Chile, un hogar para todos
Intervención del Presidente de la CECh, Obispo don Santiago Silva Retamales, al presentar la Carta Pastoral “Chile, un hogar para todos” en la Casa Central de la PUC.
El documento que hoy presentamos se enmarca en el propósito de nuestras actuales Orientaciones Pastorales. Desde ellas, los obispos nos hemos propuesto ser una Iglesia que escucha, anuncia y sirve. Tres criterios conductores animan dichas Orientaciones, los que también inspiran esta Carta Pastoral que hoy damos a conocer.
El primer criterio es la centralidad de Jesucristo, Señor de la vida. En nuestro encuentro con Él, la vida adquiere un sentido nuevo y más pleno. El primer fruto de este encuentro es la conversión como una tarea permanente, que comienza por cada uno de nosotros a nivel personal y que, si es conversión auténtica, lleva a la transformación de la Iglesia y la sociedad. Es, sin duda, un camino que hay que aprender día a día.
El segundo criterio es el valor y la dignidad de toda persona humana, cualquiera sea su condición. Todos somos llamados a vivir felices y a hacer felices a los demás. No fuimos creados para complicar la vida de los otros. Para esto, no hay que «guardar» la vida, sino «gastarla» en beneficio de otros, tal como nos enseñó Jesús.
El tercer criterio es que como Iglesia y miembros vivos de ella estamos llamados a ser servidores del Reino de Dios mediante la escucha comunitaria y co-responsable de la Palabra, el servicio humilde a la vida de toda persona humana y el anuncio gozoso de la fe a todos los hermanos y hermanas.
Estos tres criterios (Jesucristo, la persona y su dignidad, y el servicio a la sociedad desde el Reino de Dios) son esenciales en nuestra vocación y misión de discípulos de Jesús. Ellos nos inspiran e impulsan a ofrecer la presente carta como discernimiento del Chile que soñamos en cuanto ciudadanos de este país y en cuanto obispos de la Iglesia Católica.
Dicen nuestras Orientaciones Pastorales, vigentes hasta el año 2020: «Con valentía y lucidez debemos nosotros discernir los actuales signos de los tiempos. La fe profesada nos asegura que Dios entró en la historia para quedarse, para salvar, para redimir y liberar» (OO.PP. nº 13). Este, pues, mediante esta Carta Pastoral llamada «Chile, un hogar para todos», es el servicio que hoy queremos ofrecer como Comité Permanente del Episcopado y por encargo de la Asamblea Plenaria. Dirigimos nuestra palabra a los católicos del país y a la sociedad chilena en su conjunto.
Invitados por el Papa Francisco a ser «pastores con olor a oveja», procuramos estar atentos a lo que ocurre en Chile, a los profundos cambios que vive nuestra sociedad, a los nuevos modos y lógicas de convivir, a las diversas culturas, a la realidad y contexto de las nuevas y futuras generaciones. La necesidad de poner a disposición esta reflexión pastoral se funda en la lectura creyente de los «signos de los tiempos» y en el discernimiento y la esperanza que suscita en nosotros el conocimiento de nuestras comunidades y de los hombres y las mujeres junto a quienes caminamos en la historia presente. Desde sus realidades que también son las nuestras, desde sus clamores y esperanzas que también son los nuestros, abrimos la mente y el corazón para descubrir el paso de Dios en Chile, país que queremos que cada vez más y para todos sea «nuestro hogar».
Como indicamos al inicio de nuestra Carta Pastoral «Chile, un hogar para todos», mientras la redactábamos nos confirmaron la visita apostólica del Papa Francisco a nuestro país el próximo enero. Es para nosotros, y esperamos que para el país entero, motivo de alegría y entusiasmo el tener muy pronto al Vicario de Cristo en medio nuestro, el escuchar de su voz y testimonio la Buena Noticia acerca de Jesús, fuente de Paz, el poder reencontrarnos con un pastor que siente un especial afecto por nuestro país.
Hoy damos a conocer esta Carta en la antesala de esta histórica visita. Una buena parte de nuestro texto recoge las vigorosas enseñanzas del Santo Padre, las que han sido valoradas y reconocidas incluso por muchos no creyentes.
Con la palabra del Papa Francisco que con su exhortación Evangelii Gaudium del año 2013 pone la alegría de evangelizar en el centro de la misión de la Iglesia, proclamamos nuestra preocupación por las personas que él llama «descartables». El Evangelio, es decir, la persona y la obra de Cristo anunciado y aceptado por la fe, es luz y fuerza de humanización para todos. Él nos impulsa con energía a preocuparnos de los que viven marginados, a la vera del camino de la integración y los bienes materiales y espirituales. Estas personas, que tienen un lugar privilegiado en el pueblo de Dios, son nuestra prioridad pastoral y nuestra principal misión en este tiempo. A estos hermanos que, por diversos motivos y circunstancias se encuentran en situación de menoscabo o abandono, dedicamos varias páginas de esta Carta, inspirados en la opción preferente por los pobres que la Iglesia asume desde el Evangelio y que el Papa nos recuerda cuando indica que nuestra vocación es ser «una Iglesia pobre para los pobres». Las situaciones de exclusión y marginación en Chile tienen nombre y rostro. Hemos querido hablar por ellos y desde ellos, como el Papa nos ha pedido.
Con su iluminadora encíclica Laudato si’ del año 2015, dedicada al cuidado de la casa común, el Papa Francisco nos ayuda a replantear nuestra relación con la naturaleza. Las reservas de agua, especialmente en la Patagonia, el desafío de contar con energía limpia no contaminante, el respeto a los entornos de las instalaciones mineras, y la imperiosa necesidad de modificar conductas individuales y colectivas son algunos de los tópicos que nos permiten, no sólo en Chile, sino en el mundo entero, construir una «casa común» para el ser humano sea cual sea su sexo, religión y condición social.
La palabra de aliento, alegría y esperanza que Francisco ha entregado a las familias, también ha sido una fuente de inspiración para esta Carta Pastoral. Su exhortación apostólica Amoris laetitia,sobre el amor en el matrimonio del año 2016, recoge la variada y compleja realidad de las familias, y desde la esperanza y la misericordia se aproxima a ellas para animarlas en el desafío de ser familia en un contexto social y laboral que pone más obstáculos que facilidades. Hoy hacemos nuestros los criterios que el Papa nos propone para abordar las situaciones más complejas en la familia y, al mismo tiempo, profundizamos en la necesidad de dar pasos significativos para superar situaciones críticas que amenazan este núcleo fundamental de la sociedad.
Del mismo modo en que las enseñanzas del Papa Francisco sobre estos y otros asuntos enriquece y sustenta el documento que hoy presentamos, con gran esperanza confiamos que su visita sea, como el lema lo indica, un tiempo de paz para Chile y que esta luego se expresa en relaciones sociales y cívicas respetuosas de la persona y constructoras de bienestar para todos. Preparemos nuestro espíritu para dejarnos conmover por la palabra del Papa.
A él, como testigo e instrumento de Cristo, lo acogemos como su mensajero y como nuestro pastor. Su visita no es propiedad de la Iglesia ni de los católicos. Él viene a Chile, lo recibe un pueblo que queremos que sea un hogar para todos. Que nadie se sienta ajeno a este acontecimiento que, así lo anhelamos, renueve nuestro espíritu.
A pocos días de las elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales y a pocos meses de cumplir 200 años de la batalla de Maipú que nos regaló la independencia nos parece pertinente proponer un camino para Chile, repensando el tipo de sociedad que estamos construyendo y que queremos heredar a las futuras generaciones. Lo hacemos desde la centralidad de la persona humana, de su vocación y misión leídas a la luz de los valores del Evangelio. Hacemos nuestra reflexión respetando las instituciones del ordenamiento democrático y con la legítima autonomía que nos posibilita un Estado no confesional. La hacemos desde la profunda convicción de nuestra misión profética como pastores, sumando nuestra voz a la de tantos que tienen también su visión del país y del camino a recorrer.
Me detendré en el núcleo central de la Carta Pastoral Chile, un hogar para todos que estamos dando a conocer. Desde este núcleo repasaré aquello que consideramos que son los principales desafíos para el país.
Hacemos una propuesta para Chile, tomando como base nuestra propias vivencias de «hogar», concepto tan propio de nuestra identidad nacional y tan cercano a lo que entendemos por justicia, paz y felicidad. Al hablar de Chile como «un hogar» no nos referimos a las construcciones materiales de viviendas ni a la particular composición de las familias. Cuando decimos «hogar» apelamos sobre todo a las relaciones humanas que se entrelazan, enriqueciendo a las personas que aportan lo mejor de sí gratuitamente a otros, no solo para construir y caminar juntos, también para «ser juntos», para acompañarse, consolarse, soñar y emprender proyectos comunes en beneficio, sobre todo, de los más débiles del hogar. Al hablar de «hogar» nos referimos a «parientes» que saben convivir y no a colectivos que, por la imposición de sus propios intereses, chocan y se destruyen.
En esta Carta evocamos la patria como «nuestro hogar», un techo común donde todos los que en él nos cobijamos, contamos siempre con cariño y nuevas oportunidades. Lo evocamos reconociendo los importantes avances que como sociedad hemos experimentado en diversos campos. Pero al mismo tiempo enumerando las dificultades en la convivencia cívica y particularmente en la capacidad de acoger e incluir a los más vulnerables y postergados. Nos preguntamos cómo en nuestro hogar, Chile, podemos lograr mejores «políticas y modos de convivencia cívica que, profundizando los avances, corrijan eficientemente los errores y nos permitan progresar sin quedarnos encerrados en la desconfianza, la amargura y la descalificación» (Chile, un hogar para todos, n.º 14).
Al hacernos cargo de la realidad de «nuestro hogar», nos fijamos en la familia cuya realidad compleja y cambiante se ve afectada por decisiones políticas y por un sistema económico y laboral que la vuelven frágil. Consideramos la situación de mujeres y madres que han sufrido violencia, abandono y discriminación y en la dramática realidad de papás que se desentienden de su familia y se rinden ante el imperativo de una sociedad machista, consumista y competitiva.
Miramos con esperanza el anhelo de justicia de aquellos jóvenes que piden a gritos una sociedad más solidaria y fraterna. Confiamos en que será un diálogo amplio y una voluntad generosa la que hará posible que se implementen las necesarias reformas que hagan posible una inserción social digna de los niños, niñas y jóvenes vulnerados en sus derechos.
Nos duele la situación de muchos ancianos cuyas vidas se convierten en un verdadero calvario cuando la propia familia los exilia por haberse convertido en «un problema». En una sociedad que envejece, más allá de las necesarias pensiones y jubilaciones dignas, hay que cautelar que nuestros mayores tengan un lugar digno en la familia que conforman o que les acoge.
Ponemos especial atención en la Araucanía y en la necesaria reparación de las injusticias sufridas por nuestros pueblos originarios y de las actuales víctimas, de todas las víctimas, de la conflictiva situación. Reafirmamos una vez más la necesidad de diálogo y la certeza de que la paz brota tanto de la justicia y de la verdad como del ejercicio de la misericordia y del perdón.
Nos preocupa la situación de nuestros hermanos inmigrantes. Las políticas públicas deben ser complementadas con un acertado diagnóstico y una renovada mentalidad. Abrir a los hermanos extranjeros las puertas de nuestra patria significa acogerles como verdaderos hermanos en «un hogar» de puertas abiertas. Ellos no nos perjudican, enriquecen nuestra identidad y cultura como lo hicieron en décadas anteriores tantos grupos de diverso origen que llegaron a nuestro país.
Sabemos del sufrimiento extremo que se vive en hospitales y cárceles. Queremos estar siempre donde está el dolor. Por eso proponemos que además de la compañía del rostro misericordioso de Dios, estas situaciones de gran sufrimiento cuenten con adecuadas propuestas jurídicas, sociales y educativas. Nos preocupa la reinserción social y familiar de aquellos que cumplen sus condenas y salen en libertad. Chile también es «su hogar» y debemos ofrecerles oportunidades para reconstruir sus vidas. Como ya lo hemos hecho, elevamos con tantos otros nuestra voz para que se considere la situación de aquellos privados de libertad que están en condiciones de enfermedad terminal y puedan dar cumplimiento a sus condenas en ambientes más humanos y familiares.
Si queremos hacer posible un «hogar para todos», necesitamos políticas y estrategias cuyo horizonte sea la dignidad de la persona, especialmente de aquellos grupos que requieren mayor apoyo. En palabras del Papa Francisco, requerimos «una política auténticamente humana» y «una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte» (Discurso en México, citado en Chile, un hogar para todos, nº 13).
Los obispos queremos reafirmar con claridad que, como nos enseña el Papa Francisco, la política es «una de las formas más preciosas de la caridad» (Evangelii Gaudium, nº 205). La función política, al servicio del bien común, es un papel que la sociedad debe cuidar. Desacreditar la política y prejuzgar a quienes dedican su vida a ella no es un modo sano de resolver los conflictos y de superar los escándalos. Un político honesto y probo no surge por arte de magia: es el fruto de una formación sustentada en los valores recibidos y cultivados en la familia, en los centros de educación, en el propio partido político y en la comunidad eclesial. Ya sea si surge la corrupción en el ejercicio de la política como cuando ésta se desprestigia, la sociedad y la Iglesia son los primeros que han de denunciar la corrupción y reivindicar la «política», es decir, el ejercicio prudente y sabio del gobierno de la ciudad. Anhelamos que las parroquias y los centros educativos de la Iglesia retomen con pasión su vocación de formadora de líderes sociales y políticos.
Nuestra mirada y nuestra voz tiene un foco central: la persona humana comprendida según el mensaje de Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo uno de nosotros para ofrecernos y ayudarnos a vivir relaciones del todo originales con Dios, las otras personas y la creación entera. A esto llamamos «humanismo cristiano».
El elemento relevante del humanismo cristiano es la conciencia de que somos «creaturas de Dios», partícipe de una vida humana que hemos recibido como don inmerecido y que tenemos que respetarla desde su inicio hasta su término natural. Los que compartimos la fe en Cristo tenemos la certeza de que el Hijo de Dios, al hacerse hombre (Jn 1,14), nos regaló con su vida, su muerte y su resurrección la condición «de hijos de Dios» y «de hermanos de los otros». De Él también procede la capacidad de considerar todas las demás creaturas como dones de Dios y así colaborar para que ellas estén al servicio de todos en la sociedad. Todo bien material tiene una hipoteca social que hay que saber corresponder y promover.
De este humanismo cristiano brotan las formas siempre nuevas de conducirse que tienen que ver con el respeto a las personas por el simple hecho de ser tales, con el cuidado de su vida física y espiritual y con la promoción de su dignidad. No nos podemos refugiar en nosotros mismos, en un mundo individualista que procura la satisfacción de todas sus necesidades sin importarle el otro, incluso más, en detrimento evidente de los otros. Más evidente es esta forma destructiva de vivir cuando persiste una vergonzosa desigualdad, en muchas dimensiones, que nuestras ciudades dejan al desnudo al recorrerlas en toda su extensión. Somos testigo de ello. Esta inequidad nos preocupa y los síntomas que asoman con fuerza en sucesivas manifestaciones de descontento generalizado, denuncian que el abuso de poder y la idolatría del dinero se han convertido en razón de vida para muchos. Por eso afirmamos en esta Carta Pastoral que «sólo Dios es el Señor. El poder no es Dios. La riqueza no es Dios. El dinero no es Dios y por eso repugna que muchas relaciones actuales se basen en la búsqueda de la riqueza como un ídolo» (Chile, un hogar para todos, nº 91).
Apelamos a la vitalidad propia de aquellos que no sólo se saben «casa», sino sobre todo «hogar» y, por lo mismo, se cuestionan y asumen los desafíos de hacer de Chile un «hogar para todos». Apelamos a un hogar nutrido por una vida sencilla, esa que nos heredaron nuestros mayores a través de costumbres de probidad, austeridad y respeto. Los que antes de nosotros, civiles, militares y religiosos, pusieron los cimientos de la identidad nacional, merecen mucho más que una memoria agradecida. Constatamos con dolor que estamos olvidando sus enseñanzas sobre los valores humanos convenientes para un buen convivir ciudadano.
Solo reconociendo nuestra identidad de «personas con vocación de comunidad» podemos recuperar las confianzas, no sólo en el ámbito político, sino también en los diversos campos de nuestra vida, incluyendo el religioso. Expresamos en nuestra Carta que «para restablecer los puentes rotos no basta con enmiendas legales o procedimientos administrativos. Las heridas humanas deben repararse humanamente. No hay monto de dinero que apacigüe la desolación ni fármaco que cure la decepción del engaño. Volver a confiar significa la posibilidad de mirarnos de nuevo a los ojos, de reconocernos hermanos y de poder caminar juntos. Para procurar el reencuentro, no basta con pedir perdón. La persona ofendida nos espera renovados, convertidos: somos invitados a cambiar, a ser otros, a actuar distinto, mejor, por el bien de nuestro Hogar» (Chile, un hogar para todos, nº 81).
Esta es nuestra invitación y la hacemos ?repito? desde nuestra condición de ciudadanos de Chile y de pastores de nuestra querida Iglesia católica.
Nuestra invitación no es sólo a los que formamos parte del Pueblo de Dios, sino a toda mujer y a todo hombre de buena voluntad. A todos, incluyéndonos, pedimos fijar la mirada en la condición y dignidad de nuestra condición de personas, a vivir relacionados con un universo de personas entre las que no somos «extranjeros» o «competidores», sino «colaboradores» para construir una sociedad en beneficio de todos, particularmente los postergados.
Nuestra invitación como pastores es a mirar a Jesús para encontrar la sabiduría y la fortaleza que nos permitan relaciones siempre filiales con Dios y fraternas con los demás. Esta tradición tan nuestra, incluso con los extranjeros («Y verás como quieren en Chile al amigo cuando es extranjero»), es la vocación de nuestra patria, pues «el alma de Chile» tiene rostro de respeto, justicia, solidaridad, misericordia y paz.
Finalmente, deseo indicar que la fecha en que firmamos esta Carta y la fecha en que la damos a conocer son muy significativas para nosotros.
La Carta la hemos firmado el 4 de octubre, memoria litúrgica de San Francisco de Asís, diácono. En su despojo y abandono ante el Señor para servir a los más pobres y cuidar a todas las creaturas, encontramos un ejemplo a seguir y un camino inspirador para el horizonte de Chile.
Y la damos a conocer hoy, 31 de octubre, al cumplirse 60 años desde que el Papa Pío XII aprobó la existencia de la Conferencia Episcopal de Chile. Agrademos al Señor por este regalo de la comunión y sinodalidad que nos ha permitido a los pastores de la Iglesia en Chile discernir juntos los mejores aportes a la patria que amamos.
A todos los laicos, laicas y consagrados que nos aportaron sus intuiciones para preparar esta Carta Pastoral, nuestra inmensa gratitud.
A las comunidades que hoy la reciben, les invitamos a reflexionar en profundidad sobre estos desafíos. Que este camino nos ayude a ser una Iglesia más fiel a Jesús, el Señor.
¡Muchas gracias!
+ Santiago Silva Retamales
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
Casa Central de la PUC, Santiago 31 de octubre de 2017.
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