Noviembre 24, 2024

Reflexiones Prófeticas de un Cardenal sabio y bueno

 Reflexiones Prófeticas de un Cardenal sabio y bueno

El 8 de agosto, el jesuita austríaco Georg Sporschill entrevistó al cardenal Carlo María Martini, acompañado por Federica Radice, italiana residente en Viena que además hizo de traductora. Ellos explicaron que el cardenal estaba muy a gusto con el diálogo, como un epílogo del difundido coloquio en Jerusalén. Martini revisó la entrevista, que sus interlocutores publicarían como “testamento espiritual”. El hecho sobrevino el 31 de agosto, cuando falleció Martini. Al día siguiente se decidió su publicación en el Corriere della Sera, provocando reacciones por su contenido y el pretendido carácter de testamento. A cinco años de su Pascua de nuevo y con alegría lo publicamos con un Recuerdo del Obispo italiano, don Bruno Forte.

– ¿Cómo ve la situación de la Iglesia?

La Iglesia está cansada, en la Europa del bienestar y en América. Nuestra cultura ha envejecido, nuestras iglesias son grandes, nuestras casas religiosas están vacías, el aparato burocrático aumenta, nuestros ritos y hábitos son pomposos. (…) El bienestar pesa. (…) Sé que no podemos dejar todo con facilidad. Pero por lo menos podríamos buscar hombres libres, más cercanos al prójimo, como lo fueron el obispo Romero y los mártires jesuitas de El Salvador. ¿Dónde están entre nosotros los héroes en los que inspirarnos? Por ninguna razón debemos limitarnos a los vínculos de la institución.

– ¿Quién puede ayudar a la Iglesia hoy?

Karl Rahner utilizaba con gusto la imagen de las brasas que se esconden debajo de la ceniza. En la Iglesia veo tanta ceniza sobre las brasas que a menudo me surge un sentido de impotencia. ¿Cómo se pueden liberar las brasas de la ceniza, de modo que se fortalezca la llama del amor? Antes que nada debemos buscar estas brasas. ¿Dónde están las personas llenas de generosidad como el buen samaritano, que tienen fe como el centurión romano o son entusiastas como Juan Bautista, que emprenden lo nuevo como Pablo o son fieles como María Magdalena? Aconsejo al Papa y los obispos que busquen a doce personas fuera de lo común para los puestos de dirección. Hombres cercanos a los más pobres, rodeados de jóvenes, que experimenten cosas nuevas. (…)

– ¿Qué instrumentos aconseja utilizar para combatir el cansancio de la Iglesia?

Tres instrumentos muy fuertes. El primero, la conversión: la Iglesia debe reconocer los propios errores y recorrer un camino radical de cambio, empezando por el Papa y los obispos. Los escándalos de pedofilia nos empujan a iniciar un camino de conversión. Las preguntas sobre sexualidad y los temas que implican al cuerpo, son un ejemplo. Son importantes y a veces demasiado importantes. Tenemos que preguntarnos si la gente escucha los consejos de la Iglesia en materia sexual; si en este campo es autoridad de referencia o una caricatura en los medios de comunicación. El segundo instrumento es la Palabra de Dios. El Concilio Vaticano II ha devuelto la Biblia a los católicos. (…) Sólo quien percibe en su corazón esta Palabra puede formar parte de aquellos que ayudarán a la renovación de la Iglesia y sabrán responder a las preguntas personales con una elección justa. La Palabra de Dios es simple y busca como compañero un corazón que la escuche (…). Ni el clero ni el derecho eclesial pueden sustituir la interioridad del hombre. Las reglas externas, las leyes, los dogmas nos han sido dados para aclarar la voz interna y para el discernimiento de los espíritus. ¿Para quiénes son los sacramentos? Éstos son el tercer instrumento de curación. Los sacramentos no son instrumento para la disciplina, sino de ayuda para las debilidades de la vida. ¿Llevamos los sacramentos a los hombres que necesitan una fuerza nueva? Pienso en los divorciados y las parejas vueltas a casar, las familias ampliadas: necesitan protección especial. La Iglesia sostiene la indisolubilidad del matrimonio. Es una gracia cuando un matrimonio y una familia lo consiguen (…). La actitud que tenemos hacia las familias ampliadas determinará el acercamiento a la Iglesia de la generación de los hijos. Una mujer ha sido abandonada por el marido y encuentra un nuevo compañero que se ocupa de ella y de sus tres hijos. El segundo amor lo consigue. Si esta familia es discriminada, no sólo se aparta a la madre, sino también a sus hijos. Si los padres se sienten fuera de la Iglesia o no sienten su apoyo, la Iglesia perderá a la generación futura. (…). Se debería dar vuelta la pregunta sobre si los divorciados pueden tomar la comunión. ¿Cómo puede la Iglesia ayudar con la fuerza de los sacramentos a quienes tienen situaciones familiares complejas?

– Usted, personalmente, ¿qué hace?

La Iglesia quedó 200 años atrás. ¿Es posible que no se mueva? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de coraje? (…) La fe es el fundamento de la Iglesia. La fe, la confianza, el coraje. Soy viejo y estoy enfermo; dependo de la ayuda de otros. Las personas bondadosas que me rodean me hacen sentir el amor. Amor más fuerte que el sentimiento de desconfianza que de vez en cuando percibo respecto de la Iglesia en Europa. Sólo el amor vence al cansancio. Dios es amor. Tengo aún una pregunta para ti: ¿qué puedes hacer tú por la Iglesia?

 

Recuerdo de Bruno Forte; Teólogo y obispo italiano.

 La fuerza de la libertad

Tuve la gracia de conocer al cardenal Martini y compartir con él innumerables diálogos y experiencias de fe. ¿Qué me dejaron esos años de amistad, nacida de su generosidad y confianza? Corría el año 1984 cuando fui invitado a hablar a la Iglesia de Milán en asamblea. Las palabras que me dirigió el cardenal, al regresar en auto al Arzobispado, me llenaron de entusiasmo e impulsaron a avanzar por el camino de la reflexión teológica, al servicio de la Iglesia y de la comunidad de los hombres.

Durante el encuentro de la Iglesia italiana en Loreto (1985), cuando el cardenal Ballestrero que presidía la Conferencia Episcopal Italiana y el cardenal Martini que conducía la reunión, me invitaron a dictar la relación de apertura, hubo momentos de tensión y dificultad que me llevaron a un prolongado diálogo con el Señor, a rezar hasta muy tarde esa noche.

A la mañana siguiente entregué al cardenal Martini el fruto de mis reflexiones. Su comentario me transmitió una inmensa alegría: “Cómo me alegra la libertad interior que Dios te ha dado”. Fue la primera enseñanza que creo haber aprendido de él: la confirmación de una opción de fondo que sentía fundamental para mi ser cristiano y sacerdotal. Es decir, tratar de complacer sólo a Dios.

Esa libertad se presentaba tan luminosa en Martini que muchas veces la utilicé para dialogar con él, hablándole con franqueza, incluso cuando nuestras ideas no coincidían. Siempre me impresionó la humildad de su escucha y la serenidad con la que exponía sus posiciones, evaluando argumentos.

Siempre atento a asumir las razones del otro, generoso en la interpretación más benévola de las posiciones que diferían de las suyas. Hombre de verdadero diálogo (sin ninguna exclusión: desde los no creyentes hasta los hermanos en la fe, desde el muy amado pueblo de Israel hasta el diálogo ecuménico, interreligioso), promotor de corresponsabilidad y participación con todos, respetuoso de la dignidad de cada uno, independientemente de sus ideas y opciones de vida personales.

Su escucha del otro nacía de la escucha profunda y enamorada de la Palabra de Dios. La otra gran enseñanza que recibí de él. Un amor apasionado por la Sagrada Escritura, fiel, siempre en la búsqueda.

Capaz de nutrirse frente a la permanente sorpresa de un Dios que habla.

Yo amaba la Palabra, en particular por la enseñanza de mi padre en la fe, el cardenal Corrado Ursi, arzobispo de Nápoles, que me ordenó sacerdote en 1973. Él me había educado a nutrirme de la Palabra.

Del cardenal Martini recibí el estímulo para hacer de la Escritura un viático cotidiano y frecuentarlo con los instrumentos disponibles para entenderla mejor. Sobre todo con una lectio que fuera cada vez más meditación, diálogo con Dios y acción contemplativa.

En este don, experimentado personalmente, percibo la causa más profunda de su vida de biblista y pastor. Martini trató de enseñar esta riqueza al pueblo de Dios y habló también a la Iglesia universal.

Libertad interior, escucha del otro, escucha de Dios. Tres elementos que advertí presentes y fundidos de manera ejemplar en él. Traté de aprender esta lección como pude, con los límites de mi persona y de mis capacidades. El Señor fue bueno al darme preciosas ayudas: entre otras, la invalorable amistad de Martini. Mi agradecimiento es inmenso y estoy convencido de que todo creyente consciente y honesto no podrá menos que compartirlo, tal como lo compartía el muy querido Juan Pablo II, que quiso nombrarlo explícitamente en sus recuerdos autobiográficos.

Ahora que este gran Padre de la Iglesia de nuestro tiempo entró en la luz y la belleza de la vida sin fin en Dios, el Señor sabrá recompensarlo en la eternidad.

Quedará en el recuerdo admirado y agradecido de innumerables personas que no tuvieron el don de creer. Estará presente en mi oración como en la de muchos creyentes. Pido que me recuerde, que recuerde a la Iglesia que tanto amó, para que todos en ella –especialmente quienes tenemos responsabilidades frente a los demás– podamos actuar siempre y solamente ad majorem Dei gloriam,como expresara san Ignacio, maestro y padre del jesuita Martini. Que podamos actuar para la mayor gloria de Dios, que es el hombre viviente, en el tiempo y en el día sin final de la eternidad, donde ahora vive Carlo, maestro de vida y de fe.

www.reflexionyliberacion.cl

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