Diciembre 22, 2024

Cardenal Parolin y el realismo del “Sensus fidei”

 Cardenal Parolin y el realismo del “Sensus fidei”

El Cardenal Pietro Parolin vuela a Rusia, y los encuentros en programa con Vladimir Putin, con Sergej Lavrov y con el Patriarca Kirill transforman su viaje de cuatro días en una ocasión preciosa para apreciar los criterios que sigue la Santa Sede en las relaciones con las demás Iglesias y con los poderes del mundo, en el momento actual de la historia. 

Antes de Parolin, el único Secretario de Estado vaticano que fue enviado a Moscú fue Agostino Casaroli, cuando en junio de 1988 dirigió la delegación vaticana de alto nivel que participó en las celebraciones por el primer milenio del bautismo y de la conversión de la Rus de Kiev, y se reunió con el entonces presidente de la URSS Mikhail Gorbachov. La referencia al “casarolismo” y el enfoque vaticano inspirado en Casaroli en los años sesenta y setenta hacia los países del bloque soviético es propuesto nuevamente como “cifra” para interpretar y delimitar los contenidos explícitos e implícitos del viaje ruso de Parolin y, en general, las mismas líneas de fondo que sigue la actual Secretaría de Estado vaticana. Un enfoque que puede revelarse apropiado e iluminador solamente si no se cae en las operaciones ideológicas mediático-clericales fomentadas en los últimos años alrededor de la figura y de la obra de “don Agostino”, el primer Secretario de Estado de san Juan Pablo II.

Disinformatjia “Teocon”  

La memoria del cardenal Agostino Casaroli (1914-1998) ha sufrido en los últimos años ataques por parte de brigadas de difamadores. Figurines de “talk show” clericales lo han catalogado como un «colaboracionista» de los regímenes comunistas. Detractores en sotana o incluso con birreta cardenalicia lo han señalado como el antepasado de una diplomacia vaticana denigrada por ellos mismos como una burocracia enclenque y política, siempre lista para enorgullecerse de los propias negociaciones con los poderes del mundo. La denigración de Casaroli y del llamado “casarolismo” se ha convertido en un ingrediente que no puede faltar en las interpretaciones político-ideológicas del Pontificado wojtyliano elaboradas por los círculos neoconservadores de los Estados Unidos y propuestas en diferentes formas y mediante diversos instrumentos como «interpretación oficial» de esa larga etapa eclesial. Un mecanismo de manipulación sistemática, que, gracias a la insistencia de la red de afiliados, trató de imponer el simulacro paródico y un poco esquizofrénico del Casaroli “buenista” pero al mismo tiempo “cínico”, cultor casi fanático del poder salvífico de las negociaciones diplomáticas, e incluso comprometido en afirmar desde el Vaticano el orden del mundo que surgió de la Conferencia de Yalta.

El realismo del “Sensus fidei”  

Afortunadamente, estudios serios y documentos (como los del profesor Roberto Morozzo della Rocca, que confluyeron en la biografía de Casaroli, titulada Entre Este y Oeste) han demostrado la fuente de espiritualidad evangélica que tenía “don Agostino” incluso en su manera para relacionarse con los poderes del mundo. Delinearon el perfil de un cristiano que ante las dificultades de su trabajo, cuando debía afrontar situaciones aparentemente insolubles, mendigaba el milagro con las palabras que los fieles dirigen a San Antonio de Padua: «Si buscas milagros, la muerte y el error, la calamidad y el demonio han sido puestos en fuga, los enfermos sanan».

Casaroli era un hombre de fe. Y la fe le ayudaba a no olvidarse nunca de la naturaleza propia de la Iglesia, que le permite vivir incluso en condiciones adversas gracias a la gracia, y no en virtud de garantías adquiridas de destreza política. La fe apostólica sugería también la lucidez y el realismo con el que Casaroli veía los contextos políticos y las condiciones dadas, siguiendo el criterio de ayudar a custodiar “in primis” lo que es esencial para la vida de la Iglesia (la gracia de los sacramentos y la sucesión apostólica de los obispos, en comunión con el Obispo de Roma) incluso en contextos sociales y políticos hostiles. Una mirada que se movía siguiendo las huellas de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos cristianos, que tomaban nota de la autoridad de los poderes del mundo incluso cuando los emperadores y sus aparatos maltrataban y perseguían a los cristianos.

Diplomáticos y sacerdotes  

En 2009, cuando el entonces subsecretario vaticano para las Relaciones con los Estados, Pietro Parolin, dejó Roma para convertirse en Nuncio en Caracas, anónimos comentadores en periódicos de derechas presentaron este traslado como una consecuencia de la presunta filiación de Parolin en la “corriente casaroliana”: maniobras instrumentales que pusieron en marcha algunos lustrabotas clericales para ensombrecer la figura de un funcionario leal y competente, apreciado incluso por superiores de diferentes sensibilidades y orientaciones.

Precisamente el “modus operandi” de Parolin, también en su actual papel de Secretario de Estado, demuestra que hay que dejar en el pasado las falsas dialécticas que en los últimos años trataron de contraponer, obstinadamente, la diplomacia y la proclamación de la fe, el realismo que dialoga y la defensa de la identidad y de los valores cristianos. Para Parolin, así como antes para Casaroli, el servicio ofrecido a la Santa Sede siempre fue una manera para ejercer la propia espiritualidad sacerdotal. Y toda la historia de la Iglesia sugiere que precisamente la fe evangélica puede ayudar a que se ejerzan la inteligencia y la prudencia de manera más clarividente frente a las dinámicas reales del mundo y del poder.

La disponibilidad para tratar a las autoridades políticas sin encerrarse en ningún frente pre-constituido es una característica natural en una “diplomacia eclesial”, que no tiene intereses nacionales propios que defender. Una apertura humilde que permite que los diplomáticos del Papa encuentren senderos para dialogar con todos: con los poderes que se adjudican nuevas sacralidades (como, en cierto sentido, el caso del mismo Putin) y con los líderes de la Europa post-cristiana; con el magnate presidente Trump y con los Ayatolás iraníes; con los líderes chinos, ateos por estatuto, y con los “impresentables” del mundo árabe. Poderes que en gran parte no han tenido, o ya no tienen, ninguna relación con matrices o rasgos “genéticos” cristianos.

El Papa Francisco, Wyszynski y “don Agostino”  

La sintonía entre el Papa Francisco y su Secretario de Estado radica, efectivamente, en esta mirada común sobre lo que sucede en el mundo (y lo que sucede con la Iglesia en el mundo), siguiendo los criterios sugeridos por la fe y sin caer en presunciones de protagonismo geolpolítico. De esa misma afinidad nació el aprecio que el Papa Francisco ha expresado en varias ocasiones por la figura del cardenal Casaroli. «La gran diplomacia que tantos frutos ha dado a la Iglesia se alimenta con la caridad, con la penitencia», dijo en 2008 el entonces cardenal Bergoglio en una homilía, hablando precisamente de Casaroli. Un afecto compartido en su momento por el cardenal Stefan Wyszynski, Primado de la Iglesia en Polonia y hombre-símbolo del catolicismo polaco, a quien los comunistas encarcelaron de 1953 a 1956, y que normalmente es acreditado como un adversario tenaz de la llamada “Ostpolitik” vaticana atribuida a Casaroli. En realidad, en los diarios de Wyszynski (publicados póstumamente en 2008 por el historiador Peter Raina y analizados por Morozzo) muchos pasajes demuestran que el mismo Primado polaco favoreció el nombramiento de Casaroli como Secretario de Estado de Juan Pablo II. «Mons. Casaroli», escribió el entonces arzobispo de Varsovia el 20 de octubre de 1978, a cuatro días de la elección del Papa polaco, «es una persona a la que se le puede pedir, porque es un hombre de oración y de fe viva, sincera dedicación a la Iglesia».

Wyszynski no pensaba como Casaroli. Pero en ambos prevalecía un compartido “sensus Ecclesiae” capaz de relativizar e incluso dar valor a las diferentes opiniones y sensibilidades eclesiales. También Wyszynski reconocía que la “cifra” más íntima de Casaroli era su espiritualidad de sacerdote, y, por lo tanto, su fidelidad al Papa y a la fe confesada por la Iglesia. Un horizonte común, que hoy, a veces, parece haberse eclipsado entre los hombres de Iglesia, dejando espacio a las guerras tragicómicas de los grupitos mediático-clericales. 

Gianni Valente  –  R O M A

Vatican Insider  –  Reflexión y Liberación

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