Noviembre 24, 2024

La restauración del Diaconado femenino

 La restauración del Diaconado femenino

Una Comisión de Estudio

El 12 de mayo de 2016, durante una audiencia con 900 religiosas reunidas para la asamblea trienal de la Unión Internacional de Superioras Generales, una de las religiosas preguntó al Papa:

“En la Iglesia existe el ministerio del diaconado permanente, pero sólo está abierto a varones casados y no-casados. ¿Qué impide que la Iglesia incluya mujeres entre los diáconos permanentes, como sucedía en la iglesia antigua? ¿Por qué no se crea una comisión oficial que estudie la cuestión?”.

El Papa Francisco contestó que había consultado el tema tiempo atrás con un “buen y sabio profesor”, que le había dicho que no estaba claro cuál era el rol histórico de las diaconisas y, sobre todo, “si tenían ordenación o no”. “¿Poner en marcha una comisión para estudiar la cuestión?” –Se preguntó en voz alta– “Creo que sí. Le haría bien a la Iglesia aclarar este punto. Estoy de acuerdo, voy a hablar para hacer esto. Acepto la propuesta”.

Dicho y hecho. El dos de agosto se creó la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino, formado por seis hombres y seis mujeres; entre ellos, dos españoles: Nuria Calduch, barcelonesa, profesora de Teología Bíblica en la Universidad Gregoriana de Roma y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica; y Santiago Madrigal, riojano, profesor de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.

Los doce miembros están presididos por el arzobispo Luis Ladaria, también español, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las labores de la Comisión empezaron en septiembre de 2016.

Diaconisas en el Nuevo Testamento

Al final de la Carta a los Romanos, San Pablo presenta a la comunidad cristiana de Roma a Febe, persona de confianza del Apóstol:

“Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diácono (diákonos) de la iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor, como corresponde a creyentes, y ayudadla en lo que necesite de vosotros, pues también ella ha sido benefactora de muchos, entre ellos de mí mismo” (16,1-2).

Cencreas era una localidad cercana a Corinto, en Grecia; Febe era diácono de la comunidad cristiana de esta ciudad. Se dice también que era ‘benefactora’ (prostátis), un título que da a entender que ayudaba con sus bienes a la Iglesia. Era, pues, una mujer con recursos económicos que se había puesto al servicio de la misión, probablemente ofreciendo también su casa para la celebración de la eucaristía (recordemos que en este momento la Iglesia no tiene templos, la comunidad se reúne en casas privadas). Febe fue la portadora de la Carta a los Romanos, la más importante epístola de San Pablo.

Existe otro texto en el Nuevo Testamento en el que se podría estar hablando de mujeres diáconos:

De la misma manera, los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado. Que las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en todo (1 Timoteo 3,8-11).

¿Son estas “mujeres” esposas de los diáconos varones o diaconisas? Algunos padres de la Iglesia, como san Clemente de Alejandría o san Juan Crisóstomo, interpretaron este texto en el sentido de ‘diaconisas’, pero ambas lecturas son posibles.

Diaconisas en los siglos II y III

El primer informe sobre el cristianismo escrito por un no-cristiano es la carta al emperador Trajano de Plinio el Joven, entonces gobernador de la provincia de Bitinia, en la orilla Sur del Mar Negro (año 112). En ella, Plinio menciona que para su pesquisa, torturó a dos cristianas, ambas esclavas, que eran diaconisas.

Se han conservado otros testimonios sobre la actividad de las diaconisas durante estos siglos de persecución. Uno de los textos más impresionantes se encuentra en Didascalia Apostolorum, un libro del siglo III que estuvo perdido durante mucho tiempo hasta que fue redescubierto en el siglo XIX. Encontramos allí estas instrucciones para los obispos:

Por tanto, obispo, designa tres operarios de justicia como asistentes que colaboren contigo en la salvación. Aquellos que te plazcan de entre todos, debes elegir y nombrar diáconos: un hombre para la realización de la mayoría de las cosas necesarias, pero una mujer para el servicio de las mujeres. Pues hay casas a las que tú no puedes ir, ni puedes enviar un diácono a sus mujeres, debido a los paganos, pero puedes enviar una diaconisa. También porque en muchas otras materias se necesita el oficio de una mujer diácono. En primer lugar, cuando las mujeres bajan al agua [para ser bautizadas], deben ser ungidas por una diaconisa con el óleo de la unción; […] pues no es adecuado que las mujeres sean vistas por hombres […]. Que sea un hombre quien pronuncie la invocación de los divinos nombres sobre el agua y cuando la que está siendo bautizada salga del agua, que la diaconisa la reciba, la enseñe e instruya sobre cómo mantener intacto el sello del bautismo en pureza y santidad. Por esta causa decimos que el ministerio de la diaconisa es especialmente necesaria e importante. Pues nuestro Señor y Salvador también fue servido [en griego, diakonein] por mujeres ministras, María Magdalena, y María la hija de Santiago y madre de José, y la madre de los hijos de Zebedeo, junto con otras mujeres. Y tú también tienes necesidad del ministerio de una diaconisa para muchas cosas; pues se necesita una diaconisa para ir a las casas de los paganos en las que haya mujeres creyentes y visitar a las que están enfermas y servirlas en lo que sea necesario y bañar a las que han empezado a recobrarse de la enfermedad (Capítulo XVI).

Este texto permite hacernos una idea de la figura de la diaconisa en la iglesia de las catacumbas. Era peligroso o imposible para un hombre entrar en ciertas casas para hablar con sus mujeres, pero las diaconisas podían penetrar más fácilmente en estos espacios domésticos para atender pastoralmente a las mujeres y niños de una familia en la que un hombre no-cristiano ejercía su autoridad.

Otra situación que requería el ministerio del diaconado femenino era la administración del bautismo. Durante los primeros siglos, este sacramento se administraba siempre por inmersión y tanto hombres como mujeres se introducían desnudos al agua. El pudor exigía que las mujeres fueran bautizadas por mujeres y no por hombres; las diaconisas ejercían este ministerio litúrgico, pero también se encargaban de instruir a las bautizadas en la vida cristiana. Otra función importante era la atención a las enfermas, que podría haber incluido la unción.

Diaconisas en Oriente y Occidente en los siglos posteriores

El final de las persecuciones –con la promulgación del Edicto de Milán en el año 313– no supuso el final del diaconado femenino, como atestigua este canon del Concilio de Calcedonia, celebrado en el año 451: “una mujer no debe recibir la imposición de manos como diaconisa antes de los cuarenta años de edad, y entonces sólo tras severo examen”.

Una importante fuente de información sobre las diaconisas de este período son las inscripciones funerarias. Se han descubierto numerosas tumbas con lápidas que dejan claro que la mujer enterrada en ella es una diaconisa. Sirva como ejemplo este texto, que pertenece a un sepulcro encontrado en Capadocia (Turquía) y procede del siglo VI:

“Aquí yace la diaconisa María, de pía y bendita memoria, que siguiendo las palabras del apóstol, educó niños, acogió huéspedes, lavó los pies de los santos y compartió su pan con los necesitados. Recuérdala, Señor, cuando vengas en tu Reino”.

Concilios locales celebrados en Occidente a inicios de la Edad Media empiezan a dar cuenta del malestar del clero masculino con las diaconisas y algunos decretan su supresión. El diaconado de las mujeres fue interrumpido en Occidente en el siglo V. En Oriente, subsistió hasta el siglo XII o XIII. Aun hoy, se siguen celebrando en Iglesia Ortodoxa las fiestas de varias santas diaconisas, como Melania, Olimpia, Xenia, Radegunda, Platonia, etc.

¿Estaban ordenadas las diaconisas?

Existe una amplísima documentación sobre las diaconisas durante los primeros siglos de la Iglesia. Nadie puede, en buena fe, cuestionar que existieron; la duda está –como mencionó el Papa Francisco– en si estaban ordenadas, si realizaban todas las competencias del diaconado masculino y si se las consideraba miembros del clero al igual que los diáconos varones. Esta es una cuestión complicada, porque durante los primeros siglos, la teología sacramental no estaba aun totalmente desarrollada y la cuestión de la ordenación no se planteaba con la precisión que se ganó en siglos posteriores.

Existe un texto en el que se habla de la ordenación de mujeres diaconisas mediante la imposición de manos, invocación del Espíritu Santo y celebración solemne presidida por el obispo en presencia del presbiterio, elementos propios del sacramento del Orden: las Constituciones Apostólicas. Las Constituciones Apostólicas es un libro, compuesto probablemente en Siria, que transmite supuestas instrucciones de los doce apóstoles. Estas enseñanzas en realidad no proceden de los apóstoles, sino que reflejan prácticas eclesiásticas de la época en la que se compuso el libro, el siglo IV. En él, podemos leer: “Acerca de las diaconisas Bartolomé ordena: Obispo, imponle las manos, estén presentes contigo el presbiterio, los diáconos y las diaconisas, y di: ‘Dios eterno, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Creador del hombre y de la mujer, que llenaste de espíritu a Miriam, a Débora, a Ana, y a Juldá, que no has considerado una indignidad que tu Hijo unigénito naciera de una mujer, que en la Tienda del Testimonio y en el Templo ordenaste guardianas de tus santas puertas, ahora también dirige tu mirada sobre esta sierva propuesta para el diaconado, dale el Espíritu Santo, purifícala de toda mancha de la carne y del espíritu, para que realice con dignidad la obra que le es confiada para gloria tuya y alabanza de Cristo. Por medio de Él, a ti gloria y adoración en el Espíritu Santo por los siglos. Amén’” (VIII, 19-20).

Los más críticos con la ordenación diaconal de las mujeres afirman que no hay pruebas irrefutables, que demuestren más allá de toda duda que las diaconisas de la Iglesia Antigua estaban ordenadas en el sentido sacramental. Phyllis Zagano, profesora de la Universidad Hofstra (Nueva York), una mujer que ha dedicado su vida a investigar sobre el diaconado femenino y que ha sido elegida miembro de la Comisión de Estudio convocada por el Papa, ha escrito que: “Existen argumentos más fuertes de la Escritura, historia, tradición y teología de que las mujeres pueden ser ordenadas diáconos de que las mujeres no pueden ser ordenadas diáconos”. Esta autora defiende la tesis de que “La restauración del diaconado femenino es necesaria para la continuidad de la vida apostólica y el ministerio de la Iglesia Católica Romana”.

La restauración del diaconado permanente

Desde principios del siglo II, la Iglesia se ha organizado con una triple jerarquía. Cada diócesis es regida por un único obispo, asistido por presbíteros y diáconos. La función del diácono es ayudar al obispo, especialmente en los servicios caritativos de la comunidad (diákonos en griego quiere decir servidor), pero también en otras funciones tanto litúrgicas como formativas.

Al comienzo de la Edad Media, el diaconado permanente –tanto masculino como femenino– fue suprimido en Occidente; sólo quedó el diaconado temporal como paso previo a la ordenación presbiteral (reservado por tanto sólo a los varones). El Concilio Vaticano II recomendó la restauración del diaconado permanente:

“… se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Corresponde a las distintas Conferencias territoriales de Obispos, de acuerdo con el mismo Sumo Pontífice, decidir si se cree oportuno y en dónde el establecer estos diáconos para la atención de los fieles. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato” (Lumen Gentium, 29).

Siguiendo este mandato, el papa Pablo VI restauró en 1967 el diaconado permanente mediante la Carta Apostólica Sacrum diaconatus ordinem12. La cuestión que se plantea hoy es si esta restauración del diaconado permanente puede ampliarse para incluir a las mujeres –casadas o célibes–.

El documento de la Comisión Teológica Internacional, El diaconado: evolución y perspectivas –publicado en el año 2002–, es el documento oficial más amplio dedicado al estudio del diaconado femenino hasta la fecha y su lectura resulta imprescindible para cualquier persona interesada en este tema13. Después de larga consideración, tanto de datos históricos como de argumentos teológicos, concluye así:

En lo que respecta a la ordenación de mujeres para el diaconado, conviene notar que emergen dos indicaciones importantes de lo que ha sido expuesto hasta aquí: 1) las diaconisas de las que se hace mención en la Tradición de la Iglesia antigua –según lo que sugieren el rito de institución y las funciones ejercidas– no son pura y simplemente asimilables a los diáconos; 2) la unidad del sacramento del Orden, en la distinción clara entre los ministerios del obispo y de los presbíteros, por una parte, y el ministerio diaconal, por otra, está fuertemente subrayada por la Tradición eclesial, sobre todo en la doctrina del concilio Vaticano II y en la enseñanza posconciliar del Magisterio. A la luz de estos elementos puestos en evidencia por la investigación histórico-teológica presente, corresponderá al ministerio de discernimiento que el Señor ha establecido en su Iglesia pronunciarse con autoridad sobre la cuestión.

La cuestión de la ordenación de las mujeres, dictaminaba la Comisión Teológica Internacional hace quince años, está a la espera de un pronunciamiento del Magisterio de la Iglesia.

En 2009, el papa Benedicto XVI modificó el derecho canónico para aclarar la diferencia entre diáconos y presbíteros. Sólo estos últimos pueden considerarse sacerdotes que actúan “en la persona de Cristo” (in persona Christi). Esta distinción despeja un importante obstáculo a la ordenación diaconal de las mujeres: una razón que se esgrime en contra de la ordenación sacerdotal de la mujer es que el presbítero y el obispo, por el hecho de actuar in persona Christi, deben ser varones para mejor reflejar a Jesús, que era varón. Este argumento no puede aplicarse para negar la ordenación diaconal a las mujeres.

Importantes teólogos y hombres de Iglesia se encuentran hoy a ambos lados del debate sobre la ordenación diaconal de las mujeres: el Cardenal Kasper, muy próximo al Papa Francisco, se ha mostrado a favor; el Cardenal Müller, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se ha pronunciado en contra de que pueda conferirse a las mujeres cualquier tipo de ordenación16. En la Comisión de Estudio, hay personas que se han manifestado a favor, otras en contra y otras que no se han pronunciado públicamente en ninguna de las dos direcciones.

Beneficios pastorales de la ordenación diaconal de las mujeres

Personalmente, pienso que la ordenación diaconal de la mujer sería un paso adelante para la Iglesia Católica. Según los evangelios, algunas mujeres “habían seguido a Jesús y lo habían servido [en el texto griego, se utiliza aquí el verbo diakonein] desde que estaba en Galilea y habían subido con él a Jerusalén” (Marcos 15,40). Hoy son millones las mujeres católicas consagradas al cuidado a los enfermos, a la educación de los niños y al acompañamiento de los ancianos; a la administración de obras de misericordia; al estudio y docencia de la Teología; y a tantas antiguas y nuevas formas de servicio eclesial. Algunas de ellas presiden la liturgia de la Palabra y la distribución consiguiente de la comunión en lugares donde no llegan los sacerdotes. Desde los tiempos de Jesús hasta el presente, ha habido siempre mujeres que han ejercido la diaconía como servicio –estuvieran ordenadas o no–.

La formalización del servicio de las mujeres mediante la ordenación diaconal daría visibilidad pública a algo que es ya real y abriría al mismo tiempo nuevos caminos. Las diaconisas podrían predicar homilías; celebrar bautizos y bodas; así como participar en los órganos de gobierno de la Iglesia como miembros del clero. Con la incorporación de mujeres cualificadas y probadas, la Jerarquía católica se enriquecería enormemente y el Pueblo de Dios estaría mejor servido, tanto en la celebración de los sacramentos –con hombres y mujeres en torno al altar– como en el ejercicio cotidiano de las obras de misericordia.

Las reuniones de la Comisión comenzaron el pasado mes de septiembre. Recemos para que sus trece hombres y mujeres disciernan la voluntad del Espíritu Santo para nuestros días y allanen el camino a la decisión que el Papa debe tomar.

Alberto de Mingo, CSsR   –   Redentorista y profesor de Teología Bíblica

Vida Religiosa  –  Madrid

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