María de Nazaret y la emergencia de la “mariología cotidiana”
- María, siempre María
La reflexión versará sobre la Virgen María. Es un tema que viene como “anillo al dedo” en Noviembre. Nuestras comunidades cristianas vuelven a ubicar a esta muchachita de Nazaret en los altares, rodeándola de flores, de cantos tradicionales, de oraciones y de súplicas confiadas. Pero, hablar de María, aunque parezca una tarea sencilla no lo es. Ella está tan arraigada en la vida de nuestros pueblos, sobre todo en la identidad latinoamericana, que su persona representa, por una parte, un tema recurrente pero también una comprensión que exige un trabajo dedicado. En esta reflexión indagaré en lo que autores como Diego Irarrázaval (2013) llaman una “mariología cotidiana”. El objetivo es llegar a la comprensión de que María representa una forma de vivencia de nuestras prácticas humanizadoras más cotidianas. Ella, con su historia personal, con su relación especial con Dios, con su ser mujer creyente e imagen de discípula, nos abre la puerta para ahondar en cómo ha de ser nuestra propia vida cotidiana. Ella nos da pautas para pensar prácticas de bien-estar, de culturas del cuidado, de vivencias de solidaridad y de esperanza en la justicia de Dios que vence sobre toda forma de injusticia, de marginación y de violencia.
Quisiera proponer una reflexión que mire a María como “verdadera hermana nuestra” (E. Johnson, teóloga feminista estadounidense), como mujer de la vida cotidiana, como esposa, madre, vecina, ciudadana, hermana, amiga, mujer. Esto en ningún momento reduce a María ni le quita la gloria que el Padre Dios le concedió. Al contrario, busca indagar en una María que proviene de Nazaret, con una historia personal y comunitaria concreta, y cómo en dicha cotidianidad ella fue capaz de acoger y hacer experiencia de la gracia de Dios, de aprender a encontrarse con Él y desde Él enfrentar la misión encomendada: ser Madre del Hijo de Dios.
- María y su experiencia de encontrarse con Dios: la gracia
María es mujer. Esto puede sonar obvio pero no lo es. Hago la salvedad de que es “mujer” porque su forma de hacer experiencia de Dios está influenciada por su ser femenino, por la especial sensibilidad que las mujeres tienen para encarar la vida. Con esta salvedad también se nos exige no implantar categorías androcéntricas (mirada centrada en el varón en desprecio de la mujer) en la mujer María. Dios se encontró con ella en su cualidad personal, social, biológica, sexual, cultural de mujer. Y ser mujer en tiempos bíblicos era signo de inferioridad, elemento propio de una sociedad patriarcal. Y era de Nazaret. Y esto tampoco es obvio ni representa un dato más. Nazaret era una de las provincias más insignificantes del Imperio Romano en los tiempos de Jesús. Era una población socialmente estigmatizada y marginada. Adagios populares decían que a quien Dios castigaba daba por mujer una nazarena, y en el Evangelio de Juan, Natanael dice que nada bueno sale de Nazaret (Cf. Jn 1,46). María es, por tanto, doblemente marginada: por ser mujer y por ser nazarena. Y es justamente a una mujer marginada que Dios escoge para ser Madre de su Hijo. Es a esta mujer a la que Dios “llena de gracia”.
En el Evangelio de Lucas se narra el anuncio del nacimiento de Jesús de la siguiente manera: “Entró el ángel a su presencia y le dijo: Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo” (Lc 1,28). El término griego para “llena de gracia” es kekharitómene, y significa agraciada. X. Pikaza, teólogo español, reconoce tres elementos en este saludo: el saludo con el que se rompe el silencio y se inaugura el diálogo salvífico, la llamada o nombre que se utiliza, en este caso a María se le llama “llena de gracia” y la palabra de asistencia “el Señor está contigo”: Dios elige a María, promete estar con ella y le anuncia la misión.
Dios ha irrumpido en la vida de María de Nazaret y la declara feliz y agraciada. Ambos adjetivos están íntimamente unidos. La presencia de Dios, eso es la gracia a fin de cuentas, es un momento especialmente feliz en la vida de una persona. Dios es el que siempre toma la iniciativa. Él busca encontrarse con nosotros. La gracia es Dios mismo dándose por entero a cada uno de nosotros. Y este encuentro cambia la vida, le da un nuevo horizonte, nos hace más felices, más plenos, más humanos. La presencia de Dios en María es salvadora y dicho acercamiento toma características personales. La gracia de Dios en la mujer de Nazaret abre un camino nuevo, tiene que ver con la hondura de Dios, de su entrega por los hombres por medio de Jesucristo, el hombre nuevo. Por ello, la gracia que recibe María de manera plena tiene una fuerte vinculación con su Hijo. Ella fue colmada de la presencia de Dios en virtud de la misión encomendada: ser Madre del Hijo.
María es llena de gracia en el proceso total de su existencia, en los acontecimientos cotidianos en los cuales se desenvolvió, en su camino de acogida y de donación, en su Sí al proyecto del Padre. En María reconocemos un gracioso itinerario: hondura de Dios en la vida personal, apertura de esa vida a la llamada de Dios, acogida libre a la Palabra y donación de la vida. La vida se coloca en sintonía con la vida de Dios. Y por ello María está vinculada a la historia del Espíritu del Dios amor que comunica su vida de manera sobreabundante. Es la gracia que proviene del Padre como su iniciativa, es la gracia que se vive “en Cristo” y es la gracia que posee una dimensión eclesial: María es creyente y discípula.
3. Vivir una “mariología cotidiana”
María encontró “el favor de Dios” y Dios quiso hacer su morada en ella. La gracia llena nuestra existencia, le da un nuevo sentido a nuestras vivencias personales, comunitarias, erótico-sexuales, familiares, ecológicas, culturales, cotidianas. En María, y en la gracia que ha recibido de una vez y para siempre, encontramos la forma en la que Dios actúa con el ser humano. Es por ello que María nos invita a vivir una “mariología cotidiana”. Esta reflexión busca retomar modos de Vivir que hacen referencia al lugar que la persona ocupa en la historia de la salvación. Se instauran modos y prácticas de bien-estar, de una cultura del cuidado, de vivencias de justicia y solidaridad, de reconocimiento y de búsqueda de Dios en el concreto suelo que transitamos.
María está presente en la vida cotidiana de nuestros pueblos. Ella está inmersa en la identidad latinoamericana. Somos un continente profundamente mariano. Y en esta acogida que el pueblo hace de la Madre de Dios se descubre cómo los acontecimientos comunes que nos suceden son espacios en los cuales podemos hacer experiencia de Dios y de encuentro con los demás. Hay una “mariología en el seno del pueblo”. La figura de la mamá, de la mujer, de las luchas cotidianas, son expresión del sentir mariano que configura el mosaico latinoamericano. En el rostro de María reconocemos rasgos indígenas, mestizos, de niños, niñas, jóvenes, familias, grupos socialmente vulnerados y marginados, de minorías. Y asumimos esto porque Dios quiso encontrarse con una mujer nazarena en la que quiso inaugurar la fiesta de la Vida, la celebración que irrumpe con la presencia del Reino en nuestra cotidianidad. Por ello María constituye un modelo de humanización, de vivencia de relaciones solidaridad y fraternas. En la gracia comunicada a María reconocemos la misericordia de Dios como fuente inagotable de Vida, de perdón y de gozo.
Juan Pablo Espinosa Arce
Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule)
Magíster en Teología Fundamental (PUC)
Laico Parroquia El Sagrario – Catedral