicado en esta situación y podemos reflexionar a lo que puede aportar nuestra fe cristiana en este tema.
Otro dato sociológico que añadir es por cierto el turismo de las peregrinaciones que es importante para la ciudad. Pero ni lo religioso ni lo comercial alcanza a apaciguar las pasiones nacionalistas de ambas poblaciones.
Dos razas compiten por los mismos derechos de territorio y de autonomía. Tanto las poblaciones palestinas como las poblaciones judías son pueblos semitas que habitaron desde tiempos inmemoriales esas regiones. Sus historias de invasiones, ocupaciones, dispersión y de sometimiento colonial han sido muy parecidas, lo que las dejó en conflictos permanentes hasta la fecha. Los dos pueblos tuvieron impresionantes emigraciones en todo el mundo (la diaspora). Para cifrar esta dispersión se puede mencionar que se calcula en nada menos que 350.000 los descendientes de palestinos solamente en Chile, son más de 5 millones los descendientes judíos nacionalizados en Norte América y hay que recordar la cifra dramática del genocidio nazi en Europa que hizo 6 millones de víctimas. En la región que nos preocupa, los conflictos bélicos del siglo pasado dejaron 25.000 palestinos que viven todavía en campamentos de refugiados y 5 millones de desplazados (muchos apátridas) que reclaman su reintegración en su país de origen. Todo esto por los 6.500.000 judíos que viven en Israel y los 5.000.000 habitantes de la Cisjordania y la franja de Gaza. Con este trasfondo realista hay que entender las razones de estos dos pueblos para competir por los mismos espacios territoriales.
El pueblo judío tiene una motivación principal: la saga del pueblo de Israel descrita en el Antiguo testamento de la Biblia. El credo israelí empieza: “Mi padre era un arameo errante…” La historia de Israel fue una larga historia de promesa divina (tierra y descendencia), de salvación, de conquista, de grandeza monárquica pero después de invasiones, deportaciones, ruinas y dispersiones. La fiesta del Hanuka que celebran los judíos en diciembre recuerda las últimas luchas de independencia de los Macabeos, el reacondicionamiento del templo y de la ciudad de Jerusalén que duró algunas décadas antes de sucumbir bajo el dominio del imperio romano que destruyó completamente la ciudad en el año 70 de nuestra era. A pesar de todo, la tierra de Israel (“eretz Israel”) y la ciudad de Jerusalén permanecieron las grandes ideas fuertes del pueblo judío. Su nacionalismo tiene sus raíces en la fe bíblica.
El pueblo judío tuvo otra ventaja sobre los palestinos. La culpabilidad occidental por el genocidio de la IIª guerra mundial llevó la ONU a apoyar a los nacionalistas judíos para levantar un estado postcolonial en Israel en medio de las poblaciones palestinas. Norteamérica fue el mejor aliado económico de Israel y les sigue proporcionando importante armamento para conservar su hegemonía en el medio oriente.
Los palestinos, la otra parte de la población habitante en esos territorios fueron los perdedores de las guerras que estas transacciones internacionales provocaron. Los palestinos perdieron no solamente territorio pero sus poblaciones tuvieron que buscar refugio en los países vecinos y Hasta la fecha los palestinos no logran un reconocimiento de la ONU para ser un verdadero estado con fronteras definidas. Aprovechando la pasividad de la ONU, los judíos promovieron una colonización agresiva de sus territorios e impusieron su administración en Jerusalén a pesar que las partes siguen reclamanla por capital. En reacción a esta situación grupos extremistas actúan suscitando represalias a las que los israelíes responden drásticamente. Cuando la mayoría de los países tienen sus embajadas fuera de Jerusalén defendiendo la idea de una administración independiente para la ciudad, la decisión norteamericana no encontró oposición decidida. Fuera algunas manifestaciones, los países árabes no reaccionaron enérgicamente y dejaron los palestinos aislados. El apoyo moral de Europa fue tibio. La sola causa que tienen en su defensa los Palestinos son los derechos humanos.
¿Como cristianos que podemos pensar de esta situación?
Conocemos varios pasajes del evangelio que nos relata lo que Jesús vivió en su subida a Jerusalén. Aun que fuera de provincia (Galilea) Jesús era patriota pero presentía el fin de los grandes símbolos de Israel. Profetizó el desastre que ocurrió 4 décadas después de su muerte y resurrección : la destrucción del templo y la ruina de Jerusalén. En san Lucas 19,41, leemos: “Al acercarse y ver a la ciudad, Jesús lloró por ella, diciendo” Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz “. Los evangelistas que conocieron esta destrucción recordaron muy bien estos anuncios para sus escritos pero lo que más nos debe impresionar es la actualidad de estas palabras de Jesús. El anhelo y la urgencia de un mensaje de paz siguen vigentes en las circunstancias actuales. “Paz a los hombres de buena voluntad “ cantan los ángeles del pesebre. El hermoso salmo 85 reza: “Voy a escuchar de qué habla Dios./ sí, Yahvé habla de paz / para su pueblo y para sus amigos,/ con tal que a su torpeza no retornen… /Amor y Verdad se han dado cita,/ Justicia y Paz se abrazan; /la Verdad brotará de la tierra /y de los cielos se asomará la justicia”.
Otra cosa para ponerle algo muy propio de nuestra fe cristiana a este conflicto es el destino universal de la fe en Dios. Decía Jesús a la Samaritana: “Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adorareis al Padre…, deben adorar en espíritu y verdad”. (Juan 4,21) El mensaje de Jesús rompe con el particularismo de la religión judía y de la religión musulmana. Dios es el Padre de todos los hombres, todos somos llamados a ser hijos de Dios. La igualdad de todos los hombres delante de Dios consagra los derechos humanos.
El pueblo judío puede considerarse el pueblo elegido por Dios, es el pueblo beneficiario de las promesas, es el pueblo que a pesar de todas sus infidelidades Dios ha salvaguardado en toda su historia. Pero Dios, en Cristo, ha reveló su amor a todos los hombres y particularmente a los pobres, enfermos, encarcelados, perseguidos, pequeños… Entre los palestinos hoy día como entre los judíos ayer están muchas víctimas, muchos pobres y muchos pequeños a quien Jesús nos enseñó a tenerles un amor igualmente predilecto.
Por esto, sin descalificar el pueblo de Israel, nuestra fe cristiana nos hace mirar especialmente a los campos de refugiados, a las poblaciones palestinas marginalizadas por el Estado de Israel, a las víctimas de estos conflictos y nos hace escuchar espantosamente el ruido de las armas que se agitan en el Medio Oriente.
Por último leyendo el último libro del Nuevo Testamento recogeremos las enseñanzas de la cultura judaica de Jesús y de San Juan acerca de los temores apocalípticos. Con las pesadillas que se nos ocurren imaginando los horrores de las violencias humanas que pueden desencadenarse estúpidamente, podemos recobrar la esperanza con la imagen de la Jerusalén celestial, la nueva Jerusalén bajada del cielo, de junto a Dios, la morada de Dios con los hombres… dijo él que está sentado en el trono: “Mira que hago un mundo nuevo”. (Apoc.21,1ss)
“Pidan paz para Jerusalén” … (Salmo 122).
Paul Buchet – Temuco
Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación”