Diciembre 21, 2024

“Este es el Concilio Vaticano III”

 “Este es el Concilio Vaticano III”
Con esta broma inicial recibió el Papa Francisco a los 114 obispos nombrados a lo largo del último año en el mundo. 
Posteriormente, trazó con claridad los rasgos del obispo en la Iglesia de nuestros días.

 

El Papa, recientemente, recibió en audiencia a los 114 obispos nombrados a lo largo de 2017. Y les ha trazado con claridad y precisión cuales deben ser los perfiles del Buen Obispo:

  • Ojo con la tentación de la “inmovilidad”“siempre se ha hecho así” y “tomemos tiempo”.
  • “Las mismas soluciones no son válidas en todas partes”.
  • No “resignarse a la repetición del pasado”.
  • “Tener la valentía de preguntarse si las propuestas de ayer todavía son evangélicamente válidas”.
  • «No se dejen aprisionar por la nostalgia de poder tener una sola respuesta que aplicar a todos los casos. Esto tal vez calmaría nuestra ansia de prestación, pero dejaría relegadas a los márgenes y “áridas” las vidas que necesitan ser regadas por la gracia que custodiamos».
  • «vivir el propio discernimiento de pastor como miembro del pueblo de Dios, en una dinámica siempre eclesial, al servicio de la “koinonía”». El obispo, de hecho, «no es el “padre-patrón”». Y su «misión» no consiste en «aportar ideas y proyectos propios, ni soluciones abstractamente pensadas por quienes consideran a la Iglesia un huerto de su casa», sino ofrecer «humildemente, sin protagonismos o narcisismos», el propio testimonio concreto de «unión con Dios, sirviendo el Evangelio que debe ser cultivado y ayudado a que crezca en esa situación específica».
  • «delicadeza especial con la cultura y la religiosidad del pueblo», que «no son algo que hay que tolerar, o meros instrumentos que manejar», ni mucho menos «una “cenicienta” que siempre hay que mantener oculta porque es indigna de acceder al salón noble de los conciertos y de las razones superiores de la fe».
  •  «humildad y obediencia». «Humildad con respecto a los propios proyectos», explicó Bergoglio; «obediencia con respecto al Evangelio, criterio último; al Magisterio, que lo custodia; a las normas de la Iglesia universal, que lo sirven; y a la situación concreta de las personas, para las cuales no se quiere nada más que sacar del tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de su salvación».
  • «gritando la necesidad de ser ayudado para afrontar las dramáticas cuestiones que lo asaltan, ser paternalmente guiado en el recorrido nada obvio de su desafío, ser iniciado en el misterio de la propia búsqueda de vida y de felicidad».
  • Pero «solamente quien es guiado por Dios tiene título y autoridad para ser propuesto como guía para los otros», afirmó el Pontífice. «Puede amaestrar y hacer crecer en el discernimiento solamente quien tiene confianza con este maestro interior que, como una brújula, ofrece los criterios para distinguir, para sí y para los otros, los tiempos de Dios y de su gracia».
  • «el discernimiento del obispo siempre es una acción comunitaria que no prescinde de la riqueza de la opinión de sus presbíteros y diáconos, del pueblo de Dios y de todos los que puedan ofrecerle una contribución útil, incluso mediante aportes concretos y no meramente formales»: Como decía Doroteo de Gaza, «cuando no se tiene en cuenta al hermano y nos consideramos superiores, acabamos por enorgullecerse incluso contra Dios mismo». 
  • instaurar un «diálogo sereno», sin el «miedo de compartir, y a veces modificar, el propio discernimiento con los demás». Con los hermanos en el episcopado, a los cuales el obispo está unido «sacramentalmente»; con los propios sacerdotes, de los cuales «es garante de esa unidad que no se impone con la fuerza, sino que se entreteje con la paciencia y la sabiduría de un artesano»; con los fieles laicos, porque «ellos conservan el “olfato” de la verdadera infalibilidad de la fe que reside en la Iglesia».
  •  invitó a todos a «cultivar una actitud de escucha, creciendo en la libertad de renunciar al propio punto de vista (cuando se revela parcial e insuficiente), para asumir el de Dios». Y también a no «dejarse condicionar por ojos ajenos», sino más bien comprometerse «para conocer con ojos propios los lugares y a las personas, la “tradición” espiritual y cultural de la diócesis que les han encomendado».
  • «Acuérdense —dijo el Papa Francisco— de que Dios ya estaba presente en sus diócesis cuando ustedes llegaron y seguirá estando cuando ustedes se hayan ido. Y, al final, todos seremos medidos no con respecto a la contabilidad de nuestras obras, sino con el crecimiento de la obra de Dios en el corazón del rebaño que custodiamos en nombre del “Pastor y custodio de nuestras almas”».
  • El Pontífice concluyó exhortando a los obispos recién nombrados a «crecer en un discernimiento encarnado e incluyente», porque «la actividad de discernir no está reservada a los sabios, a los perspicaces y a los perfectos», sino que debe ponerse en diálogo «con el conocimiento de los fieles» pues «debe ser formada y no sustituida», «en un proceso de acompañamiento paciente y valiente». Trasmitir la «verdad de Dios» a los fieles no es proclamar obviedades, sino introducir «a la experiencia de Dios que salva sosteniendo y guiando los pasos posibles que hay que dar», explicó el Papa.
  • El objetivo es hacer que madure «la capacidad de cada uno: fieles, familias, presbíteros, comunidades y sociedades»: todos están «llamados a progresar en la libertad de elegir y realizar el bien que Dios quiere», afirmó Bergoglio, en un proceso«siempre abierto y necesario, que puede ser completado y enriquecido» y que «no se reduce a la repetición de fórmulas que “como las nubes altas que mandan poca lluvia” al hombre concreto, que a menudo está inmerso en una realidad irreducible a lo blanco o negro».
  • Una vez más, el obispo de Roma pidió a los pastores que penetren «en los pliegues de lo real y tener en cuenta sus matices para hacer que surja todo lo que Dios quiere realizar en cada momento». Hay que «educarse a la paciencia de Dios y a sus tiempos, que nunca son los nuestros», recomendó. «A nosotros nos espera, cotidianamente, acoger de Dios la esperanza que nos salva de cualquier abstracción, porque nos permite descubrir la gracia oculta en el presente sin perder de vista» su «plan de amor». Plan que es mucho más grande que nosotros. 
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